quarta-feira, 15 de outubro de 2008

La castroenteritis de Zapatero


El camarada Pérez Roque -acreditado viajante del castrismo allende las murallas del penal caribeño- no volverá a La Habana con una figurita de Lladró, que son tan socorridas y quedan divinamente. Ni con uno de esos carteles taurinos («Your name here») con San José Tomás al frente de la terna. Ni con una flamenca -que hay que ver qué pitones tienen las flamencas- para poner encima de la tele. Sin embargo, se llevará de España un bonito recuerdo: el compromiso tácito del señor Zapatero de que se encenderá un cigarro con la deudas del Régimen. Igualito, igualito, que aquellos ricachones que nos pintaban los tebeos. Vamos, que lo más «typical» del socialismo poscañí es la corrida de la Beneficencia. A cambio, Pérez Roque aliviará los gastos palaciegos suministrándole un surtido de vegueros. O no, que la ocasión la pintan calva y, el que no corre, vuela.

Eso de liquidar el pagaré de los cubanos -el pagaré con que se paga el salario del miedo- es un brindis al sol en tiempos de tinieblas. Equis millones de euros no van a ningún sitio (exceptuando al limbo de las cuentas secretas) y, en cualquier caso, nunca vuelven. Ni bebiéndose a morro el «Floridita» -un paraíso del daiquiri, palabra de Ernest Hemingway-, aflojarían la pasta que nos deben. Ni borrachos; ni ciegos; ni en pleno «delirium tremens». Óigame, compay, por morro que no quede. El último en salir que apague El Morro, dictamina, a escape, el refranero isleño. (Vamos, que Malecón el último, en homenaje a la memoria de Reinaldo Arenas).

Pero, si la munificencia irresponsable del señor Zapatero no tiene, en lo económico, ninguna trascendencia, desde el punto de vista moral es una charranada, un gargajo indecente. Estamos contribuyendo a que el caimán barbudo no termine de irse a Barranquilla o al infierno. Estamos subvencionando la mordaza con que se acalla al disidente. Estamos fomentando la peste verde-oliva que infecciona a los caudillos petroleros. Estamos revistiendo a los verdugos con las galas de la credibilidad y del respeto. Estamos concediendo un tiempo extra. Un tiempo para que afilen la guadaña y sigan cosechando las hieles del silencio. Un tiempo para que soliciten un nuevo tiempo muerto. ¿Quién puede decir que el tiempo es oro en la balsa de plomo que botaron aquel 1 de enero del 59? En Nochevieja, hará ya medio siglo desde que se paró el reloj de la existencia. Exceptuando, por supuesto, la delicada maquinaria que lucen, a flor de piel, las jineteras: «Time is money, papito». ¡Azúuuucar morena!

Lo que resulta paradójico es que las dictaduras comunistas no hayan olvidado el Padrenuestro -el de antes, no el nuevo-, aunque transformen la oración en exigencia: «¡Perdónanos nuestras deudas!». Y de ahí no se apean. Bien es verdad que el presidente Zapatero -que estás en los cielos- no duda lo más mínimo en remediar al pedigüeño. Le perdona las deudas, amén de las ofensas, y le renueva, sin avales, la póliza de crédito. Sólo alguien muy crédulo (o, quizá, muy artero) se relame de gusto al tragarse el anzuelo. Al engullir el garfio que ceba el Coma-andante (más comatoso que andariego) con la misma carnaza que ha utilizado siempre. Dándonos su palabra de que relajará los puños mientras trinca el dinero. A cambio de un trato, un cheque. La sola diferencia entre el trato y la trata es que hoy los esclavos han subido de precio.

En el parque temático de la revolución pendiente lo único que sobra es carne mancillada con la que alimentar el mercadeo. Un preso sale libre y otro ocupa su puesto, según la normativa de la celda caliente. ¿Cabe pensar que cesará la rabia cuando la diñe el perro? Si cabe es a la fuerza y con muchísimos aprietos. Y la castroenteritis, hasta entonces, campará por sus respetos merced a gorilas como Chaves y a compañeros de viaje como Rodríguez Zapatero. La castroenteritis es una patología que diagnosticó Cabrera Infante enarbolando el bisturí del verbo. Allá donde se encuentre, se habrá puesto hecho un tigre (un triste tigre, evidentemente) al contemplar el vergonzoso gatuperio. «Con Castro nada, contra Castro todo», fue su lema. Pues no hay manera.

Tomás Cuesta
www.abc.es

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