Se cumplen 61 años de la creación del Estado de Israel. En vez de felicitaciones, Israel recibe requerimientos de perfección que no recibe ninguna otra nación de la Tierra. |
Para tolerar, su existencia se le ha exigido –en su última guerra con Hamas– que actúe como si el contendiente no fuera un grupo terrorista sino un ejército modélico. Se le ha pedido sin rubor que hiciera como si no existiera una estrategia deliberada, por parte de esa organización terrorista, de empleo de escudos humanos. Como si esa organización terrorista no hubiera secuestrado y matado a inocentes en el pasado, y obtenido beneficios políticos de ello. También se ha exhortado a Israel a respetar escrupulosamente las normas internacionales, pero a desatender las que ampararan sus intereses ("La presencia de una persona protegida no puede ser utilizada para convertir ciertos puntos o áreas en inmunes a las operaciones militares", dice el artículo 28 de la Convención de Ginebra). En definitiva, sobre Israel se hace recaer la responsabilidad de todos los males de Oriente Próximo, y hasta de mucho más allá; porque a Israel no se le permite lo que sí se le permite a quien quiere aniquilarlo.
La Declaración Balfour (1917), el resultado del Holocausto (o Shoah) y una votación favorable en las Naciones Unidas hicieron que el 14 de mayo de 1948 Israel pudiera declarar su constitución como Estado. Fue en 1947 cuando la Asamblea General de la ONU votó el plan de partición del protectorado británico de Palestina. Los judíos lo aceptaron, los árabes lo rechazaron. Los cinco vecinos de Israel dieron la forma de guerra a ese rechazo, y fueron apoyados por la totalidad del mundo árabe. Israel logró con éxito superar este ataque, mientras pedía la paz a sus vecinos y que aceptaran la nueva situación. Ninguno quiso. Preferían la desaparición del Estado judío.
Israel participó en 1956, junto con Francia e Inglaterra, en un ataque contra Egipto (una de las diecinueve naciones convencidas de la necesidad de su destrucción) que le colocaría en disposición de controlar una franja del desierto del Sinaí. La consiguiente presión americana implicó la retirada de las tres partes y la devolución del terreno a Egipto.
En 1967 Egipto cerró el estrecho de Tirán, entre el Sinaí y Arabia Saudí, y con él la salida de Israel al Mar Rojo. Nasser había manifestado su intención de destruir el Estado judío. Después de dos semanas de negociaciones, con la destacada participación de los Estados Unidos, que tuvieron como objetivo principal evitar que se borrara a Israel del mapa –el lenguaje de Ahmadineyad ya lo anticipó Nasser–, los israelíes lanzaron un ataque contra su vecino del suroeste. Tras seis días de brillante campaña, Israel se encontró en posesión de diversos territorios previamente controlados por Egipto (el Sinaí), Siria (los Altos del Golán) y Jordania (Cisjordania).
Israel volvió a pedir a sus inquietos prójimos el reconocimiento de su soberanía y de su derecho a existir. La admisión de negociaciones hubiera debido permitir la devolución de los territorios ocupados, junto con el establecimiento de unas fronteras que garantizaran a Israel su seguridad. Pero en Jartum, Sudán, los árabes lanzaron sus célebres tres noes: no al reconocimiento de Israel, no a la negociación con Israel, no a la paz con Israel.
Seis años después, en 1973, Egipto, ya bajo el mandato de Anuar Sadat, volvió a la guerra. Tras el ataque sorpresa de los egipcios (lo lanzaron en pleno Yom Kippur), Israel logró de nuevo la victoria. Sadat decidió entonces acceder a la oferta israelí: reconoció su Estado e inició negociaciones. Israel aceptó, y devolvió a Egipto el territorio que le había conquistado.
Parecía que los Estados árabes se habían resignado, tras cosechar derrota tras derrota. Pero lo cierto es que lo que hicieron fue cambiar de táctica. Comenzó entonces la era del terrorismo.
Se empezó a hablar menos de los árabes y más de los palestinos. Los refugiados –figuras inevitables de todo conflicto– fueron utilizados en términos estratégicos y como peones de juego. Sus presuntos defensores eran los miembros de la Organización para la Liberación de Palestina, a la que los EEUU de Nixon y Kissinger se negaron a reconocer como parte en negociación alguna.
En 1982 Israel se verá envuelto en una nueva guerra tras descubrir que la OLP escondía armas en el Líbano: declaró la guerra tanto a los elementos de la organización terrorista que habían estado preparando alguna acción contra Israel como a los ejércitos sirios que ocupaban territorio libanés, con las mismas oscuras intenciones. Una vez más, venció militarmente.
El líder de la OLP, Yaser Arafat, idea otra medida contra el Estado judío: el terrorismo callejero, que será el gran protagonista de las dos intifadas.
La imagen de Israel en el resto de Occidente ha ido cambiando con el tiempo. La simpatía por el David de la zona que había prevalecido hasta 1967 fue desapareciendo; de hecho, Israel ha acabado convertido, a los ojos de muchos, en un nuevo Goliat. Israel ya no se enfrentaba a los todopoderosos, sino a unos desposeídos palestinos.
Se ha hablado de "ciclo de violencia" o de "conflicto palestino-israelí", expresiones que hoy gozan de amplio predicamento. No obstante, este uso de las palabras implica hacer equivalentes los ataques que sufre un Estado democrático internacionalmente reconocido y las reacciones de ese mismo Estado en su lucha por la supervivencia. Si a ello se le añade la campaña del mundo árabe, y hoy iraní, para negar a Israel el derecho a existir, la consecuencia lógica es que el Estado judío no tiene derecho a defenderse.
En 2002 el ex presidente Bush presenta su propuesta de un Estado palestino que conviva en paz con Israel. No debía dirigirlo un terrorista, había de condenar la violencia y gobernarse democráticamente. Las elecciones que celebró la Autoridad Palestina tras la muerte de Arafat y un golpe de estado harán que llegue al poder el grupo terrorista Hamas y que las previsiones norteamericanas caigan en saco roto: no hay solución que no pase por la yihad, claman los nuevos gobernantes palestinos. En los hechos, lanzan misiles sin parar sobre territorio israelí, hasta que Israel pone fin a tal estado de cosas en enero de 2009. Por parecidas razones libró batalla Israel dos años antes, en verano de 2006, contra los terroristas de Hezbolá en territorio libanés.
Entre tanto, Irán sigue adelante con sus planes para hacerse con armas nucleares y con sus llamamientos a la destrucción de Israel. La amenaza contra el Estado judío no cesa; por una simple razón: una serie de Estados y grupos terroristas niegan sistemáticamente y por principio el derecho de Israel a existir.
Como dijo el escritor español Julián Marías, aunque el establecimiento de Israel haya supuesto inconvenientes para otros pueblos, e incluso se pueda hablar de una dosis de injusticia, ¿no es justo que por una vez en la historia sea a favor de los judíos:
Dos mil años de atroz injusticia histórica, coronados por la más monstruosa que en este momento puede venirme a la memoria (...) ¿No "justifican" (es decir, hacen justa) esa posible fracción de injusticia que Israel pueda significar? (...) ¿No sería absolutamente inaceptable e hipócrita hacer aspavientos por las injusticias menores a favor de los que siempre han estado abajo, olvidando la mole gigantesca de opresión, crueldad o desprecio que durante tanto tiempo han gravitado sobre ellos?
Al decir de Norman Podhoretz, lo que demuestra toda esta historia es que, según el mandato bíblico, los israelíes han escogido la vida. Por ello Israel, diminuto país que nunca ha dejado de ser una democracia, a pesar de haber estado rodeado de enemigos y de verse forzado a destinar recursos enormes a su defensa, es el ejemplo, la luz para muchos otros pueblos. Así las cosas, las críticas, a veces feroces, que se alzan contra Israel o los judíos, más que antisionismo o antisemitismo, denotan una enfermedad todavía peor. Son una coartada que esgrimen quienes no quieren combatir el terrorismo, quienes pretender jugar la baza del apaciguamiento con el totalitarismo, quienes no tienen fe en los valores de Occidente.
Juan F. Carmona y Choussat
http://exteriores.libertaddigital.com
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