quinta-feira, 7 de fevereiro de 2008

Viva la diferencia

Estados Unidos es una gran nación. Sus ciudadanos han crecidos todos conscientes de ello. Pobres y tristes, ricos y felices. Y en sus primarias ante las elecciones presidenciales, ese gran invento de igualdad en derechos y solidaridad nacional en la gloria y la zozobra, despliega la grandeza de la sociedad libre que todos los miserables ignoran, todos los necios ridiculizan, los totalitarios odian y los amantes de la libertad, el debate y la palabra, celebran como ninguna. Muchos en España intentan imitar a EE.UU. en lo peor sin nunca tener en cuenta la calidad que la libertad otorga. Pasa con el cine. Para quienes hayan sufrido como ciudadanos españoles la humillación y afrenta a sus sentimientos, lo que supone ya siempre la anual agresión estética de los supuestos grandes premios del cine español que arrastran por el fango el nombre de nuestro ilustre compatriota y pintor Francisco de Goya.

Jamás aprenderán sus asistentes a entender nada de la gran América que vaya más allá de los dictados de sus prejuicios, su triste ideología tóxica y enfermiza y su aquelarre del odio. Por premios que reciban, aquí, allá y acullá. El lastre del rencor de quienes solo reconocen solemnidad cuando les premia es paralizante y define a las torpes figuras que protagonizan nuestra vida mediática. Triste es saberse parte de una pequeña nación que sus propios gobernantes ponen en duda, y que alimenta y financia unas castas llamadas intelectuales que no saben sino medrar de la envidia y el agravio y el odio decretado por los poderosos que los financian y abrevan.

Sin miedo a discrepar

Para todos los que jamás iremos a los premios de los corruptores más corruptos, de los mediocres más arrogantes, de los horteras más grasientos, nos resulta inmensamente gratificante ver a los ciudadanos de la nación vilipendiada, los norteamericanos, con orgullo como individuos, decantarse con valentía y sin complejos en su elección libre y debatida de su candidato favorito. En unas primarias ante las elecciones presidenciales en las que se debate sobre las guerras sin mentiras zafias, sobre la economía sin falacias, sobre las personas sin cainismo, sobre las amenazas sin hipocresía ni correcciones cretinas, con toda la virulencia de las pasiones y ambiciones humanas pero sin ánimo de destrucción del adversario, el candidato real de los republicanos que ya parece ser McCain y los dos rivales demócratas, Obama y Clinton, dan un ejemplo de probidad en la sociedad abierta que odian las mentes sovietizadas.

Cualquiera de los tres puede ser Presidente de los Estados Unidos de América. Que todos puedan serlo demuestra dicha grandeza de la sociedad libre que ama el debate, la competencia y la contradicción y deja en patético ridículo a quienes en Europa y especialmente en España, son esclavos del miedo a la discrepancia y hostigadores de la oposición.

Ese ridículo reduccionismo europeo que lleva a tantos a creer que gentes educadas como Obama o Clinton tienen algo que ver con la secta iletrada de Zapatero no hace sino ampliar los malentendidos que crean abismos a la hora de afrontar los riesgos comunes. En Estados Unidos, en el país de la libertad individual y la pluralidad colectiva, hay menos sectas y menos odios hacia los compatriotas que los forjados por los frentes del izquierdismo mesiánico de todos los ejércitos de ingenieros sociales y de almas que forman las tropas de mediocres que nos quieren imponer su futuro. América, en su nombre sagrado, tiene voluntad de elegir lo mejor posible para todos, mujer, hombre, blanco o negro. ¡Viva la diferencia!

Hermann Tertsch

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