segunda-feira, 18 de fevereiro de 2008

El Mugabe de León

No hace falta ser muy amigo del presidente del Gobierno para reconocer que gran parte de los daños que ha causado a las instituciones, a la convivencia y al tejido social, aunque demoledores, no han sido intencionados. A nadie le cabe duda de que Zapatero ha creído sinceramente en que podía llegar a un buen acuerdo con ETA que llevara a la banda a dejar las armas por concluir ésta que, coordinando con éxito su política con el actual Gobierno, dejarían de hacerle falta armas para lograr sus fines. No ha funcionado porque los etarras querían más de lo que Zapatero podía dar. Él no podía dar más porque media España ha desbaratado esos planes.

Tiene mucha razón la secta Z en acusar a la oposición del PP y a los movimientos cívicos de ser responsables del fracaso de sus planes. A mucha honra y en beneficio de la sociedad, incluida la parte dispuesta a tragar carros y carretas y a dejarse llevar por una senda de la indignidad. Está claro ya que se equivocaban él y otros cuando creían que su falta de escrúpulos es ya denominador común en esta sociedad que intentan adocenar con su supremacía mediática, su ejército de guionistas en las series televisivas y la omnipresencia de sus mensajes ideológicos del encanallamiento buenrrollista. No les ha salido la operación y ahora recurren a palabras que les eran ignotas como «España» y «patriotismo» porque su única fuente de sabiduría -los sondeos- les han advertido que los españoles están lejos de haber descendido a su catadura.

Pero tampoco hay que ser muy enemigo de Zapatero para saber que muchos de los daños referidos sí son resultado de una clara intención dolosa. Para ello no es necesario conocer el intercambio cómplice de informaciones e intenciones entre el jefe del Gobierno y los muchos sicarios mediáticos con que cuenta. Entre estos daños que han llevado a un deterioro vertiginoso de la calidad democrática en España bajo Zapatero está la interiorización del miedo a discrepar con la política del matonismo que ha adoptado. Y éste es resultado de una estrategia que se ha aplicado con presión. La mentira masiva, la manipulación estadística y el vaciamiento semántico de la palabra no son suficientes por sí solos para evitar el desmoronamiento del crédito de una gestión de incompetencia. La toxicidad del presidente no ha surtido los efectos deseados sobre la población.

El acoso físico a la oposición

No es nuevo que un Gobierno débil busque el voto del miedo. Pero sí es insólito en la Europa democrática después de 1945 que un Gobierno recurra al acoso físico de la oposición. Cierto es que Zapatero ya lo hizo hace cuatro años al violar la jornada de reflexión. Pero, con magnanimidad, se podía interpretar aun como resultado del nerviosismo general tras las jornadas luctuosas habidas y no a la voluntad de amenaza propia de Mugabe en Zimbabwe. Pero el león Mugabe aquí es el Mugabe de León. Tras la negativa de socialistas y nacionalistas gallegos a condenar la agresión de sus «camisas pardas» a Maria San Gil en Santiago, es evidente que existe una voluntad desde el poder de impedir (como en el País Vasco, Cataluña y Galicia) que la oposición pueda expresarse en igualdad de condiciones con los partidos de ese frente popular de la ensoñación zapaterista que nada tiene que ver con la socialdemocracia. San Gil lo dice con claridad: «La actitud el Gobierno ha dado barra libre para atacarnos».

El Mugabe de León quiere que la oposición democrática en este país tenga miedo. La descalificación y la difamación, la muerte civil con que amenazan, va ya acompañada de la violencia física. La política de acoso de esa alianza de independentistas, fuerzas antisistema y socialistas contra el único partido de la oposición, no ya tolerados sino incentivados por el discurso de Zapatero y su Gobierno, supone un escándalo mayúsculo que merece ser denunciado ante la OSCE y el Consejo de Europa.

Hermann Tertsch
www.abc.es

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