domingo, 19 de outubro de 2008

La fosa del franquismo

Mucho se habla ahora de la exhumación de fosas comunes y la identificación de cadáveres de la Guerra Civil, asunto que se ha limitado a los asesinatos del bando franquista no sólo por su hipotético mayor número o porque los del bando contrario hubieran sido investigados por los vencedores de la contienda. También porque, desde la primera legislatura de Zapatero, flota en el ambiente (con distintas herramientas: las tumbas, la «memoria histórica», la pretensión de identificar a sus adversarios políticos con la dictadura, la reivindicación acrítica de la República, etc.) la voluntad de condenar el franquismo no como un juicio histórico, sino como un asunto presente.

Basado en una suerte de particular maniqueísmo (el de la perfección de un bando y la maldad intrínseca y hereditaria de otro), se ha puesto en juego en el escenario político una curiosa «mentalidad de acreedores», peor incluso que la que Itsvan Bibo teorizó sobre lo ocurrido en los pequeños países del este de Europa. El «republicanismo cívico», que se ha convertido en la crema cosmética del nuevo socialismo español, tiene como uno de sus principales fundamentos teóricos entender la libertad como «ausencia de dominación». Se trata de un concepto paradójico porque la «ausencia» hace referencia no a la falta de coacción y a la creación de un espacio de libertad sólo limitado por la libertad de los demás -como la famosa «libertad negativa» de Isaiah Berlin-, sino algo «positivo», sometido a un determinado fin histórico en el que los poderes públicos se ven impelidos a «liberar» a los ciudadanos -quieran o no, se consideren o no dominados- de los impedimentos de aquel fin. La «liberación» del franquismo, presentado como un fantasma presente en cada detalle de la vida política actual, jugaría este papel y, además, convierte a la sociedad española en una útil combinación de «nosotros» (los liberadores) y «vosotros» (los que, simbólica o materialmente, quieren seguir dominando).

Amigo del «espectáculo»

El auto de Garzón, y el sumario abierto después para zafarse de la oposición de la Fiscalía, responde a estos criterios. De hecho, la exhumación de fosas e identificación de cadáveres es en realidad un «además» al propósito de abrir una causa general por los crímenes del franquismo convirtiéndolos de modo más falso que exagerado en crímenes contra la Humanidad para fundar su imprescriptibilidad más allá de la Ley de Amnistía y la competencia de la Audiencia Nacional más allá de la de los juzgados ordinarios que deberían atender las legítimas peticiones de familiares para la identificación de los cadáveres. Se ha dicho que Garzón es amigo del «espectáculo», y algo de ello podría haber en esa inclinación a poner en marcha «sumarios río» que, activos o durmientes, le permiten reclamar las causas que en cada momento le interesa instruir. Sin embargo, en este caso se suma a ello una concepción política más general, incluso por encima de las consideraciones jurídicas a las que se oponen tantos especialistas y, en concreto, la propia Fiscalía, y hasta del sentido común, como las peticiones del certificado de defunción de Franco y otros y dar por buena, jurídica y moralmente, la Causa General del franquismo para no considerar más que los crímenes de una parte.

Si no encuentro razones para negar el derecho a la identificación de los cadáveres, tampoco para este espurio juicio al franquismo o a los franquistas, sobre todo después de la Ley de Amnistía y la arquitectura moral con la que se construyó la Transición. Los defensores de este sumario arguyen que el Estado ni puede olvidar ni dejar de hacerse responsable de sus crímenes, pero este proceso ni es contra el Estado ni se refiere a los crímenes olvidados del Estado, sino sólo a unos determinados y por motivos evidentemente políticos. No se entiende el «ambiente» en que se dicta el auto y se inicia el sumario sin una absurda división de los españoles de hoy entre dominados por el franquismo y herederos dominadores, que es el que ha convertido la «memoria histórica» (contradictoria en sus propios términos) en una herramienta vengativa y simuladora y la interrogación de los historiadores sobre el franquismo en un interrogatorio. La Transición y la Amnistía no suponían olvido y no eran sólo perdón, sino la conversión del acusativo «vosotros» en el «nosotros» de una ciudadanía democrática. Esa era la tumba del franquismo.

German Yanque
www.abc.es

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