sexta-feira, 24 de outubro de 2008

Los padres refundadores

Puede entenderse la frustración de Zapatero si España no es invitada finalmente al club de países convocados a renovar el sistema financiero mundial. Porque en esa cumbre se va asistir (según Sarkozy y otros exaltados) no a una faena de aliño, sino nada menos que a la «refundación del capitalismo». Como para perdérselo: plantar cara al Imperio primero y enmendar el capitalismo después, y todo en menos de un lustro. Un presidente para la Historia. Ni en sus sueños de joven promesa socialista, cuando su partido aún deambulaba por la trocha marxista, podría haberse imaginado a sí mismo en semejante papel: paladín del asalto a la fortaleza liberal y del golpe de gracia a la hegemonía americana en el mundo. Pero Bush, el anfitrión, no está por la labor.

Prefiere amigos sinceros. Los medios fieles salen al quite del Gobierno: exhiben rankings para explicar que España no tiene por qué estar. ¿Y sí Argentina, Corea del Sur o Turquía?

Socialistas nostálgicos y nacionalistas económicos llevaban demasiado tiempo esperando ajustar cuentas con el mercado. Unos aguardaban el gran desquite desde la caída del muro de Berlín, cuando un pretencioso profesor americano-japonés profetizó el hegeliano «fin de la historia» y el triunfo definitivo de las democracias liberales, y hubo quien le esperó en su puesto con la escopeta cargada. Un visionario más, que ahora abjura de sus propias predicciones y le echa la culpa de todo a los «neocons». Otros, los gaullistas de todos los países, lo llevan en la sangre; lo de la guerra sin cuartel al libre comercio, quiero decir. Hay, sin embargo, quien, más morigerado, reserva su certificado de defunción sólo para «el capitalismo salvaje», para los excesos del mercado, para un sistema basado en la desregulación y en el laissez faire. (A propósito, me pregunto por qué nunca se llama «socialismo salvaje» al de Stalin y Gomulka, al de Tito y Ceausescu; al eufemístico socialismo «realmente existente» que condenó a la esclavitud a decenas de millones de personas, no con hipotecas basura, sino con el hambre, la cárcel y los gulags. La importancia del lenguaje y de los «marcos de referencia», que escribía George Lakoff).

A los primeros, a los padres refundadores del capitalismo, entre los que se incluye nuestro presidente, les responde Peter Schiff desde las páginas del Washington Post: «No culpéis al capitalismo». Schiff es economista y presidente de una empresa de intermediación financiera, que se mudó al tranquilo Connecticut huyendo a la jungla de Wall Street, y vaticinó, ya en julio de 2006, la explosión de la burbuja inmobiliaria y sus subsecuentes plagas económicas, lo que la valió el mote de Míster Agorero. En esta crisis no es el mercado el que ha fallado, sino los gobiernos, nos viene a decir. Así como un mercado normal se rige por la ley de la oferta y la demanda, los mercados financiero e inmobiliario se mueven por la tensión codicia-miedo. La codicia es una motivación económica esencial para la asunción de riesgos, pero «en la pasada generación, el Gobierno ha removido de la ecuación el necesario contrapeso del miedo». Y la paradoja resultante de tanto frenesí antiliberal es que «un desastre provocado por políticas de los gobiernos desemboque en una interferencia aún mayor de esos mismos gobiernos».

A los segundos, a los fiscales de la causa contra el «capitalismo salvaje», quien les contesta es el editorialista de The Economist. Una regulación mayor no vacuna contra las crisis: dos de las mayores de los últimos tiempos, la de Corea del Sur y Japón, se produjeron en mercados altamente regulados. «Lo que se necesita no es más gobierno, sino mejor gobierno». En algunos casos, eso significará más reglas, pero en la mayoría de ellos lo que quiere decir son sencillamente reglas distintas; o incluso menos reglas. En cualquier caso, los líderes europeos nostálgicos del big government son los menos indicados para hablarnos de reglas. Se han saltado algunas de las más importantes de la Unión Europa para acudir en rescate de sus bancos y, a ese fin, han pasado incluso por encima de sus instituciones, la Comisión y el Banco Central Europeo en particular. Después del shock financiero y sus secuelas, ¿no será la Unión Europea, antes que el capitalismo, la que necesite una urgente refundación?

Eduardo San Martín
www.abc.es

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