terça-feira, 12 de fevereiro de 2008

El silencio de los palanganeros

No se les oye. ¿Dónde están, ante el chapapote vertido del «New Flame», las voces comprometidas de los maestros cantores de la Alegre Cofradía de la Ceja Circunfleja? ¿Dónde se ha metido la conciencia ecológica de los trovadores del canon, qué ha sido de su indómita rebeldía civil? ¿No les preocupa siquiera que la ennegrecida espuma marina del Estrecho ensucie la arena de sus residencias de verano en Tarifa o Zahara de los Atunes? ¿Qué ha ocurrido con el lamento melancólico del «Nunca mais»? ¿En qué carretera del Sur han derrapado los autobuses que acarreaban ciudadanos a protestar con la amenaza nuclear del «Tireless»? ¿Se han quedado afásicos los alcaldes de Algeciras, Los Barrios o San Roque? ¿En qué despacho andan reunidos de urgencia los dirigentes de los sindicatos andaluces para redactar una enérgica repulsa de la inacción administrativa? ¿Qué movilización inmediata preparan los combativos militantes del movimiento vecinal? ¿A qué afanes se ha dedicado la ministra de Fomento, cuántas redes de ave y de cercanías ha construido en los siete meses que el buque naufragado amenazaba hundirse frente al Peñón? ¿Cuántas desaladoras tenía que inaugurar la de Medio Ambiente para olvidarse de preservar el de la costa gibraltareña? ¿Qué gestiones ha hecho la Junta de Manuel Chaves, con sus recientes competencias semifederales, en ese largo medio año de zozobra? ¿Sabe Alfredo Pérez Rubalcaba que hay un derrame tóxico en la provincia por la que se presenta diputado?

Nada. Silencio. Un silencio de corderos unánimes, una sordina espesa y culpable. Una desidia letal, una incuria desmadejada y exangüe. Si acaso, alguna charlotada exculpatoria, como lavarse las manos en unas inexistentes aguas jurisdiccionales de Gibraltar que ningún tratado internacional reconoce -¡a ver si va a ser al final un problema del pobre Moratinos!-, y la consigna mediática de tapar con una sorda campana de cristal un accidente ecológico que no hace demasiado tiempo habría provocado una campaña de agitación social y política. Un triste doble rasero que envuelve la responsabilidad oficial bajo la densa bruma azulada del Estrecho.

No hay sociedad civil en el virreinato andaluz. No hay disidencia posible ni protesta probable en el régimen clientelado que domestica la discrepancia en una cómoda jaula acolchada de subvenciones y prebendas. Pero tampoco las hay entre los héroes nacionales del canto y el cine que dicen añorar con retórica rousseuniana la edénica nostalgia de los paraísos naturales perdidos, ni entre los intelectuales contritos ante la depredación del paisaje. No hay más que conformismo interesado, mutismo de alquiler, desentendimiento pensionado. Miradas desviadas, conciencias elípticas, voces autoamordazadas. ¿Chapapote? Bah, una invención torticera de la derecha cainita, una fantasía exagerada del clericalismo rancio, una ficción catastrofista de la turba reaccionaria.

Y lo demás, como en Hamlet, es silencio. Pero Hamlet, al menos, hablaba. Tarde, pero hablaba.

Ignacio Camacho

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