quinta-feira, 7 de fevereiro de 2008

USA, mayor escenario del mundo

Tanto antiamericanismo y ahora resulta que compramos palomitas de maíz para seguir atentamente cómo Obama y Hillary Clinton compiten por la candidatura presidencial. Seguramente nunca un jornada electoral de «supermartes» tuvo en España y en toda Europa tantos seguidores como en esta ocasión. Alguna generación no quiso comprenderlo y otras aún no tuvieron tiempo de hacerlo, pero esta vez han visto más allá del folclore electoral y de las botas tejanas, para tener noción, parcial o completa, de lo que es y ha sido el sueño norteamericano. Será ese un efecto fugaz o de calado: no podríamos saberlo, pero lo cierto es que estamos en un momento súbito de fascinación por un sistema político al que no pocos consideraban más o menos como la encarnación de capitalismo fascista, la cara tenebrosa del imperialismo. De repente, hay quien se da cuenta de la grandeza y solidez de la democracia norteamericana. Así puede seguir siendo, ganen demócratas o republicanos.

Las gentes de los Estados Unidos han visto pasar el ataúd de Lincoln y Walt Whitman escribe: «Mirad, cuerpo y alma, esta tierra,/ mi Manhattan con torres, y las mareas brillantes y apresuradas, y los barcos,/ la tierra amplia y diversa, el Sur y el Norte a la luz,/ las orillas del Ohio y el Missouri resplandeciente,/ y siempre las extensas praderas cubiertas de pasto y maíz». Ese sigue siendo el paisaje de los sueños posibles, a la vez la América ansiosa de Edward Hopper y la patria confiada de Norman Rockwell, la América que rehízo los sueños de la vieja Europa en los estudios de Hollywood. Tantas Américas posibles, tanta pasión por la libertad, tantas grandes universidades, tanto espíritu emprendedor, tanta capacidad de trabajo: urdieron ese sistema un puñado de patricios a la sombra de los porches palladianos concebidos por Jefferson.

Quién sabe si con estas elecciones menguará en alguna medida la percepción negativa de los Estados Unidos, al menos en Europa. Es la civilización del metacapitalismo, un mundo globalizado en el que esa América de McCain, Obama o Hillary Clinton tiene mucho que decir. El 11-S demostró que no era un territorio inexpugnable al tiempo que obligaba a formular nuevas formas de hegemonía en un mundo aterrorizado. Desde el Sillicon Valley, los Estados Unidos han anulado las distancias en el tiempo y el espacio. Ahora la incógnita es China y la amenaza es Rusia, mientras la Unión Europea es un escenario en busca de autor. Mientras tanto, en la gran pradera americana, la república de la virtud y la sociedad de la codicia, la América del altruismo y la América ensimismada conservan la magnanimidad de los grandes espacios, la huella de un estancia legendaria de George Washington, el galope del general Lee, un rumor de inteligencia que no se sometía a lo filisteo. Ahí comenzó con Fenimore Cooper y llegó hasta las vastedades urbanas de Dos Passos dando figura a los héroes inolvidables de una literatura joven y formidable: el capitán Achab, Huckleberry Finn, Nick Adams, Gatsby, Holden Caulfield. Para otros ha sido Charlie Brown.

¿Tendríamos que creer en el excepcionalismo norteamericano? Desde Seattle al Wall Street sacudido por las subprime, el «supermartes» ha dado fe de que la democracia funciona vigorosamente en los Estados Unidos. Hemos presenciado un tour de force de pasión por la vida pública, de afán de transparencia política, de confianza en las alternativas de reforma. El ataúd de Abraham Lincoln no pasó en vano entre otras cosas porque había tenido tiempo de pronunciar su discurso de Gettysburg. Aunque en aquellos tiempos azarosos no existieran la CNN ni Fox News, las palabras de Lincoln iban a ser -aunque de entrada con escasa difusión- un mensaje de universalidad cristalina. Hoy es la América de Bill Gates y de «Los Simpson», de las obsesiones histéricas -el antitabaquismo, la anorexia- que se nos contagian de forma fulminante. Es la América de las patentes de alta tecnología y las noches en la bolera, de Tarantino y de los nuevos evangelismos. Todo imparable, incluso desmesurado, afable y a la vez titánico. La verdad es que todavía somos propensos a copiar lo peor de los Estados Unidos y a recelar de lo mejor.

Valentí Puig

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