La causa general contra el franquismo abierta por el juez Garzón nos permite ilustrar un fenómeno muy propio de nuestra época, al que ya nos hemos referido en numerosas ocasiones. Se trata del sometimiento del Derecho a conveniencias coyunturales, de la sustitución de la lógica jurídica por un conglomerado de mecanismos emotivos que apuntalan una determinada concepción ideológica de la realidad. El auto de Garzón está plagado de inconsistencias lógicas que provocan el repudio de cualquier persona mínimamente instruida. Así, por ejemplo, en algún pasaje de dicho auto se reconoce que también los vencidos perpetraron «actos violentos execrables, masacres y violaciones»; pero se justifica que tales actos no sean ahora incluidos en esta causa porque los vencedores ya se encargaron en su día de «hacer justicia». Tal vez esta argumentación cuele en un debate televisivo, entre exabruptos voncingleros y salidas de pata de banco, pero en términos jurídicos se nos antoja inadmisible. En primer lugar, resulta notorio que muchos crímenes execrables perpetrados por los vencidos durante la Guerra Civil han quedado impunes; en segundo lugar, resulta más notorio aún que no se podría dar por buena la justicia impartida por un régimen político al que se está acusando al mismo tiempo de cometer «crímenes contra la humanidad». Se trata de un contrasentido flagrante; o de algo mucho más perverso: pues para que hubiera contrasentido, se requeriría el concurso de dos sentidos encontrados. Aquí sólo hay sinsentido enmascarado de emotividad.
Al tratarse de un auto en el que cada párrafo incluye al menos un «non sequitur» desde el punto de vista jurídico o meramente lógico, entrar a analizar sus inconsecuencias equivale a caer en la trampa de aceptar el «sistema mental» que las ha urdido. Sería tanto, en fin, como entrar a discutir con un visionario si sus visiones y fantasmagorías son del todo o sólo en parte descabelladas, en lugar de diagnosticar el trastorno que las ocasiona. Para mí, el trastorno que anima este auto es de naturaleza megalómana; y lo que esa megalomanía persigue no es otra cosa que declarar inacabada la Guerra Civil, para volver a librarla en los despachos, con resultado diverso, setenta años después. Que era, por cierto, el mismo propósito que animaba a nuestros gobernantes, cuando se sacaron de la chistera el tabarrón de la memoria histórica; sólo que a nuestros gobernantes aquel propósito se les escapó de las manos, puesto que consiguieron, en efecto, que las viejas heridas volviesen a sangrar, pero no que los españoles aceptasen pacíficamente la versión oficial que se pretendía imponer. Puesto que tal versión no se pudo establecer mediante la propaganda política, llega ahora Garzón a otorgarle cobertura jurídica en un rapto de megalomanía. Pero ya se sabe que la megalomanía es un impulso emotivo reñido con la probidad.
Si se hubiese conformado con ganar la Guerra Civil y rectificar la Historia desde su despacho de la Audiencia Nacional, la empresa de Garzón sólo se nos antojaría desquiciada, como aquella votación de los ateneístas en la que decidieron sobre la existencia de Dios. Pero Garzón ha mezclado a los muertos en un zurriburri espantoso, usándolos como coartada y a la vez como escudo protector, de tal modo que cualquiera que ose criticar su auto se convierta ipso facto en una alimaña que niega a los hijos o nietos de quienes fueron fusilados y enterrados en una fosa común la posibilidad de identificar los restos de sus antepasados. Y aquí es donde el auto de Garzón deja de ser descabellado, para hacerse alevoso, pues para favorecer esas identificaciones no hacía falta incoar un simulacro de proceso que sólo satisfará el prurito megalómano del juez y las sórdidas pretensiones de pescadores en río revuelto, que han encontrado en la moda del frenesí exhumatorio una cortina de humo a su resentimiento. Mientras tal frenesí se desata, seguimos sin noticias de aquella fosa común que hace unos meses se halló en Alcalá de Henares, seguramente abastecida con víctimas procedentes de los calabozos del SIM; pero para Garzón estas víctimas -como tantas otras caídas en zona republicana- no existen, porque con ellas ya se hizo justicia. Que es una forma cínica de decirles que se pudran.
Juan Manuel de Prada
www.juanmanueldeprada.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário