quarta-feira, 15 de outubro de 2008

Rembrandt, pura intensidad emocional

La exposición acercará al pintor nacido en Leiden en 1606 al público de la pinacoteca madrileña, que sólo cuenta entre sus fondos con una obra del genio holandés. Se trata de esta 'Artemisa' (1634) a punto de beber las cenizas de Mausolo. En la sombra, una misteriosa figura observa la escena, un reflejo del amor de la reina de Pérgamo hacia su marido, ya fallecido.

Se le echaba en falta en este museo. Y ahora que está en él debería pedir asilo político. Rembrandt le sienta como un guante al Prado. Se halla como en casa junto a Rubens, Tiziano, Veronés, Velázquez..., sus padres artísticos. Pero la triste realidad es que sólo una engalanada «Artemisa» representa al maestro holandés en sus colecciones. De ahí lo esperado del nuevo proyecto científico y expositivo con el que el Prado abre temporada: una monográfica de Rembrandt en la que se revela como un excelente pintor de historias. Y dónde podía estar mejor que en el museo que atesora las grandes historias de la Historia del Arte. Ya sabíamos que era un maravilloso retratista (y autorretratista; se pintó en unas cuarenta ocasiones), así como uno de los mejores grabadores de todos los tiempos, junto a Goya y Picasso. Pero basta recorrer las dos salas de la ampliación donde cuelgan estas 40 obras de Rembrandt (35 óleos y cinco grandes estampas) para descubrirlo también como uno de los grandes narradores de la Historia del Arte. Aquí está «Rembrandt completando el Prado, y el Prado ennobleciendo a Rembrandt. Es un justo intercambio», afirma el director del museo, Miguel Zugaza.

Ha querido Alejandro Vergara -comisario de la exposición y uno de los cinco «gigantes del Prado» que se asoman este fin de semana a la portada de XL Semanal, junto con Javier Portús, Miguel Falomir, Manuela Mena y Javier Barón- que la exposición arranque y concluya con sendos autorretratos de Rembrandt, en los que se pinta como un personaje más de sus cuadros. En el primero, «Autorretrato con traje oriental», préstamo del Petit Palais de París, se inspira en uno de los Reyes Magos que aparecen en la «Adoración de los Magos», de Rubens. Y es que Rembrandt siempre sintió una verdadera fascinación por él. Era su modelo estético y profesional. «Quería ser Rubens. Busca el éxito y el dinero que tenía; quería ser, como él, una figura de la Historia del Arte. Por eso guía los inicios de su carrera. Por un lado, se mide al maestro; por otro, quiere ser original. De ahí surge una tensión en su obra», apunta Vergara. Durante el recorrido. «Santo Tomás» y una «Sagrada Familia», ambos de Rubens y de las colecciones del Prado, se verán las caras con algunos trabajos de Rembrandt.

Creador radical y ambicioso

En una primera etapa expresa su intensidad emocional -«es uno de los artistas más originales y profundos en su forma de plasmar las emociones humanas», dice el comisario- a través de gestos y miradas burlonas y jocosas. Pero también este radical y ambicioso creador, que posee una de las miradas más personales de la Historia del Arte, consigue esa emoción e intensidad con buenas dosis de teatralidad y dramatismo. Hay en la muestra dos buenos ejemplos de sus extremas historias. En «Sansón cegado por los filisteos» y «El banquete de Baltasar» se acerca a Caravaggio, a Bernini... al Barroco. Especialmente el primero, uno de sus cuadros más poderosos y expresivos. Es pura escenografía. Rembrandt coreografía con brutal crueldad el instante en que un filisteo clava la daga en el ojo de Sansón. Al fondo, Dalila parece danzar con el pelo del héroe caído entre sus manos. Sus espléndidos claroscuros (sólo está a su altura Caravaggio) recuerdan su obra maestra, «La Ronda de Noche». Pero ese dinamismo, ese vigor y energía físicos de los que hace gala en buena parte de su carrera dan un giro inesperado en torno a 1640.

Alejandro Vergara lo explica como el paso a un vigor espiritual, a una energía más mental que física, a una severidad moral e introspección. Esa transformación en la que su pintura se tranquiliza y se torna menos dramática es ya evidente en una «Sagrada Familia con ángeles», de 1645, cedida por el Ermitage de San Petersburgo. Se aprecia muy bien ese cambio contemplando esta preciosa y tierna escena, de una gran profundidad, junto a otra «Sagrada Familia», de 1633-35. Parecen salidas de pinceles distintos. Otro ejemplo de ese vuelco en su carrera es la maravillosa «Betsabé» del Louvre. Rembrandt explora en esta obra maestra el deseo sexual y sus consecuencias, comenta Alejandro Vergara. Los gestos agitados y dinámicos de sus anteriores composiciones deja paso a la quietud contemplativa, a la concentración psicológica y a cierta forma de trascendencia: «Rembrandt nos invita a asumir el papel del rey David, a ver lo que él vio y a desear lo que él deseó».

Sus mujeres como modelos

Con sus cuadros ocurre algo muy curioso, dice el comisario: nos piden siempre biografía e información del pintor. Pues bien, hay quien ve en esta Betsabé a Hendrickje embarazada, la mujer que estuvo junto a Rembrandt al final de su vida y con la que tuvo una hija, Cornelia. Asimismo, se identifica con Hendrickje la «Flora» que cuelga en esta muestra (también inmortalizó como Flora a su primera esposa, Saskia). La «Betsabé» de Rembrandt se mide con el «Marte» de Velázquez. Ambos están absortos, meditabundos, ensimismados... Tenemos curiosidad por conocer sus historias: ¿en qué o en quién piensan? ¿qué acaba de ocurrir en esa escena?

Pero la exposición, patrocinada por BBVA, nos depara más momentos intensos: una Salomé de Tiziano cuelga junto a Artemisa y Minerva, ambas de Rembrandt. «Jesús y el centurión», de Veronés, se exhibe cara a cara con «El banquete nupcial de Sansón», del maestro holandés. Lo mismo que dos retratos de San Bartolomé, uno pintado por Ribera, el otro por Rembrandt. Explica el comisario que se han incluido en la muestra seis cuadros del Prado (dos de Rubens y uno de Tiziano, Veronés, Velázquez y Ribera) para entender mejor, para alumbrar a Rembrandt, no para compararlo ni para que compita con esos artistas.

Finaliza la muestra, y de nuevo nos topamos con Rembrandt retratado por Rembrandt, pocos años antes de su muerte. En esta ocasión se autorretrata como el pintor ateniense Zeuxis, quien murió de risa mientras pintaba a una anciana. Tras una vida y una carrera intensas, Rembrandt vislumbra el final... y se ríe. Nunca sabremos de qué ni por qué.

Natividad Pulido
www.abc.es

Rembrandt. Pintor de historias

Museo del Prado, Madrid.
15 de Octubre de 2008 - 06 de Enero de 2009

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