España tiene cierto peso internacional. Pero su gobierno no lo tiene. Ésta es una realidad que todas las mentiras, proclamas, insultos, cabreos no podrán borrar. España se ha ganado ese peso, o prestigio si quieren, con una transición de la dictadura a la democracia que asombró gratamente al mundo y con un desarrollo económico que nos ha permitido pasar de país de emigrantes a país de inmigrantes. Pero no va a estar en la cumbre de Washington de noviembre, que va a poner nuevas bases al sistema económico mundial o «refundar el capitalismo», como también se ha dicho. Van a estar, sin embargo, países como México, Argentina, Suráfrica y Turquía, aparte de los más ricos y los pesos pesados, como China e India.
¿Por qué? Pues porque el anfitrión no quiere. George W. Bush parece decidido a no saber nada de José Luis Rodríguez Zapatero. No porque sea presidente del Gobierno español, sino porque, antes, Zapatero había demostrado no querer saber nada de Estados Unidos. No se levantó al paso de su bandera el 12 de octubre de 2003, retiró las tropas españolas de Irak nada más llegar al poder y pidió a los demás países que hicieran lo mismo. ¿Por qué tengo que mostrarme cortés con quien tan descortésmente nos ha tratado? Es la actitud de Bush. Y no sólo de él. Los desplantes de Zapatero no se limitan al presidente norteamericano. Recuerden su desafortunado posicionarse ante las elecciones francesas, italianas, alemanas, sus gracietas sobre Sarkozy y Berlusconi. Esas cosas se pagan. ¿Por qué Sarkozy no le invitó a la última minicumbre europea?
¿Por qué los demás callan o le apoyan sólo de boquilla? ¿Por qué le respalda sólo Brown, cuando sabemos que los ingleses siempre buscan aliados frente al bloque franco-alemán, y que terminan haciendo lo que sus primos norteamericanos?
Zapatero está solo. Y está solo porque su Alianza de Civilizaciones no es más que una reedición apolillada del neutralismo de Tito, Nehru, Ben Bella, cuando Yugoslavia ya no existe, Argelia combate el fundamentalismo, India es uno de los mayores aliados de Estados Unidos. Mientras Zapatero se aferra al antinorteamericanismo visceral de la izquierda española, con aliados como Cuba, Venezuela, Irán, ¿qué hace un hombre como éste en una reunión para refundar el capitalismo?, han debido de decirse sus anfitriones.
Aunque lo más grave no es eso, con serlo mucho. Lo más grave es que, con su «segunda transición», Zapatero está tirando por la borda el capital acumulado en la primera. Su ley de Memoria Histórica no es más que un intento de reescribir ésta, no ya desde 1978, sino desde 1931 y quién sabe si desde 1492, ya que sus dudas sobre el concepto de nación alcanzan a su concepto de España. Como presidente, desde luego, no ha hecho nada, dentro y fuera, por apuntalarla. Más bien lo contrario, y tanto sus nuevos estatutos como su exclusión de la cita de Washington lo confirman. Lo sentimos por España. Pero conviene recordar que le hemos reelegido los españoles.
José María Carrascal
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