El sacerdote iraquí Ragheed Aziz Ganni, de 35 años de edad, y tres subdiáconos, murieron el domingo 2 de junio del 2007, después de haber celebrado la Eucaristía, cuando dejaban la Iglesia en un coche. Los subdiáconos siempre acompañaban al sacerdote para tratar de protegerlo. De repente, el coche fue detenido por hombres armados que procedieron a ametrallarles. Junto a los cuerpos, colocaron explosivos de manera que nadie pudo acercarse durante horas, por miedo a que estallaran».
Esta es la descripción de uno de los asesinatos de cristianos en la ciudad de Mosul, en Irak. Este joven sacerdote, a quien tuve la suerte de conocer apenas cinco meses antes de su asesinato, era pura alegría, pura entrega. Becado por «Ayuda a la Iglesia Necesitada» para su doctorado en Teología en Roma, y sabedor de las amenazas y peligros que le esperaban si volvía a su patria, quiso regresar a Mosul y, como el buen pastor, permanecer allí con sus ovejas. Su muerte llenó de dolor a un pueblo herido, un pueblo que solo ha derramado sangre en los últimos veinte años, un pueblo que quisiera oler el aroma de la paz y solo huele a pólvora y odio.
Allí se está secuestrando, asesinando a sacerdotes, a obispos, a simples ciudadanos por el mero hecho de apellidarse como Cristo. El musulmán normal, sea suní o chiita, respeta al cristiano. Cuando estuve en Irak pude comprobar cómo incluso algunos de ellos veneran y rezan a la Virgen María, respetando también a las monjas que atienden escuelas y orfanatos, e incluso confiando a sus propios hijos a su educación.
Pero el fundamentalismo radical de Al Qaida odia a los cristianos. Su presencia les molesta, e intentan por todos los medios forzarles a que abandonen sus ciudades. Ahora, de forma manifiesta y descarada, se ha desatado en Mosul la caza del cristiano. Fruto de ello son los más de 20 asesinatos de ciudadanos y las más de 1.500 familias forzadas a un éxodo a ninguna parte, careciendo de lo más básico para subsistir y abandonando las seguridades de su casa, sus escuelas y sus trabajos.
En los oídos de los cristianos de Irak resuenan las palabras de Cristo: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros». Su voz consuela y da sentido a su sufrimiento, pero también se alza un clamor: ¿cuándo podremos vivir en libertad en nuestra propia tierra?
Javier Menéndez
Director de «Ayuda a la Iglesia Necesitada»
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