segunda-feira, 20 de outubro de 2008

Genoma humano: progreso científico para el avance de la civilización


Han sido muchos los acontecimientos ocurridos, desde que se hiciera público el primer borrador del genoma humano, a principios del año 2001. Como es sabido, el citado borrador, notablemente perfeccionado desde entonces, pues los errores y lagunas eran muchos, representa el patrón de la información genética detallada que define la especie humana. Su conocimiento abrió la posibilidad de detallar también, hasta un nivel muy profundo, la individualidad genética de cada ser humano. Se trata de una cuestión, la de cada ser humano como único e irrepetible, que tiene múltiples facetas; de alguna forma, la dignidad intrínseca, que la verdadera civilización atribuye a cada uno de los integrantes de nuestra especie, también se ejemplifica en los datos que hoy nos aporta la Ciencia más avanzada.

Disponer de esta información sobre el genoma humano permite plantear una enorme cantidad de nuevos programas científicos, destinados a aprovechar ese conocimiento, que actualmente están en pleno desarrollo en muchos lugares del mundo. Entre ellos, los destinados a desarrollar una Medicina individualizada que no es otra cosa que utilizar los datos de la individualidad genética de cada cual, para mejorar la atención sanitaria a lo largo de la vida. Se trata, por ejemplo, de plantear medidas preventivas que beneficien a cada persona, en función de lo que se pueda deducir de sus datos genéticos. Se trata, igualmente, de que la atención farmacéutica que reciba tenga en cuenta qué fármacos son los más adecuados para el propio individuo, o cuáles no lo son en absoluto, aunque puedan ser útiles para otros. En definitiva, se pretende conocer hasta qué punto los genes de los que somos portadores -dotación que cada uno recibe a partes iguales de su padre y de su madre- influyen en nuestra salud, así como cuál es el alcance del ambiente en el que nuestra vida se desarrolla. No sólo somos genes, sino que a partir de esta dotación genética nuestro ser biológico se materializa en interacción con el ambiente. Por ambiente se debe entender todo nuestro entorno vital, desde el clima a la alimentación o la educación que recibimos.

El brillante premio nobel Sidney Brenner ha llegado a escribir que todo este conocimiento define un nuevo paradigma científico, porque la Humanidad como tal representa un nuevo modelo. No cabe duda de que los avances en el genoma humano son una nueva fuente de conocimiento y de posibilidades. Sin embargo, la especie humana hace muchos años que ha llegado a esa conclusión. El reconocimiento de dignidad de la persona es la medida de la civilización; los nuevos hallazgos no hacen sino confirmar algo que está escrito en nuestra propia naturaleza, y que como seres humanos hemos podido ir materializando. Claro que a lo largo de la Historia ha habido ejemplos de lo contrario, momentos oscuros para esa civilización humana. También está claro que el propio concepto de vida humana -y la dignidad que le corresponde- pretende ser revisado por algunos en estos momentos, especialmente en lo que representan sus inicios o su final natural.

Pero, interesa mucho a todos considerar algunos aspectos del conocimiento nuevo, para que de cada avance científico se pueda derivar un verdadero progreso. Los avances de la Ciencia suponen un recorrido por un camino plagado de hallazgos ciertos, pero entremezclado de territorios de incertidumbre. La honradez más elemental demanda tanto establecer la verdad científica, como analizar sus alcances en términos precisos. Las interpretaciones carentes de base pueden ser -han sido, algunas veces- el origen de grandes conflictos.

Una conclusión que los datos genómicos establecen con claridad es que no existen razas humanas, si por razas se entiende grupos de seres humanos separados, entre los que pueda caber una distinción biológica clara. La especie humana es única, no hay fronteras que separen en grupos a quienes la integramos. Es ésta una cuestión en la que los descubrimientos científicos no hacen otra cosa que confirmar a quienes propusieron reconocer ese hecho fundamental, desde el ámbito religioso, político o social. Las observaciones son contundentes; hay una variabilidad genética, todos somos diferentes. Esas variaciones, en parte, son heredadas de nuestros antepasados que mezclaron sus genes, lo que sigue potenciando esa variabilidad. La variación hoy existente se puede datar a los inicios de la especie. Las diferencias de color de piel, así como de otras características externas muy visibles, son debidas a meras adaptaciones. Si se cuantifican las diferencias genéticas entre dos individuos, incluso considerados como de la misma raza, su valor alcanza niveles muy superiores a aquellas que puedan determinar las diferencias raciales o étnicas.

La Ciencia biológica asesta un duro golpe a todas aquellas posiciones -sostenidas en el pasado, pero también en el presente, no nos engañemos- que hacen énfasis en la significación de la etnicidad. Se podrán buscar explicaciones culturales o sociales sobre la existencia de grupos étnicos, así como a su proyección en la situación actual para demandar determinados derechos de grupos, por encima del individuo. De hecho, sabemos que esta búsqueda ha contaminado el cultivo de la Historia, desde sus fundamentos arqueológicos, cuando ésta se ha pervertido al servicio de determinadas ideologías y propuestas nacionalistas. Sin embargo, los avances sobre el genoma humano y la individualidad genética, tan útiles para la Medicina, representan una oportunidad más para la civilización. Un grupo multidisciplinar de académicos de la Universidad de Stanford insistía acertadamente en esta idea. La utilización de categorías raciales o étnicas, que sigue siendo empleada en Medicina, por ejemplo, para establecer la incidencia de determinadas patologías en caucasianos o personas de color, debe hacerse con precaución y con conocimiento de causa. Los grupos étnicos tal como se definen tienen un sustrato cultural y social, que con frecuencia va mucho más allá de lo biológico. Es preciso estar alerta frente a explicaciones genéticas de diferencias entre grupos humanos, en especial cuando se trata de caracteres de determinación compleja como la conducta o la capacidad intelectual.

Conocer la naturaleza es parte del progreso humano, que se asienta y avanza aun más a través del conocimiento de nuestra propia naturaleza como seres vivos. A nuestra propia libertad le es dado aprovechar ese conocimiento para profundizar en lo que más nos dignifica, el respeto a los derechos de todos, pero también de cada persona como única e irrepetible. Cada vez que sabemos en qué consiste ese ser único de cada individuo, nuestra civilización puede seguir avanzando sobre estas bases.

César Nombela
Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

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