terça-feira, 5 de fevereiro de 2008

La pesadez de los Goya

Desde que se encarga Corbacho de presentar los Goya, la ceremonia ha dejado de provocar vergüenza ajena. Ya sólo invita al bostezo, algo hemos ganado. Antes de caer en un sueño profundo, me digo varias cosas. Que si no saben organizar una fiesta en condiciones cómo van a saber hacer una película. Que un guión tan aburrido representa con justicia al gremio. Que maldita la gracia que les hacen las bromas de Corbacho a los asistentes. Que no saben estar en un traje de gala. Que nada cambia. Que cuando no se vale no se vale. Que los Goya son a los Oscar lo que Juan y Junior a Simon & Garfunkel, lo que Marcial Lafuente a Faulkner. Que esta gente tan progre es en realidad, por su estrechez de miras, el último reducto de la España del orinal y la escalera de vecinos con olor a cocido. Que jamás la endogamia y la autocomplacencia han llegado tan lejos.

Me mantengo despierto a duras penas por si la presidenta de la cosa del celuloide, la cosa de llevárselo crudo, especifica los beneficios que, según ella, genera este cine a la sociedad más allá de la taquilla. Más acá en todo caso, pues beneficios, lo que se dice beneficios, no da muchos el cine español. El orfanato, que sí los da, ha sido castigado en los Goya, quizá por ello. El resto más bien nos cuesta un dinero a todos. Podemos huir de sus productos, pero hemos de apoquinar para mantener en activo a quienes periódicamente nos sermonean y nos informan de lo cojonudos que son. ¿Por qué? ¿Con qué derecho? ¿Qué les avala? ¿Qué se han creído? ¿Quién les autoriza?

Ellos iniciaron la caza del PP con el "No a la guerra", preámbulo y directriz de la deriva callejera y frentista que, Prestige mediante, pringó de chapapote ideológico la democracia española, puso de moda el grito de "asesinos" para recibir a los populares y culminó en la toma de las sedes del 13-M. Son la vanguardia, eso está claro. La vanguardia del juego sucio. Regalan rosas a damas batasunas, se ciscan en los símbolos y creencias de media España, rezuman amargura hasta en la broma, proponen cordones sanitarios para quienes no piensan como ellos y reinventan varias veces al año la Guerra Civil para que la historia no se aparte de la propaganda.
Un Alberto San Juan, cargando contra su nombre, escupe al cielo y pide que se disuelva la Conferencia Episcopal. ¿Cómo va a lograrlo? No parece que los obispos estén por la labor de callarse en un país donde puede opinar gente con tanta autoridad como don Alberto. Dicen que las Iglesias están vacías, pero con la quinta parte de su público el cine español sería viable y sus estupendas gentes no tendrían que robarnos después de habernos insultado.

Juan Carlos Girauta
www.libertaddigital.es

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