terça-feira, 5 de fevereiro de 2008

Un enemigo del pueblo

Si Ibsen hubiera levantado anoche la cabeza en la entrega de los Premios Max, habría visto al actor que ha encarnado al doctor Stockmann manipulando el memorable título de su obra en el mismo sentido que contra el personaje utiliza un entorno podrido. En uso de su libertad, el no siempre claro protagonista se empeña sin embargo en difundir un alarmante descubrimiento: las aguas del balneario están contaminadas; una amenazan real se cierne sobre todos; peligra la tranquilidad de cuantos, directa o indirectamente, viven del insostenible negocio. Si Ibsen hubiera levantado anoche la cabeza, habría vuelto a quedarse paralítico del susto y otra vez se habría despedido de la dudosa luz noruega.

Probablemente merezca Francesc Orella el premio Max al Mejor Actor. Lo que nos devuelve a la perplejidad de una profesión de elegidos. Le toca el don a quien le toca. El afortunado es un médium a través del cual la voz de un autor del siglo XIX, como es el caso, de anteayer o de hace dos mil quinientos años, sigue construyendo al personaje. Si los afectos del público se mueven –como quiere la vieja fórmula– el actor cumple con su papel, y nunca mejor dicho. ¡Vaya si cumplen algunos sin haber asimilado un ápice de lo que interpretan, manteniéndose incólumes en su saludable bobería! Hollywood está lleno de genios similares.

¿Pero quién es aquí Thomas Stockmann? Orella no engaña; es el sujeto colectivo que él señala, el partido contra el que nos previene: "Nuestra obligación como ciudadanos es evitar que se cuelguen del Gobierno de nuestro país el próximo 9 de marzo". Si al laureado actor le hubiera aprovechado en algo la obra, no incurriría en el error de ensalzar con el título al objeto de su prejuicio progre, pues habría comprendido varias cosas. La más evidente es que transfiere a su enemigo (Orella está, por supuesto, con "el pueblo") toda la grandeza moral. La más importante es que define por contraste el zapaterismo, el estado de cosas que hay que preservar evitando que el PP "se cuelgue del Gobierno de nuestro país", que es el modo en que Orella entiende una eventual victoria democrática de la oposición.

En la obra de Ibsen, chocarán contra un muro de intereses todas las llamadas a la aceptación de la realidad y todas las propuestas para solucionar el problema, lo que derivará en la ruina, exilio y juicio del "enemigo del pueblo". A Orella hay que agradecerle la reveladora analogía que a su pesar ofrece: sólo un personaje/partido advierte de la corrupción de las aguas, en tanto que el presidente del Gobierno/balneario asume la necesidad de la mentira.

Juan Carlos Girauta
www.libertaddigital.es

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