Con todas las cautelas que puedan asociarse a los anuncios basados en las encuestas de opinión, todo parece indicar que los doce años de laborismo británico están llegando a su fin y que si el primer ministro Gordon Brown es capaz de resistir hasta las elecciones generales del año que viene, será solamente para entregar el testigo al conservador David Cameron. La crisis económica no hace bien a ningún gobierno, pero es evidente que los socialistas europeos -excepción hecha del exótico caso islandés- son los que menos se benefician de la situación, en contra de lo que se podría esperar de las acusaciones generalizadas contra el sistema financiero y el liberalismo capitalista que se hacen desde la izquierda. Se diría que en estos momentos de tribulaciones, las sociedades europeas ya no se comportan como las que surgieron de los abusos de la revolución industrial, que abrieron sus puertas al marxismo como una alternativa liberadora, sino que, a pesar de todo, están más cerca de aquel «capitalismo popular» que creó Margaret Thatcher, de cuya llegada al poder se cumplen mañana treinta años.
Los más de 11 años de gobierno thatcherista fueron un periodo extraordinariamente fructífero para las sociedades occidentales, justamente porque, como muy acertadamente recuerda Lord Garel-Jones en la entrevista que publicamos hoy, Thatcher restituyó la confianza en las virtudes del mercado libre y de la autonomía del individuo, en tiempos en los que la conciencia colectiva de casi todos los partidos europeos todavía estaba ofuscada por la creencia de que el triunfo del comunismo sería inevitable. Con Tony Blair, el laborismo intentó desesperadamente construir una base ideológica que pudiera rivalizar con el liberalismo, pero el experimento de la llamada «tercera vía» no ha llegado a ninguna parte, como se ha visto.
El legado de la baronesa Thatcher es precisamente que son los grandes principios lo único que prevalece a la larga. La Unión Soviética y toda su parafernalia estatista y antidemocrática han pasado a la historia y la izquierda todavía no ha encontrado un referente razonable para ofrecer a sus electores una alternativa, ni siquiera en esta época de crisis. Si sigue la estela de Thatcher, David Cameron será un excelente primer ministro, siempre que corrija uno de los defectos de su antecesora: la actitud refractaria de los conservadores ante el proyecto europeo, que es tan mala para el Reino Unido como para Europa.
Editorial ABC
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