Si Clausewitz levantara la cabeza en lugar de escribir que la guerra es la continuación de la política por otros medios, diría que es la ley la prolongación de la guerra. No hay ninguna otra explicación a lo que se está haciendo con la mal llamada «jurisdicción universal», cuyo último caso ha sido la orden de arresto promulgada en el Reino Unido ante la visita —cancelada— de la ex ministra de Exteriores israelí y líder de la oposición, Tzipi Livni.
Un concepto acuñado originalmente para poder castigar a los genocidas de países sin libertades ni justicia independiente, se ha convertido en la mejor arma de todos aquellos grupos y jueces que buscan en la justicia lo que no consiguen en la política.
Es más, a Livni se le acusa injustamente de genocidio en Gaza porque es la forma que tienen de arremeter contra el Estado de Israel. Es una estrategia indirecta, al rebufo de Al Capone. Sólo que Israel no es ningún criminal. De hecho, se piense lo que se piense, Israel es lo único que se interpone entre el fundamentalismo islámico, la yihad y nosotros, sobre todo ahora que los obamericanos andan en retirada.
Es más, castigar a Israel por ejercer su derecho a defenderse no sólo es injusto, sino que es una estupidez que nos puede salir muy cara. ¿Sabe usted que cada vez que abre su ordenador y ve esa pegatina que dice Intel Inside en realidad debería estar leyendo Israel Inside porque es justo en Israel donde se ha diseñado su procesador?
La justicia universal no lo es tanto, sólo es antioccidental: ¿Dónde están los «Garzones» a la hora de llevar a Ahmadineyad a los tribunales por sus incitaciones al genocidio tipificadas como delito desde 1948? ¿Dónde frente a genocidas como los líderes de Corea del Norte o Sudán? Utilizada por la izquierda, palestinos radicales e islamistas encubiertos, la jurisdicción universal no es más que una injusticia universal. Un disfraz más del totalitarismo.
Rafael L. Bardají
www.abc.es
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