Hugo Chávez está dando últimamente un vistoso espectáculo de nerviosismo, debidamente enmarcado en el género siniestro-grotesco. Como no puede ser menos en este personaje, que nuestros medios, tan gárrulos cuando se trata de glosar las hipotecas-basura o las peripecias de las presidenciales estadounidenses, se conforman con presentarnos como un payaso enloquecido.
Por desgracia, Chávez no es, o no sólo, carne de frenopático: desde hace una década al frente del quinto productor de petróleo de la OPEP, ha logrado hacerse con el control de PDVSA, infiltrar y controlar los poderes garantes del Estado de Derecho en Venezuela y mermar significativamente el ejercicio de las libertades democráticas en este país.
Si el mandatario venezolano comienza a dar muestras de estar al borde de un ataque de nervios, no poco tiene que ver en ello el resultado del referéndum del pasado 2 de diciembre. En verdad, Chávez tiene razones para sentirse intranquilo. Desde esa fecha, que fue la de su primera derrota inocultable en las urnas desde 1999, el histriónico caudillo de Sabaneta ha tenido que enfrentarse a una cascada de contratiempos: desde el fracaso de su estrategia de apoyo a las FARC y el triunfo de la política de su archienemigo (después de Bush, claro), el presidente colombiano Álvaro Uribe, hasta el llamado Valijagate o Maletinazo y la investigación abierta por el Departamento del Tesoro de USA contra tres altos cargos de su Gobierno (entre ellos el ex ministro de Interior y Justicia Ramón Rodríguez Chacín) por un supuesto delito de ayuda a las actividades de narcotráfico de las FARC.
Todo parece indicar que 2008 puede acabar siendo al annus horribilis de Chávez. De lo que no cabe duda, acabe como acabe el año, es de que el presidente venezolano no ha digerido aquel primer revés de diciembre de 2007, que puso momentáneamente freno al proyecto revolucionario de ahondar en su tan rimbombante como anacrónico proyecto de instaurar en Venezuela el "socialismo del siglo XXI".
Refresquemos la memoria. Lo que pretendía Chávez en diciembre pasado era que el "soberano" pueblo de Venezuela le firmara un cheque en blanco para introducir reformas en 69 de los 350 artículos de la Constitución bolivariana de 1999, que en la práctica habrían significado la concesión indefinida de plenos poderes al hegemón de Miraflores. Mediante esta reforma constitucional, Chávez aspiraba ciertamente a perpetuarse en el poder, instituyendo la reelección indefinida del presidente de la República, pero también albergaba otras ambiciones. En aspectos fundamentales para el normal ejercicio de la democracia –tenencia y usufructo de la propiedad privada, derechos sindicales y diálogo entre los agentes laborales, libertad de información y opinión–, la reforma de Chávez suponía una clara deriva hacia una forma de ejercicio del poder teñida del rojo sangre de la lucha de clases y el verde oliva de las milicias cívico-militares del socialismo real a la cubana.
El hipostasiado "soberano" chavista le dijo no a ese juego de manos electoral. Por cierto, lo sucedido en Venezuela en diciembre de 2007 merece ser estudiado en las cátedras de Ciencias Políticas. Desde Jean-Jacques Rousseau, los defensores de la democracia deliberativa, con su aura de necesario paliativo al formalismo elitesco de la democracia representativa, quieren convencernos de que la auténtica democracia consiste en que "el pueblo" se pronuncie sobre cualquier asunto de interés público, por más que la complejidad o tecnicismo del mismo lo aleje de sus luces y competencia.
En España tuvimos el dudoso privilegio de padecer la infiltración en el debate político de esta rancia y peligrosa doctrina demagógica cuando el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, en su obsesión por deslegitimar al último Gobierno de José María Aznar, blandió el arma de destrucción masiva de las protestas ciudadanas contra asuntos tan diversos como el chapapote vertido en las Rías Bajas gallegas y la guerra de Irak. También es cierto que, desde el momento en que pisó por primera vez la moqueta de La Moncloa, el dirigente socialista dejó automáticamente de atender al rumor de la calle, y la media docena de multitudinarias manifestaciones contra su política de negociación y concesiones políticas a la banda terrorista ETA fueron despachadas al infierno de la "derecha extrema". Ya se sabe: la calle, el pueblo y otras metonimias de la opinión masivamente manipulable son cotos vedados de las artes venatorias de la izquierda.
El caso es que en diciembre a Chávez le salió, como suele decirse, el tiro por la culata. Y que una mayoría de venezolanos demostró, con el sentido de su voto, que no estaba dispuesta a dejarse llevar al huerto por un buhonero vendedor de humos socialistas. Eso sí: Chávez, tan respetuoso con el "soberano pueblo" siempre que le dé la razón en las urnas, no ha tardado en saltarse a la torera el veredicto de diciembre. A fines de julio impulsó por decreto la adopción de un paquete de 26 leyes que retoman punto por punto las principales reformas sometidas a consulta en el referéndum de diciembre. Vamos, lo que su amigo Rodríguez Zapatero llamaría genuino talante democrático.
Pero volvamos por un instante a nuestros detallistas y puntillosos medios. Para no variar, se han mostrado más atentos al circo que al pan: de Venezuela se han reseñado muchas noticias en estos últimos nueve meses, pero casi todas ellas tienen que ver con las salidas de tono de Chávez. Que si vino a España a hacer las paces con el Rey que lo mandó a callar, y gracias a ese faro de la diplomacia española que es Moratinos regresó a Caracas con dos regalos en su equipaje: el inmortal lema de Santiago de Chile ("¿Por qué no te callas?") estampado en una camiseta –por iniciativa nada menos que de Bush padre, amigote del monarca español y padre de quien para Chávez es la encarnación de Darth Vader–, y la venia de La Moncloa para nacionalizar las sucursales del Banco de Santander en Venezuela. Después nos informaron de la versión escatológica (es islamófila, por cierto) que dio Chávez del Yankees go home y, accesoriamente, de la expulsión de Venezuela del responsable para América Latina de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco. Nuestro juez-estrella, Baltasar Garzón, ha tardado varias semanas en denunciar este último atropello. Produce bochorno leer su alegato: queda claro que lo que indigna a nuestro selectivo exhumador de cadáveres de la reciente historia de España no es tanto la deriva totalitaria del Gobierno de Chávez como que sus consecuencias las haya tenido que padecer, en esta oportunidad, un amigo suyo.
Conviene leer las 266 páginas del informe "Intolerancia política y oportunidades perdidas para el progreso de los derechos humanos en Venezuela", elaborado por HRW. Se trata del primer balance detallado de la gestión de Chávez desde su primera elección, en diciembre de 1998, en lo que hace a conculcaciones y violaciones de derechos humanos en Venezuela. Un balance muy poco halagüeño para el histriónico impulsor del "socialismo del siglo XXI". Además de reseñar actos de discriminación política, el endurecimiento de las normas de control de los medios de comunicación, la violación de los derechos sindicales, el creciente hostigamiento judicial a defensores de los derechos humanos, este informe destaca como una de las más graves distorsiones del Estado de Derecho en Venezuela la masiva intervención política en el Tribunal Supremo de Justicia. Chávez es un aventajado discípulo de los sepultureros de la división de poderes que abundan en las filas del socialismo, así que no debería sentirse ofendido por este reconocimiento a su labor. Pero seguramente lo que más ha debido de escocer al mandatario venezolano es que el análisis detallado de su opinable gestión de una década de ejercicio del poder sea obra de una ONG como HRW, que en 2002 denunció –como no podía ser menos, por lo demás– el esperpéntico golpe de estado contra el presidente venezolano.
No sé si Garzón se ha tomado la molestia de leer el informe que su amigo Vivanco presentó en Caracas, y que le valió ser expulsado de Venezuela con modos dignos de la Seguridad del régimen castrista. Pero, de todos modos, hasta la fecha no se ha dado por enterado de otras recientes violaciones de los derechos humanos registradas en Venezuela. Será porque sus víctimas no han tenido la oportunidad de compartir simposios y ágapes varios con él, juez de la Audiencia Nacional que dedica más tiempo al cultivo de su imagen pública y la promoción de su carrera política que a instruir casos como el del chivatazo, presumiblemente debido a un responsable de la seguridad del PSOE, que tuvo por efecto mermar la eficacia de la redada ordenada contra el aparato de extorsión de ETA por el juez Fernando Grande-Marlaska. Han pasado dos años desde que Garzón comenzó a instruir este sumario, sin efectos visibles hasta la fecha.
Ya puede estar tranquilo Chávez: si de jueces como Garzón depende, su destino judicial no será el de Pinochet. Desde que el presidente venezolano pronunció su famoso "¡Yanquis de mierda!", las autoridades venezolanas no se han limitado a expulsar a una star del establishment de las ONG. En las últimas semanas, los venezolanos han tenido que presenciar una avalancha de amenazas, seguidas de atropellos varios a periodistas, universitarios y dirigentes políticos. Los directores de Globovision, Alberto Federico Ravell, y El Nacional, Miguel Henrique Otero, han sido amenazados por un delirante diputado oficialista del Congreso venezolano nada menos que de conspirar para derrocar a Chávez. Vamos, como si mañana Magdalena Álvarez, siguiendo la estela del alcalde de Madrid y el ex director de ABC, también amenazara a Federico Jiménez Losantos con "ponerle en los tribunales". Y espero que Maleni no se cuente entre los lectores de Libertad Digital: lo último que conviene es darle ideas a quien no sabe formularlas.
El caso es que en Venezuela, en las últimas dos semanas, la escalada de intimidación ha alcanzado nuevas cotas: periodistas y universitarios conocidos por sus críticas al régimen son sometidos, en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, a medidas discriminatorias y tácticas de hostigamiento calcadas de los manuales del G2 cubano, incluida la confiscación y anulamiento de sus pasaportes. La lista ya es larga: los periodistas César Miguel Rondón, Leopoldo Castillo, Carla Angola y Berenice Gómez; el sociólogo Heinz Sonntag, cofundador del Observatorio Antitotalitario Hannah Arendt; el abogado y político Hermann Escarrá y el dirigente estudiantil Yon Goicoechea. Y hace una semana tuvimos una muestra más de la violencia que los venezolanos padecen a diario en las calles de sus ciudades (y que desde que Chávez gobierna se ha cobrado la vida de casi 100.000 ciudadanos, la inmensa mayoría por armas de fuego) con el espectacular asesinato de un dirigente estudiantil, acribillado en pleno día en la ciudad de Maracaibo.
Si el mandatario venezolano comienza a dar muestras de estar al borde de un ataque de nervios, no poco tiene que ver en ello el resultado del referéndum del pasado 2 de diciembre. En verdad, Chávez tiene razones para sentirse intranquilo. Desde esa fecha, que fue la de su primera derrota inocultable en las urnas desde 1999, el histriónico caudillo de Sabaneta ha tenido que enfrentarse a una cascada de contratiempos: desde el fracaso de su estrategia de apoyo a las FARC y el triunfo de la política de su archienemigo (después de Bush, claro), el presidente colombiano Álvaro Uribe, hasta el llamado Valijagate o Maletinazo y la investigación abierta por el Departamento del Tesoro de USA contra tres altos cargos de su Gobierno (entre ellos el ex ministro de Interior y Justicia Ramón Rodríguez Chacín) por un supuesto delito de ayuda a las actividades de narcotráfico de las FARC.
Todo parece indicar que 2008 puede acabar siendo al annus horribilis de Chávez. De lo que no cabe duda, acabe como acabe el año, es de que el presidente venezolano no ha digerido aquel primer revés de diciembre de 2007, que puso momentáneamente freno al proyecto revolucionario de ahondar en su tan rimbombante como anacrónico proyecto de instaurar en Venezuela el "socialismo del siglo XXI".
Refresquemos la memoria. Lo que pretendía Chávez en diciembre pasado era que el "soberano" pueblo de Venezuela le firmara un cheque en blanco para introducir reformas en 69 de los 350 artículos de la Constitución bolivariana de 1999, que en la práctica habrían significado la concesión indefinida de plenos poderes al hegemón de Miraflores. Mediante esta reforma constitucional, Chávez aspiraba ciertamente a perpetuarse en el poder, instituyendo la reelección indefinida del presidente de la República, pero también albergaba otras ambiciones. En aspectos fundamentales para el normal ejercicio de la democracia –tenencia y usufructo de la propiedad privada, derechos sindicales y diálogo entre los agentes laborales, libertad de información y opinión–, la reforma de Chávez suponía una clara deriva hacia una forma de ejercicio del poder teñida del rojo sangre de la lucha de clases y el verde oliva de las milicias cívico-militares del socialismo real a la cubana.
El hipostasiado "soberano" chavista le dijo no a ese juego de manos electoral. Por cierto, lo sucedido en Venezuela en diciembre de 2007 merece ser estudiado en las cátedras de Ciencias Políticas. Desde Jean-Jacques Rousseau, los defensores de la democracia deliberativa, con su aura de necesario paliativo al formalismo elitesco de la democracia representativa, quieren convencernos de que la auténtica democracia consiste en que "el pueblo" se pronuncie sobre cualquier asunto de interés público, por más que la complejidad o tecnicismo del mismo lo aleje de sus luces y competencia.
En España tuvimos el dudoso privilegio de padecer la infiltración en el debate político de esta rancia y peligrosa doctrina demagógica cuando el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, en su obsesión por deslegitimar al último Gobierno de José María Aznar, blandió el arma de destrucción masiva de las protestas ciudadanas contra asuntos tan diversos como el chapapote vertido en las Rías Bajas gallegas y la guerra de Irak. También es cierto que, desde el momento en que pisó por primera vez la moqueta de La Moncloa, el dirigente socialista dejó automáticamente de atender al rumor de la calle, y la media docena de multitudinarias manifestaciones contra su política de negociación y concesiones políticas a la banda terrorista ETA fueron despachadas al infierno de la "derecha extrema". Ya se sabe: la calle, el pueblo y otras metonimias de la opinión masivamente manipulable son cotos vedados de las artes venatorias de la izquierda.
El caso es que en diciembre a Chávez le salió, como suele decirse, el tiro por la culata. Y que una mayoría de venezolanos demostró, con el sentido de su voto, que no estaba dispuesta a dejarse llevar al huerto por un buhonero vendedor de humos socialistas. Eso sí: Chávez, tan respetuoso con el "soberano pueblo" siempre que le dé la razón en las urnas, no ha tardado en saltarse a la torera el veredicto de diciembre. A fines de julio impulsó por decreto la adopción de un paquete de 26 leyes que retoman punto por punto las principales reformas sometidas a consulta en el referéndum de diciembre. Vamos, lo que su amigo Rodríguez Zapatero llamaría genuino talante democrático.
Pero volvamos por un instante a nuestros detallistas y puntillosos medios. Para no variar, se han mostrado más atentos al circo que al pan: de Venezuela se han reseñado muchas noticias en estos últimos nueve meses, pero casi todas ellas tienen que ver con las salidas de tono de Chávez. Que si vino a España a hacer las paces con el Rey que lo mandó a callar, y gracias a ese faro de la diplomacia española que es Moratinos regresó a Caracas con dos regalos en su equipaje: el inmortal lema de Santiago de Chile ("¿Por qué no te callas?") estampado en una camiseta –por iniciativa nada menos que de Bush padre, amigote del monarca español y padre de quien para Chávez es la encarnación de Darth Vader–, y la venia de La Moncloa para nacionalizar las sucursales del Banco de Santander en Venezuela. Después nos informaron de la versión escatológica (es islamófila, por cierto) que dio Chávez del Yankees go home y, accesoriamente, de la expulsión de Venezuela del responsable para América Latina de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco. Nuestro juez-estrella, Baltasar Garzón, ha tardado varias semanas en denunciar este último atropello. Produce bochorno leer su alegato: queda claro que lo que indigna a nuestro selectivo exhumador de cadáveres de la reciente historia de España no es tanto la deriva totalitaria del Gobierno de Chávez como que sus consecuencias las haya tenido que padecer, en esta oportunidad, un amigo suyo.
Conviene leer las 266 páginas del informe "Intolerancia política y oportunidades perdidas para el progreso de los derechos humanos en Venezuela", elaborado por HRW. Se trata del primer balance detallado de la gestión de Chávez desde su primera elección, en diciembre de 1998, en lo que hace a conculcaciones y violaciones de derechos humanos en Venezuela. Un balance muy poco halagüeño para el histriónico impulsor del "socialismo del siglo XXI". Además de reseñar actos de discriminación política, el endurecimiento de las normas de control de los medios de comunicación, la violación de los derechos sindicales, el creciente hostigamiento judicial a defensores de los derechos humanos, este informe destaca como una de las más graves distorsiones del Estado de Derecho en Venezuela la masiva intervención política en el Tribunal Supremo de Justicia. Chávez es un aventajado discípulo de los sepultureros de la división de poderes que abundan en las filas del socialismo, así que no debería sentirse ofendido por este reconocimiento a su labor. Pero seguramente lo que más ha debido de escocer al mandatario venezolano es que el análisis detallado de su opinable gestión de una década de ejercicio del poder sea obra de una ONG como HRW, que en 2002 denunció –como no podía ser menos, por lo demás– el esperpéntico golpe de estado contra el presidente venezolano.
No sé si Garzón se ha tomado la molestia de leer el informe que su amigo Vivanco presentó en Caracas, y que le valió ser expulsado de Venezuela con modos dignos de la Seguridad del régimen castrista. Pero, de todos modos, hasta la fecha no se ha dado por enterado de otras recientes violaciones de los derechos humanos registradas en Venezuela. Será porque sus víctimas no han tenido la oportunidad de compartir simposios y ágapes varios con él, juez de la Audiencia Nacional que dedica más tiempo al cultivo de su imagen pública y la promoción de su carrera política que a instruir casos como el del chivatazo, presumiblemente debido a un responsable de la seguridad del PSOE, que tuvo por efecto mermar la eficacia de la redada ordenada contra el aparato de extorsión de ETA por el juez Fernando Grande-Marlaska. Han pasado dos años desde que Garzón comenzó a instruir este sumario, sin efectos visibles hasta la fecha.
Ya puede estar tranquilo Chávez: si de jueces como Garzón depende, su destino judicial no será el de Pinochet. Desde que el presidente venezolano pronunció su famoso "¡Yanquis de mierda!", las autoridades venezolanas no se han limitado a expulsar a una star del establishment de las ONG. En las últimas semanas, los venezolanos han tenido que presenciar una avalancha de amenazas, seguidas de atropellos varios a periodistas, universitarios y dirigentes políticos. Los directores de Globovision, Alberto Federico Ravell, y El Nacional, Miguel Henrique Otero, han sido amenazados por un delirante diputado oficialista del Congreso venezolano nada menos que de conspirar para derrocar a Chávez. Vamos, como si mañana Magdalena Álvarez, siguiendo la estela del alcalde de Madrid y el ex director de ABC, también amenazara a Federico Jiménez Losantos con "ponerle en los tribunales". Y espero que Maleni no se cuente entre los lectores de Libertad Digital: lo último que conviene es darle ideas a quien no sabe formularlas.
El caso es que en Venezuela, en las últimas dos semanas, la escalada de intimidación ha alcanzado nuevas cotas: periodistas y universitarios conocidos por sus críticas al régimen son sometidos, en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, a medidas discriminatorias y tácticas de hostigamiento calcadas de los manuales del G2 cubano, incluida la confiscación y anulamiento de sus pasaportes. La lista ya es larga: los periodistas César Miguel Rondón, Leopoldo Castillo, Carla Angola y Berenice Gómez; el sociólogo Heinz Sonntag, cofundador del Observatorio Antitotalitario Hannah Arendt; el abogado y político Hermann Escarrá y el dirigente estudiantil Yon Goicoechea. Y hace una semana tuvimos una muestra más de la violencia que los venezolanos padecen a diario en las calles de sus ciudades (y que desde que Chávez gobierna se ha cobrado la vida de casi 100.000 ciudadanos, la inmensa mayoría por armas de fuego) con el espectacular asesinato de un dirigente estudiantil, acribillado en pleno día en la ciudad de Maracaibo.
Este ya sombrío panorama puede empeorar ante la perspectiva de una derrota de los candidatos oficialistas en las próximas elecciones a alcaldías y gobernaciones, programadas el 23 de noviembre. Las encuestas de intención de voto apuntan a esa posibilidad. Y ya se sabe que los tiranos se dedican a dar palos de ciego cuando se sienten acosados.
Ana Nuño
http://exteriores.libertaddigital.com
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