terça-feira, 12 de fevereiro de 2008

Zapatero furioso

Aunque falleció hace tres cuartos de siglo, Arístide Briand -socialista de bien, Nobel de la Paz y precursor de la unidad europea- debió de presentir a José Luis Rodríguez Zapatero cuando definió al político profesional como un caso de «conocimiento general e ignorancia particular».
Quizá por eso el líder del PSOE tiene la portentosa capacidad de adaptarse al terreno y las circunstancias que suele desorientar a sus adversarios y tanto nos fatiga a sus observadores. Comenzó su tiempo de Gobierno con «un ansia infinita de paz», en alarde de talante y buenismo. Era como el Orlando innamorato, un personaje caballeresco y amable, sensible y cortés, capaz de protagonizar, en la inteligencia de Matteo María Bojardo, la versión rosa de las novelas de caballerías que sirvieron de cimiento a nuestro Don Quijote.

Todo apariencia. En las últimas horas, Zapatero se presenta crispado y faltón. Está «harto de la derecha» y, como quienes se identifican con sus cejas ante la imposibilidad de hacerlo con sus ideas, prefiere desmerecer a su rival, Mariano Rajoy, que enumerar los valores y las ideas que le asisten. Ha pasado a ser, en su creciente irritación, un Orlando furioso, mucho menos caballero y más errante que el anterior. Está instalado, como su predecesor en la furia, el creado por Ludovico Ariosto, en la «cultura de la contradicción» y se le nota en cada paso, en cada discurso. Se ha llevado el índice a la ceja y, más que una proclama simpática, parece el saludo de un coronel tercermundista.

Es natural que así sea, que el desasosiego se instale simultáneamente en la calle Ferraz y en La Moncloa. Una pírrica, por escasa, victoria electoral -el mejor de los pronósticos que le atribuyen las encuestas- puede echar por tierra todo el tinglado del poder socialista. Dejando a un lado la realidad andaluza, que parece inamovible e inquietantemente perpetua, los pactos que Zapatero tendría que alcanzar para mantenerse en el machito nacional pasan por la pérdida de la hegemonía del PSC en Cataluña. ¿Está en condiciones de propiciar la precipitada jubilación como president de José Montilla?

No es que la perspectiva que las encuestas dibujan sea más cómodas para el PP, pero no es lo mismo perder que dejar de ganar. Rajoy luce su cabreo, pero eso le viene de antes porque su socarronería gallega necesitaría traducción simultánea. La rabia de Zapatero es nueva. Crece de manera directa a la proximidad electoral y, como resignado a no convencer a nadie, tal que el mentiroso sorprendido en falta, se limita a decir que el PP es un conjunto excluyente de «xenófobos», «homófobos» y «machistas». Hasta José Blanco es capaz de descalificar al adversario con más garbo y salero, con más fuerza y aproximación. Entregado a la épica y a los gestos de caballerías, Zapatero, furioso, puede quedarse en nada. Ni en un talante.

M. Martín Ferrand

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