quinta-feira, 14 de fevereiro de 2008

La crispación de Zapatero

Es lógico que en la disputa política los contrincantes exageren las faltas y errores del adversario mientras minimizan los propios. Sin embargo, y tal y como ya hemos denunciado en muchas otras ocasiones, uno de los rasgos más característicos de este Gobierno ha sido la de acusar al Partido Popular de hacer justo aquello en lo que los socialistas incurrían hasta la saciedad. Así, un partido como el PSOE de Zapatero, que no tuvo empacho en aunar fuerzas con los autores del 11-M para desviar en su mutuo beneficio la ira ciudadana contra el entonces Gobierno legítimo de la nación, o que tampoco tuvo reparos en iniciar contactos secretos con ETA mientras decía respetar el Pacto por las Libertades, tiene la desfachatez de acusar al PP, precisamente, de "falta de lealtad en política antiterrorista". ¿Y qué decir de este Gobierno, aliado de formaciones abiertamente separatistas, que acusa de "falta de patriotismo" al principal partido de la oposición?

Otro tanto podríamos decir respecto al clima político y su nivel de tensión. El Gobierno del 14-M podría haber tratado de justificar su voluntad de no llegar a un solo acuerdo con el Partido Popular –voluntad excluyente ya plasmada en el Pacto del Tinell y confirmada por los hechos a lo largo de toda la legislatura– alegando que no hay ninguna obligación por parte de un Gobierno de consensuar nada con el principal partido de la oposición, o señalando que la tensión y el enfrentamiento entre los principales partidos políticos forman parte del normal funcionamiento de un sistema democrático. Sin embargo, este Gobierno, que ha llevado su frentismo anti-PP al extremo de llegar a sucias componendas con los etarras o a tener de socios de gobierno a lo más radical y anti-sistema del arco parlamentario, tiene la desfachatez de acusar al PP precisamente de "radicalizarse" y de "crispar" la vida pública.

Valga esta larga introducción y estos pocos ejemplos para analizar lo que Zapatero decía al periodista Iñaki Gabilondo, al concluir su reciente y amigable entrevista en Cuatro, sin saber que los micrófonos todavía recogían sus palabras. Al preguntarle Gabilondo "¿Qué pinta tienen los sondeos que tenéis?", Zapatero respondió que "bien", pero que "lo que pasa es que nos conviene que haya tensión".

Esta confesión involuntaria de la necesidad de "tensión" por parte de Zapatero, y precisamente al periodista que protagonizó el agit-prop durante los días de infamia del 11 al 14-M, dejaría en evidencia, si no lo hubieran hecho ya los hechos, hasta qué punto la acusación de "crispación" dirigida al PP forma parte de ese rasgo consustancial a este Gobierno como es la mentira.

En esa necesidad de "tensión" contra el principal partido de la oposición hemos de analizar la condescendiente pusilanimidad de este Gobierno ante los ataques físicos y verbales que, desde los no condenados acosos a las sedes del PP hasta la última amenaza de muerte a María San Gil, vienen padeciendo los dirigentes del PP cada vez que se aproxima una cita con las urnas.

Precisamente no han faltado voces en el PSOE –las Juventudes Socialistas, sin ir más lejos– que han explicado este último intento de agresión física y amenaza de muerte que ha sufrido San Gil por parte de jóvenes separatistas, como resultado de la "crispación" que supuestamente protagoniza el partido de Rajoy.

Ahora sabemos, hasta por confesión de parte, a quien le interesa esa crispación. Claro que, ante este repugnante panorama, lo peor sería que el PP cayera en el síndrome de Estocolmo, interiorizara la propaganda de su adversario y respondiera con un perfil bajo a los ataques que está siendo objeto. Esa indeseable callada por respuesta no haría más que excitar esa tensión y esos ataques que el Partido Popular, por razones tanto morales como electorales, no debe pasar por alto.

Editorial - Libertad Digital

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