domingo, 24 de junho de 2007

Teotihuacan - O Templo da Morte

Foto de Oswaldo Velasco (Teotihuacan - Abril de 2005)

Na Pirâmide da Lua, na região central do México, seres humanos e animais eram enterrados vivos. Escavações revelam os restos de sacrifícios testemunhados por milhares de pessoas no passado.

Até os cruéis astecas ficaram amedrontados ao chegar a Teotihuacan pela primeira vez. Quando esse povo conquistou o centro do México, por volta do século 13, a outrora vibrante cidade, que alcançara seu apogeu por volta do ano 400, já fora abandonada por seus construtores há muito tempo. O imponente espaço cerimonial, onde dezenas de milhares de pessoas se reuniam entre monumentos de pedra sagrados, jazia recoberto por uma densa camada de vegetação. Os astecas chamaram o lugar de Teotihuacan e deram nomes às construções mais grandiosas – a Pirâmide do Sol e a Pirâmide da Lua – segundo suas próprias crenças. Supondo que alguns dos edifícios fossem tumbas, chamaram a principal via da cidade de rua dos Mortos.

Eles estavam, como se confirmou, corretos. Sepulcros tenebrosos foram descobertos recentemente nas escavações feitas na Pirâmide da Lua, chefiadas por Rubén Cabrera Castro, do Instituto Nacional de Antropologia e História, do México, e por Saburo Sugiyama, da Universidade Aichi, no Japão. Ao escavar túneis dentro da estrutura de pedra de 43 metros de altura, os arqueólogos localizaram cinco sepulcros. Com ar fresco sendo bombeado para dentro, os arqueólogos rasparam as últimas camadas de terra do chão, revelando cenas de massacre: cabeças decepadas, restos mortais de guerreiros, mamíferos carnívoros, aves de rapina e répteis venenosos.

As evidências demonstram que todas as vítimas foram mortas em rituais de consagração às sucessivas etapas da construção da pirâmide (ilustração abaixo). O sacrifício mais antigo, datado por volta do ano 200, assinalou um aumento substancial do edifício. Um estrangeiro ferido, provavelmente prisioneiro de guerra, foi enterrado vivo, ao que tudo indica, com as mãos amarradas às costas (página oposta). Em volta dele, foram encontrados animais que representavam poderes míticos e força bélica: pumas, um lobo, águias, um falcão, uma coruja e cascavéis – alguns deles enterrados vivos dentro de gaiolas. Oferendas incluíam armas de obsidiana e uma estatueta de nefrita maciça, talvez de uma deusa da guerra a quem o sepulcro seria dedicado. Cada sepulcro era diferente, mas todos tinham o mesmo propósito: “Sacrifícios humanos eram importantes para controlar as pessoas”, diz Sugiyama, “e convencê-las a fazer o que os seus soberanos desejavam”.

Não, não foram alienígenas que projetaram Teotihuacan, e o lugar também não tem nada a ver com Atlândida. Desde que as primeiras fotografias aéreas de Teotihuacan foram feitas, na década de 1960, o traçado específico e preciso da cidade confunde cientistas e estudiosos. Toda a cidade é organizada de acordo com um sistema rígido que tem como base uma avenida central, a Rua dos Mortos. Essa rua principal, no entanto, não está orientada no eixo exato norte-sul, mas desvia-se dele por exatos 15,5º a leste do verdadeiro norte – curiosidade que deixa estudiosos perplexos e leva a toda uma variedade de suposições.

Uma das hipóteses mais divulgadas sugere que o sol poente fica a um ângulo de 90º em relação à Rua dos Mortos os dias de zênite (quando o sol passa diretamente acima). Alguns estudiosos, no entantam, refutam a hipótese ao afirmar que as contas não são exatas. No início da década de 1970, Anthony Aveni, astrônomo e arqueólogo da Universidade de Colgate (EUA), sugeriu que um ponto a 90º a oeste da Rua dos Mortos marcava a posição do poente das Plêiades, um aglomerado de estrelas ligado ao calendário mesoamericano, mais ou menos na época da fundação de Teotihuacan. No entanto, Vincent Malmstrom, professor emérito na Faculdade de Dartmouth (EUA), argumentou alguns anos mais tarde que um ponto a 90º oeste da Rua dos Mortos marca o ponto onde, duas vezes por ano (no dia 30 de abril e em 13 de agosto) o sol se põe em oposição direta à Pirâmide do Sol. Malmstrom acredita que isso seja importante porque a segunda data é a apontada pelos maias como a do início do mundo.

Não existe nenhuma explicação conclusiva para explicar por que os fundadores de Teotihuacan orientaram sua cidade de maneira tão específica. Cientistas e estudiosos sentem-se intrigados e continuarão, sem dúvida, a procurar pistas para desvendar este mistério – um entre tantos existentes em Teotihuacan.

NatGeoBrasil (Out.2006)




TEOTIHUACAN

Pocas ciudades han sido consideradas dignas de ser habitadas por los dioses, más habituados a las esferas celestes que a los dominios humanos. Teotihuacan es una de ellas, y para haber alcanzado el rango de ciudad mítica tuvieron que transcurrir mil años de civilización que hoy se respira entre sus amplias avenidas que marcan los rumbos del universo y cuyo esplendor emana de plazas y pirámides de proporciones ciclópeas penetrando los muros estucados de imágenes primigenias de la naturaleza y figuras de un mundo espiritual casi olvidado.
Urbe divina y humana, plena de calles y habitaciones, que vivió una actividad ferviente, a la cual entraban y salían hombres y mercancías hacia el valle de México, Puebla, Tlaxcala e incluso hasta la Mixteca y Tehuantepec. ¿Cómo pudo surgir tal prodigio de piedra en un valle que, comparado con el de México, aparece yermo, sujeto a las lluvias del temporal y con unos cuantos pozos de agua?

Estudios arqueológicos han mostrado que Teotihuacán era, 600 años a.C., una aldea que comenzó a elaborar objetos de piedra pedernal obtenida de la zona. El excedente de este producto permitió un incipiente intercambio con otras regiones y posteriormente establecer un eficiente comercio y agricultura planificada a partir del siglo II a.C. Desde entonces los conocimientos desarrollados por las culturas preclásicas fueron concentrándose en torno a un centro político y religioso que duraría hasta el siglo IX de nuestra era. El grado de refinamiento y difusión de la cultura teotihuacana ha sido calificado como la época Clásica en la América meridional.

La expresión más evidente del paso de las generaciones y pueblos que habitaron este sitio --a tan sólo 50 km al Noreste de la ciudad de México-- son los restos arqueológicos de la ciudad y las innumerables piezas de fina cerámica esparcidas por el mundo. El centro ceremonial, trazado como un gran símbolo de dos ejes; el Norte-Sur denominado Calzada de los Muertos del que parten, como alas de una mariposa edificios, palacios, plazas y adoratorios. A la cabeza la gran pirámide de la luna y a un costado la mole inmensa de la pirámide del Sol, dualidad creadora de la naturaleza y de los hombres que levantaron los muros de tezontle, cal y canto.

Siglos después de abandonada, otros pueblos llamaron al sitio “Ciudad de los Dioses”, no sin razón, pues su existencia estuvo regida por profundas convicciones religiosas y normas de vida en torno a los ciclos de la naturaleza, la siembra, la cosecha, la lluvia y una cosmogonía de estrechas relaciones fenomenológicas cuya expresión calendárica y astronómica se reflejó en la construcción de la ciudad.

En ello radica la importancia de las pirámides, que a diferencia de las egipcias son escalonadas y se dividen en cuerpos horizontales para servir de plataforma a un templo. Estos niveles son, además, elementos simbólicos de los supramundos a manera de una montaña metafísica. Su cuadratura es expresión de una naturaleza dominada, de lo armonioso e inmutable. Sin dejar de ser emulación de los cerros (morada del agua) las pirámides teotihuacanas hacen de su silueta un sello de taludes y tableros que se repiten a manera de cantos sagrados.

Al sentido vertical lo complementa su base cuadrangular y su posición precisa con respecto al trayecto de los astros. En efecto, la orientación de la Pirámide del Sol tiene una inclinación de 17º de la dirección del polo terrestre, lo que apunta hacia el polo magnético y permite al sol coincidir en el Cenit del centro de la pirámide los días 20 de mayo y 18 de junio. Son más las características astronómicas de esta y otras pirámides mesoamericanas, pero en el caso de Teotihuacán, el conjunto de templos y edificios rodeado por una urbe mimetizada de campo, crean un espacio magnífico que permite establecer vínculos olvidados entre el hombre y la naturaleza.

Así como el sol y el viento de los espacios abiertos impresionan y evocan el trabajo colectivo, en los edificios de orden civil, palacios, plazas y mercados nos adentramos a un mundo más rico y cercano. En especial los patios propician una sensación de serenidad, como en el caso del perteneciente al palacio de Quetzalpapálotl (ave-mariposa) con sus columnas labradas, cornisas policromadas y almenas.

Teotihuacán no sólo es una ciudad monumental, sino también un sitio donde la pintura de murales permite discurrir en el mundo de las figuras míticas, de dioses, jaguares, seres de la noche y cielos acuáticos. El arte teotihuacano no se detiene en lo exterior y crea su microcosmos de vasijas y objetos ceremoniales que, ensayados por siglos, alcanzaron la perfección. Es así que la ciudad contenía barrios especializados de artesanos que proveían a la ciudad y a zonas tan alejadas como Oaxaca y Yucatán. Asimismo, y como correspondía a una ciudad cosmopolita, la ciudad llegó a tener sus barrios de grupos mayas y zapotecas.

Esta presencia teotihuacana entre pueblos alejados también creó rivalidades que se acentuaron hacia el siglo VII. Para entonces la urbe que había crecido a costa de tierras de cultivo, importaba materia prima y agotaba los recursos naturales comenzó a entrar en crisis. Para el siglo IX otras ciudades de tradición teotihuacana rebasaban a la metrópoli: Tajín, Cholula y Xochicalco. En lo sucesivo Teotihuacán contó más el numero de muertos que la habitaban, pero su presencia se extendía a toda mesoamérica.

Los grupos que fueron llegando a la región y establecieron nuevas ciudades retomaron el modelo teotihuacano y elaboraron una compleja mitología en torno a su tradición religiosa. En especial destaca la figura de Ce-Acatl Topiltzin Quetzalcóatl en quien se reúnen la idea civilizadora y el culto agrícola; de igual manera la fuerza fecundadora y destructora del agua se complementa en el llamado dios Tláloc. En uno de los edificios correspondiente al grupo llamado Ciudadela es posible ver, traducido en piedra y estuco, las figuras labradas de estas dos deidades.

El efecto de contemplar una urbe semidesierta por los toltecas y más tarde en los mexicas sugirió la idea de los cataclismos, cuya expresión literaria es la leyenda del Quinto Sol que en suma es la recreación periódica del universo y cuyo último escenario fue precisamente la ciudad de los dioses. Cumplido el término de esa era, a la llegada de los europeos en el siglo XVI, los modelos de vida, patrones urbanísticos, ciclos de producción y vida social teotihuacana se reflejan aún en el espejo de los siglos.

Um comentário:

Vânia Cirne disse...

SEMPRE ENTRO, E CADA VEZ QUE EU ENTRO AQUI, APRENDO MAIS!! PARABÉNS

 
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