sexta-feira, 31 de outubro de 2008

El dinosaurio


Hace ya casi veinte años, el dinosaurio resucitó. Llevaba muchos siglos dormido en nuestra memoria antigua, pero de repente la moda del cine convirtió su estudio en una pasión que desembocó en un parque temático. Sin embargo, el dinosaurio nunca dejó de ser estudiado por los especialistas, entusiasmados cada vez que se abría una luz en sus muchos enigmas. En el lenguaje coloquial, se entendía que un dinosaurio era un señor muy viejo con unas ideas muy antiguas y obsoletas, aunque el hombre trataba de imponerlas como si fueran las únicas posibles y decentes. En este sentido metafórico, Franco llegó a ser para los españoles un dinosaurio que nos amenazaba todos los días con su inmortalidad, una insoportable y tan pesada condición que final y felizmente resultó ficticia. A la salida de una guerra criminal, había creado un laberinto «paradisíaco», un parque temático odioso fuera del cual corríamos el peligro de quedar sin aire y morir de frío. Dinosaurios fueron también Stroessner en Paraguay, Somoza en Nicaragua, el doctor Francia (también en Paraguay) y, antes, Juan Vicente Gómez en Venezuela. Dinosaurio es Fidel Castro, el más dinosaurio de los sátrapas, que ahora se seca poco a poco en un lugar secreto de Cuba. En el futuro, los diccionarios hablarán del dictador cubano como un dinosaurio que vivió en una isla del Caribe en tiempos de Lezama Lima. En Colombia, el dinosaurio se camufló en caimán para que la canción popular volara de la montaña a la costa caribe: se va el caimán, se va el caimán, se va pa´ la Barranqilla.

En la literatura en lengua española, el dinosaurio más famoso es el que hizo escribir su famoso cuento a Augusto Monterroso, un escritor mínimo que fue grande entre sus muchos amigos. Acabo de releer algunos de sus cuentos más breves y sigo pensando que no es tan gran escritor como sostienen muchos de sus lectores y críticos. Me parece un escritor ingenioso, de ocurrencias breves y certeras, que tiene su antecedente primero en Esopo, un sabio que descubrió el zoológico, antes de que se inventara, como mecanismo para interpretar la vida de los hombres. El mérito atribuido a Monterroso, el de haber escrito el cuento más breve del mundo, tampoco es cierto y por ahí se encuentran frases más cortas que las suyas, que son todo un relato bíblico. «Y al séptimo día, descansó», por ejemplo. «Eche usted y no derrame», por poner otro ejemplo. De todas maneras, no hay duda de que el dinosaurio de Monterroso es el más socorrido de todos los dinosaurios literarios del mundo. Sobre ese animal de Monterroso se han vertido miles de cábalas y los más arriesgados se han atrevido incluso a interpretar el cuento como una metáfora que encierra un terrible secreto.

Algún escritor amigo de Monterroso dijo una vez que bajo el disfraz del dinosaurio se encontraba el padre del cuentista guatemalteco, un progenitor que tenía tres acendradas costumbres en su vida cotidiana: una buena, una mala y una regular. La buena era desearle todas las noches buenos sueños a su hijo y la mala despertarlo en la madrugada de todos los días para que fuera al colegio; la regular era que llamaba a su hijo por el apellido, «Monterroso». Ni Augusto ni Tito, sino «Monterroso». Los más políticos sugieren, por el contrario, que lo que Monterroso quiso escribir es una metáfora del dictador latinoamericano, un dinosaurio por el que pasan los años sin dejar ninguna huella aparente. Algún profesor norteamericano fue más allá y dijo en una de sus clases magistrales que el escritor en su brevísimo relato quiso denunciar el poder omnímodo del Imperio norteamericano, olvidándose de la entonces vejez intemporal del sistema soviético. Algún viajero interpretó el cuento como la biografía de un faulkneriano que viaja en un viejo Ford donde una noche se quedó dormido de cansancio. Eso es lo que tiene de bueno el cuento de Monterroso, que sobre él se han inventado miles de exégesis que son a su vez miles de relatos inventados sobre un cuento muy breve.

A un político español de cierta relevancia le preguntaron por el dinosaurio de Monterroso el día en que al escritor le otorgaron el Premio de las Letras Príncipe de Asturias. «Lo llevo por la mitad», dijo el hombre, por peteneras. En una emisora de radio, otro político español, también de alguna relevancia, fue preguntado de repente por el dinosaurio de Monterroso y contestó garboso que tenía todo el fin de semana próximo para leerlo. El colmo de la risa fue la respuesta de un importante periodista, comentarista político (para variar), que confesó no haber leído «el libro» del dinosaurio pero que, como contrapartida, había visto la película un par de veces. «Con mis hijos», añadió.

Tanto creció la fama del dinosaurio de Monterroso que al escritor se le conoció y se le conoce sólo por ese cuento, al menos fuera del mundo literario, como si no hubiera escrito otras parábolas parecidas que no parecen haber corrido la misma fortuna de la fama. Según algunos de sus amigos más cercanos, en los últimos años de su vida Monterroso estaba tan harto de su dinosaurio que confesaba que mejor hubiera sido no escribirlo. Incluso hubo un escritor muy famoso y culto que citó el cuento del guatemalteco en uno de sus muy leídos artículos, aunque cambió en un lapsus comprensible el dinosaurio por un unicornio, animal maravilloso, mítico y literario que vino a enriquecer las variantes del cuento original de Monterroso. A estas alturas no tengo que informarles de que se han hecho tesinas y doctorados en universidades americanas y europeas que tratan de desentrañar la verdad del dinosaurio de Monterroso. Un doctorado alemán llega a la alambicada conclusión de que en el nombre del bicho secular Monterroso estaba escondiendo el irreverente y maniático vicio solitario de la escritura, que nunca abandona al verdadero escritor, ni siquiera dormido.

Hace unos días, el hombre más viejo que habíamos visto en mucho tiempo pasó por delante de unos amigos que estábamos sentados en una terraza de Madrid. «Ahí va el dinosaurio de Monterroso», dijo uno de mis amigos. Y otro, el novelista Pedro Sorela, saltó al instante para decir, como Monterroso, que estaba harto del dinosaurio de Monterroso y que iba a contar la verdadera versión del cuento. Sucedió, contó Sorela, que cuando Tito Monterroso era un joven, en una de las clases a las que asistía se quedó dormido su compañero de pupitre, después de una curda espectacular que mantuvo abierta hasta el amanecer. De repente, el muchacho se despertó en clase y dijo el cuento de un golpe: al profesor, eterno y pesado, le llamaban sus discípulos «el dinosaurio». Eso fue todo, según la versión del propio Monterroso, que tal vez se la inventó sobre la marcha para reírse una vez más de sí mismo antes que de los demás, que era lo mejor que hacía junto con el cultivo de la amistad, el sentido del humor y la escritura. Siempre «con ese instinto que tenemos los bajitos para reconocernos en público», según irónica sentencia del mismo Monterroso, el escritor del dinosaurio más famoso de las literaturas de lengua española.

J. J. Armas Marcelo, escritor
www.abc.es

quarta-feira, 29 de outubro de 2008

Baltasar Garzón, Santiago Carrillo y Andrés Nin


Hace ya varios años, un amigo me decía: "¡Este loco de Garzón sería capaz de procesar hasta a Bush!". Seguro que no le faltaron ganas, ni a su hija de 8 años, a quien obligó a manifestar contra Bush, pero no se atrevió, es de una audacia muy relativa. No doy el nombre de mi amigo, bastante ilustre, más progre moderado que neocon, porque temo que Garzón, para vengarse de no haberse atrevido a nada contra Bush, le persiga y le castigue.

Yo, en cambio, le voy a dar un consejo al juez Garzón; en vez de intentar llevar ante el Tribunal Internacional de La Haya (ese aquelarre), el Tribunal de Núremberg, o el de las Batuecas, a 35 muertos, el primero siendo Franco, ¿por qué no imputa, como criminal de guerra, y responsable de crímenes contra la Humanidad, a un vivo, y además por poco tiempo? Me refiero a Santiago Carrillo, porque éste reúne todas las características del asesino político. No me refiero sólo a la masacre de Paracuellos, cuando era el jovencísimo responsable de la Seguridad de la Junta de Defensa de Madrid, sino a todos los paseos, de los que se habla menos, y de los ajusticiamientos de comunistas inconformes, después de la II Guerra Mundial, el caso Bullejos, el caso Comorera, muchos otros, como las ejecuciones de los jefes guerrilleros comunistas, que se negaban a abandonar las armas, pese a las órdenes de Stalin. Durante años fue el especialista del crimen político en el marco de la Internacional comunista, en su sección española, y jamás estuvo en el frente, siempre en las grises oficinas del terror comunista. Otros, como Lister, o el Campesino, fusilaron mucho, demasiado, durante nuestra Guerra Civil, pero estuvieron en el frente, Carrillo jamás. Como nunca estuvo clandestinamente en España, como otros dirigentes comunistas, hasta después de la muerte de Franco, con ese paripé de la peluca, espectáculo circense tan bien montado por Adolfo Suárez. Pero, claro, el juez Garzón no va por la onda de la verdad y de la Justicia, no quiere saber nada de los crímenes de los antifranquistas, lo que pretende es montar una gigantesca estafa histórica, para convertirse él en personaje histórico, ya que ni siquiera ha logrado ser ministro. Esta gigantesca operación que pretende demostrar que el franquismo organizó un genocidio, y puso en marcha un plan de exterminio total de los rojos, es un tal aquelarre, que es probable que no pueda llevarlo totalmente a cabo, pero eso le importa un comino, porque, como dicen sus hinchas, "puede que jurídicamente fracase, pero simbólicamente es un éxito". Pues meteos esos símbolos en el culo, y hablemos de cosas serias.

Yo no niego que el franquismo cometió multitud de crímenes, pero personalmente me repugna esa siniestra contabilidad, para saber quién mató más. Todos mataron demasiado. Pero en términos históricos y con un mínimo de serenidad, resulta evidente que en el campo republicano, o rojo, o soviético, como quieran ustedes calificarlo, la guerra civil, dentro de la guerra civil, cobró en dicho campo un aspecto peculiar (que no existió en el campo nacional o franquista). Estoy hablando del terror y la represión que ejercieron los comunistas contra otros antifranquistas. Y es por eso que he puesto el nombre de Andrés Nin en el título. No es que yo tenga una admiración particular por el político Nin, pero confieso que por el hombre sí. Cuando tantos, Bujarin, Zinoviev, Radek, London, etc, confesaron bajo la tortura, Nin no. Y nada tuvo que ver la suya con las torturas de la Puerta del Sol: ¡fue despellejado vivo! Y no confesó ser un "hitlero-trotskista", ni un agente de Franco. Pero ese horror-terror comunista, el señorito Garzón no quiere verlo; no le es rentable, prefiere condenar globalmente una dictadura y un dictador muertos, eso si que es rentable, según él, y según el franquista de Miguel Ángel Aguilar.

En un libro-entrevista, que creó que se llamaba Demain l’Espagne, Santiago Carrillo, entrevistado por los memos Max Gallo y Regis Debray, reconoció que Andrés Nin había sido asesinado bajo la tortura, pero añadía: "Teniendo en cuenta las circunstancias políticas de la época, ese crimen fue necesario". Y Gallo, Debray y Garzón se dan por satisfechos: cuando un crimen es necesario políticamente, pues adelante, a matar.

Evidentemente, esta gigantesca estafa histórica tiene un objetivo político, además del fenomenal autobombo del juez Garzón, que puede definirse como chantaje: los que se oponen a su proyecto lo hacen porque son franquistas, o lo fueron, o son sus herederos, o "sociológicamente" son franquistas, o sea que no tienen derecho a hablar, y aún menos a existir políticamente. La venganza de don Mendo progre. Las escopetas, claro, apuntan al PP, pero en un momento en el que el zapaterismo necesita y pide su ayuda, para sus Presupuestos, sus Estatutos y sus hostias, es probable que Garzón fracase, o fracase a medias.

Yo, desde luego, he sido y soy mucho más antifranquista que Garzón, pero menos estafador, porque sé que, me guste o no, la transición democrática ha sido, en buena medida, obra de franquistas: el Rey, designado a dedo por Franco, Adolfo Suárez, que no era precisamente el secretario general del POUM, Fraga Iribarne, muchos más. Cebrián, menos.

Los restos de Federico García Lorca yo ya los tengo, son sus Obras Completas, y si su familia quiere, o no, abrir la fosa es cosa suya, como en los demás casos, que deberían negociarse entre familias y alcaldes, o autoridades regionales, sin todo este batiburrillo mediático y propagandístico, porque los "desaparecidos", repito, no son sólo "víctimas del franquismo". ¿Dónde están los restos de Andrés Nin, por ejemplo? ¿En Burgos o en Berlín, como decían el NKVD y Santiago Carrillo?

Estos días, precisamente, Ciudadela publica un libro de testimonios: Por qué dejé de ser de izquierdas (*), en el que varios de nosotros, de Federico Jiménez Losantos a César Vidal, de José Maria Marco a Javier Rubio, pasando por la fantástica Cristina Losada (y no les cito a todos), explican por qué fueron antifranquistas, todos. Pienso que el antifranquismo desempeñó un papel importante, junto a la afición juvenil por la rebeldía y los extremismos, en su adhesión a la izquierda en tiempos de la dictadura. Pero fuimos antifranquistas cuando había que serlo, cuando existían la dictadura y el dictador, pero que estos que estuvieron chupando del bote finjan serlo ahora, tantos años después, se inventen una leyenda y roben una experiencia, es de bellacos. Al primero que ese juez debería juzgar es a un tal Garzón, juez. Pero ni a eso se atreverá. Prefiere ocuparse de los símbolos y los muertos. O sea de su carrera.

(*) En la página 111 de dicho libro, y tratándose de mi texto, se lee: "Pese a todo, lo esencial es que los comunistas y nosotros estamos detrás de la misma barricada de enfrente". Se trata de una errata, y la frase no tiene el menor sentido. Lo que yo había escrito, es: "Tratándose de una discusión con Ernest Mandel, un líder trotskista, quien me dijo: 'Pese a todo lo esencial, es que los comunistas y nosotros, estamos detrás de la misma barricada anticapitalista'. Y yo dije: 'Pues estoy en la barricada de enfrente'". Todo el mundo entiende, así lo espero, al menos, que se trata de un error grave, que anula el sentido de mi declaración y hasta de mi título, que es precisamente "La barricada de enfrente". Para mí es importante que yo, ya entonces (1966-67), me situara, detrás de la barricada del capitalismo democrático, contra el totalitarismo comunista.

Carlos Semprún Maura
http://revista.libertaddigital.com

terça-feira, 28 de outubro de 2008

Calvin & Haroldo


Calvin & Hobbes (Bill Waterson)

sábado, 25 de outubro de 2008

II Festival BACH




A Sociedade Musical Bachiana Brasileira apresenta Grandes Mestres da Música

II FESTIVAL BACH

Sala Cecília Meireles, 19h30

ORQUESTRA BACHIANA BRASILEIRA
Ricardo Rocha - Direção e Regência


28/10/08, terça-feira: Concerto de Abertura
Cia. Bachiana Brasileira, orquestra, coro e solistas.
Ricardo Rocha, regência.

J. S. Bach

Magnificat em ré maior, BWV 243.

Suíte nº 3 em ré maior, BWV 1068.


30/10/08, quinta-feira: Noite Bachiana Brasileira
Cia. Bachiana Brasileira, orquestra, coro e solistas.
Ricardo Rocha, regência.

Solistas convidados:

Mauro Senise, sax soprano

Felipe Silvestre e Elisa Wiermann, cravo

Daniel Guedes, violino

Marcelo Bonfim, flauta

J. S. Bach

Concerto para Cravo e Orquestra em Fá menor, BWV 1056

Concerto Brandemburguês nº 5, em Sol maior, BWV 1050


Breno Blauth

Concerto para Oboé e Cordas (transcrito para Sax soprano)


Lindembergue Cardoso

O vôo do Colibri, para Cravo e Cordas


Sala Cecília Meireles
Largo da Lapa, 47

Tel.: 2232-9160

28 de Outubro de 2008, às 19h30 & 30 de Outubro de 2008, às 19h30

Ingressos:
R$ 20,00 - platéia
R$ 10,00 - platéia superior

Estudantes e maiores de 60 anos pagam meia-entrada.

Desconto especial para compra de ingressos para os dois concertos.

La secta

La editorial Ciudadela acaba de sacar un libro titulado «Por qué dejé de ser de izquierdas». Entre los que cuentan sus extravíos, más o menos juveniles, estamos el gran César Vidal, compañero de página en LA RAZÓN, y yo mismo. Muchas veces, y bastante antes de que los editores me dieran la oportunidad de reflexionar sobre el asunto, me he preguntado por qué tardé tanto en salir del universo de la izquierda en el que estuve instalado durante mucho tiempo. La respuesta es, probablemente, porque aquel universo me ofrecía todas las claves necesarias para vivir, excluyendo -es decir, censurando- al mismo tiempo todo lo que entrara en contradicción con aquella visión del mundo.

Dejar de ser de izquierdas no quiere decir, desde esta perspectiva, hacerse de derechas. Quiere decir dejar de comulgar con una secta que ordena la vida de la gente, le dice lo que debe y lo que no debe pensar, incluso lo que debe ver y escuchar. Es el mundo perfecto, aunque provoque la ruina institucional y económica del país donde se asienta, como le está pasando a España en estos años. Tan complicado resulta desprogramarse que en la página web que se ha creado con el título del libro, los participantes cuentan su experiencia personal con su nombre, como si relatarla fuera algo traumático, con capacidades curativas (las tiene) y requiriera por tanto del nombre auténtico, y no de un nick o apodo, como es de uso en la red, para garantizar su veracidad y sus efectos. Por eso mismo, porque la salida de la secta es obligatoriamente larga y requiere esfuerzo por parte de quien decide romper con ella, habrá que mostrarse paciente con quienes siguen encandilados.

El periplo biográfico, que a mí me parece largo, es un relámpago comparado con el transcurrir del ciclo histórico. Lo malo es que el blindaje es tan fuerte que tal vez ni siquiera una crisis como la actual consiga romperlo. Habrá que preguntarse entonces si la longitud de los ciclos históricos es cuestión de ingenuidad o de puro y simple cinismo.

José María Marco
www.larazon.es

Ver: http://oswaldoeduardo.blogspot.com/2008/10/por-qu-la-izquierda-est-muerta-o-siete.html

«Seve»

En España le decimos Severiano, así completo, pero en Inglaterra, Escocia y los Estados Unidos le llaman «Seve». Es de Pedreña. De Puerto Chico a sus raíces, en continua ida y vuelta, navegan las pedreñeras por la bahía de Santander. Severiano, de niño, mil veces pensó y soñó con golpes imposibles durante las breves travesías por las aguas azules o grises cimarronas de la inmensa ensenada santanderina, rasgada por las arenas del Puntal.

Cumplió con creces sus sueños, y alcanzó realidades impensables. Aprendió a jugar al golf en Pedreña, con sus tíos De la Sota, que no son los millonarios separatistas de «Sir» Ramón y Neguri, sino los montañeses pedreñeros, nobles y robles de la Montaña, donde todos son hidalgos, hijos de algo, y no hijos de otra cosa. En Cantabria, junto a la playa de Oyambre, sólo amenazado por los ecologistas «sandía», resiste el primer campo de golf de la península, un Saint Andrews en pequeño, dibujado entre dunas y con el Cantábrico abierto de testigo. Pero el golf de verdad nació en España cuando Severiano Ballesteros vio la luz en Pedreña. A partir de Seve, como el tenis de Santana, en España el golf se hizo deporte de masas y no de minorías.

Seve triunfó en tres ocasiones en el «British Open», y se convirtió en el ídolo de los británicos, que lo tienen como suyo. Y en dos ocasiones se vistió con la chaqueta verde del «Masters» de Augusta. Su tesón, su empuje y su prestigio fueron determinantes para que la «Ryder Cup» se jugara en España, en el Golf de Valderrama, y en aquella ocasión fue el capitán del victorioso equipo europeo. También levantó la copa como jugador, pero aquella victoria de Severiano, la de traer la «Ryder Cup» a España, nunca se le agradeció con excesiva generosidad. Severiano Ballesteros forma parte del reducido grupo de los Grandes, con mayúscula, del Deporte español. Y con sólo cincuenta y un años, se nos puede estar marchando, precisamente ahora, cuando había recuperado sus paisajes y estaba establecido en sus bellísimas raíces después de tantos viajes, tantas ausencias, tantas querencias y tantas melancolías.

Escribo mientras está siendo operado en un quirófano de La Paz, por tercera vez en menos de veinte días. Un tumor cerebral tiene la culpa. No parece posible que un árbol de esa fortaleza, en el mejor tiempo de la vida, pierda sus hojas y asuma el peligro de no sentirlas, aún más fuertes, en el próximo renuevo. Que un hombre como Severiano, todo fuerza y empecinamiento, haya sufrido la visita de tan canallesca inoportunidad.

Se sintió mal en la Terminal-4 del aeropuerto de Barajas, y ese mareo también fue inoportuno. De haberlo padecido en el pequeño aeropuerto santanderino de Parayas, Seve estaría igual, igual de mal, pero experimentaría en su desconcierto la inmediatez de su tierra madre, del golf de su infancia, del paisaje de la bahía, de su acuarela vencida de «caddie», llevando sobre sus hombros la bolsa de palos del socio amable o el socio antipatiquísimo. O del generoso y el tacaño, o del tranquilo y el malhumorado. Sus primeros años, en resumen.

Dios quiera que el roble resista y se restablezca del todo en su raíz de Pedreña. Fuerza y carácter le sobran para ello. Es un ganador. Un montañés puro, un español rotundo, un deportista querido y admirado en todo el mundo. Que no se rinda.

Alfonso Ussía
www.larazon.es

sexta-feira, 24 de outubro de 2008

Un monje y 95 tesis que cambiaron la Historia



La imagen de Martín Lutero clavando a las puertas de una iglesia sus noventa y cinco tesis sobre las indulgencias ha perdurado a lo largo de los siglos por su fuerza y su carácter simbólico. Con frecuencia se ha tomado por un desafío, por la chispa que encendería un movimiento que sacudió a la comunidad católica y provocaría una de sus más dolorosas fracturas. Sin embargo, como explica César Vidal en El Caso Lutero, aquel acto del monje agustino alemán no era un reto, sino una invitación al debate.

Surgía, además, de un contexto de profunda crisis espiritual, a la que Lutero trataba de dar una salida acorde con la que había encontrado en su propia búsqueda interior. Así se enmarca y se precisa aquella llamativa acción del agustino en este estudio histórico, que comienza con la presentación de un trasfondo dramático, que un católico piadoso como Johann Geiler von Kayserberg (1445-1510) describía de este modo: "La Cristiandad está destrozada de arriba abajo, desde el papa al sacristán, desde el emperador a los pastores".

Vidal expone cómo en esa época los papas eran políticos, diplomáticos, mecenas y guerreros, que descuidaban su faceta de pastores de almas y caían con frecuencia en la corrupción y el nepotismo. Todavía más grave era el estado moral de los obispos y la curia, así como el del pueblo. De tal manera que un fiero oponente de Lutero llegaría a reconocer que "la herejía luterana nació por los abusos de la curia romana y prosperó a causa de la corrompida vida del clero".

Tal como señala el autor en la introducción, el ensayo no se propone trazar una biografía del impulsor de la Reforma, pero sí dibuja los principales rasgos de una personalidad fraguada en el seno de una familia humilde –el padre trabajó en las minas de cobre– que lograría prosperar gracias al esfuerzo y al sacrificio. La austeridad marcó al niño y luego al joven Lutero, que se definió a sí mismo como "un sajón duro". Su padre le había destinado al estudio del Derecho, pero la experiencia de la cercanía de la muerte –un rayo estuvo a punto de matarlo– le movió a dedicarse por entero a la vida espiritual.

Entró en el monasterio agustino de Erfurt, fue enviado a Wittenberg, ciudad que sería clave en su trayectoria, y visitó Roma, donde pudo ver con sus propios ojos el "materialismo" y la "depravación moral" que predominaban en el mismo centro de la cristiandad. Lutero regresaría con esa decepción a cuestas y enseguida inició tanto su carrera de teólogo –"fue siempre, y de manera esencial, un profesor de Teología", escribe Vidal– como una evolución impulsada por su desasosiego espiritual.

El autor nos guía por los vericuetos teológicos de las reflexiones de Lutero sobre el problema de la culpabilidad y el papel de la confesión y de las buenas obras, que culminaron con el descubrimiento de una respuesta, que hallaría en la Epístola a los Romanos del apóstol Pablo. La experiencia de la "conversión" del agustino se aborda a la par que se muestra cómo había degenerado en comercio la concesión de indulgencias. El perdón de los pecados se había convertido en un sacrum negotium, que reportaba importantes caudales al papado y a otras instancias de la Iglesia. Así, cuando Lutero expuso sus tesis en la Schlosskirche, no pocos las percibieron como una amenaza para una fuente de financiación fundamental en aquel momento.

"(…) las Noventa y cinco tesis eran un escrito profundamente católico (…) En buena medida, lo expuesto por Lutero ya había sido señalado por autores anteriores (…) Sin embargo, el monje agustino no supo captar que la coyuntura no podía ser humanamente más desfavorable", afirma Vidal. Por ello, las tesis tuvieron un destino muy diferente al que su autor hubiera querido y, finalmente "cambiaron de manera radical –e inesperada– la Historia".

Una constelación de factores, entre los que no faltaron las intrigas de miembros de la orden de los dominicos, con episodios de espionaje y manipulación, y los derivados de una coyuntura política marcada por la sucesión al emperador Maximiliano confluyen para generar el caso Lutero. Un caso a lo largo del cual el agustino mantuvo sus convicciones en los más difíciles trances.

El ensayo de Vidal va relatando la accidentada y, en buena medida, novelesca vida que hubo de llevar Lutero, envuelta en debates y disputas, órdenes de detención, acusaciones de herejía y la excomunión, y en la que contó con enemigos poderosos, pero también con apoyos notables.

Después de su comparecencia ante la Dieta de Worms y el veredicto del emperador Carlos V, que equivalía a "una sentencia de muerte para el monje", Lutero desapareció, "secuestrado" por quienes deseaban protegerle. Pero su obra no desaparecería. Como señala Vidal, la promulgación del Edicto de Worms, en 1521, que "le convertía oficialmente en un proscrito" y marca su separación definitiva de la Iglesia Católica, le llega al tiempo que inicia su traducción de la Biblia al alemán.

En su conclusión, el autor reflexiona sobre las lecciones que ambas partes deberían asimilar hoy, casi medio milenio después de aquellos acontecimientos, a fin de cerrar "definitiva y felizmente" el caso Lutero.

Acompañado de una cronología, un importante apéndice documental y una bibliografía, el ensayo de César Vidal aúna la probada capacidad narrativa del autor y el rigor histórico para ofrecer un cuadro apasionante de un período del que muchos y, en realidad, cualquiera que haya estudiado el bachillerato –al menos, el de antaño– tal vez sólo guarden en la memoria la estampa de un monje clavando un escrito a las puertas de una iglesia.

Cristina Losada



CÉSAR VIDAL: EL CASO LUTERO. Edaf, 2008, 297 páginas. Esta obra ha obtenido el II Premio Finis Terrae.

El mundo después de Bush

Los ojos están puestos en la noche del próximo cuatro de noviembre en la que se conocerá quién va a ser el sucesor de George W. Bush en la Casa Blanca. En realidad el mundo ya ha decidido que prefiere al candidato demócrata Barack Obama. El senador por Illinois promete cambio y eso se interpreta como dos cosas paralelas: un mundo menos convulso; y una política exterior americana esencialmente sumisa ante sus aliados. Pero si Barack Obama es finalmente el elegido por el pueblo americano será a él a quien se deba, no a la opinión mundial. Es más, es un grave error pensar que con él al frente de los Estados Unidos todos los problemas se habrán resuelto, el mundo será un lugar más plácido en el que vivir y cosas como la «doctrina Bush», ese supuesto desenfreno intervencionista y militarista, quedarán como una malsana deformación histórica.

Sólo quien desconoce casi todo de América puede permitirse tales ensoñaciones. Es verdad que las personas cuentan -y mucho- pero la política exterior y de seguridad norteamericana depende más del nivel de amenazas a las que se enfrenta, que a las ideas de un presidente. De hecho, con cierta perspectiva histórica, la acción exterior de Washington muestra una gran consistencia y cuando sale un Carter, es reemplazado y corregido enseguida por un Reagan.

Desgraciadamente para América y su entorno occidental, el mundo después de Bush seguirá plagado de riesgos y amenazas, muchas de ellas graves y alguna que otra existencial. Enemigos, precisamente, es lo que no nos faltan. Por ejemplo, Rusia acaba de dar sus mejores muestras de querer recobrar la influencia internacional que tuvo la URSS durante la Guerra Fría. Este verano invadió Georgia como un botón de muestra y para hacer ver su aspiración de imponer una esfera de influencia en Europa cuyo destino se controlaría según los designios del Kremlin. La crisis financiera internacional ha venido a arruinar en parte sus planes, pues sin liquidez y con el precio del petróleo a menos de la mitad que hace unos meses, ya no cuenta con el dinero con el que alimentar las ambiciones neo-imperiales de Putin. Ahora bien, lo que debe saber todo presidente americano es que Moscú recobrará su política agresiva en cuanto disponga de los medios adecuados para ello. Y lo que debemos saber nosotros es que es muy dudoso que el pueblo americano permita una política conciliadora con una Rusia resurgente y autocrática.

En segundo lugar está el problema de Irán y su ambición nuclear. Hay dos cosas claras: una, que los ayatolas de Teherán quieren su bomba y no van a renunciar a ella voluntariamente, sobre todo cuando están tan cerca de poder fabricarla; la segunda, que un Irán nuclear provocaría tal inestabilidad en la zona, que para algunos, como Israel, es totalmente inaceptable. En el momento en el que el juego diplomático no se pueda estirar ya más, las sanciones económicas no den sus frutos e Irán se declare potencia atómica, al presidente americano sólo le quedarán dos opciones: adoptar una línea de contención o la acción y hoy por hoy, lo primero no parece viable.

Es más, si Israel se viera forzado a actuar por su cuenta parece poco plausible que Estados Unidos le dejara abandonado ante un reto que es una amenaza para todos y no sólo para Israel. Es difícil imaginar que el inquilino de la Casa Blanca decida convertirse él solito en un «Chamberlain nuclear» y correr el riesgo de que en algún momento tuviera que comparecer ante el pueblo americano para explicar una detonación atómica en suelo de su país.

Y también está el riesgo del terrorismo islámico y la jihad. No por ser Obama el elegido van a dejar de urdir sus planes Bin Laden y sus afiliados. Ellos han declarado la guerra santa a América y Occidente, no a un líder político en particular. Al Qaeda precede con mucho a George W. Bush y a pesar de sus esfuerzos por acabar con esa organización, lamentablemente sobrevivirá a su mandato. Se podrán instrumentar todos los elementos de soft-power que se quiera y gastar todas las energías del mundo en diplomacia pública a fin de intentar romper el ciclo de radicalización en el mundo árabe, pero frente a los terroristas ningún presidente renunciará al empleo de la fuerza, fuera y dentro de su país. Obama ha llegado a afirmar que bombardearía Pakistán llegado el caso. Bush ha dicho que la combinación de las tres T (tiranía, terrorismo y tecnología) es inaceptable y si bien la combinación de dos de sus elementos podría ser asumida por América en el futuro, la lucha contra la trilogía, por mucho que se asocie al actual presidente, seguirá siendo un imperativo moral, político y militar para su sucesor y presidentes venideros. Simplemente, el pueblo americano no aceptará la pasividad frente a un gobierno que pase tecnología de destrucción masiva a un grupo terrorista.

Es verdad que habrá quienes, como el gobierno socialista español, culpe de todos los males que nos aquejan a George W. Bush. Yo no soy quien para justificar los muchos fallos de su gestión, pero eso sí, le reconozco algunos méritos: ha evitado nuevos ataques contra su país y ha conseguido reducir la letalidad de los atentados en otras partes del mundo y todo gracias a la persecución implacable a la que tiene sometidos a los cabecillas de Al Qaeda. Desde Mauritania a Filipinas. Y el mayor desastre que se le achaca, la intervención en Irak, comienza a verse de otra forma. Lejos de ser el Vietnam del siglo XXI que muchos auguraron -y desearon-, puede que acabe por convertirse en el primer proceso democratizador en el mundo árabe. No sólo la situación de seguridad ha mejorado drásticamente, sino que ya están funcionando los mecanismos y procesos políticos imprescindibles para la generación de consensos. Sólo la ignorancia y el antiamericanismo pueden negar aquella frase del primer ministro galo, Georges Clemenceau, de «la guerra es una serie de catástrofes que resultan en la victoria».

En fin, si gana Obama, la buena nueva para los obamitas es que George W. Bush estará camino de su retiro en Texas; la mala, que la «doctrina Bush» se va a quedar con ellos por mucho tiempo. Al menos mientras los Estados Unidos tengan que dar respuesta a los mismos retos estratégicos. Ya pasó con Truman en su día. Otro presidente desprestigiado en vida, pero que dejó sentadas las bases de la política americana durante décadas. Hoy por hoy no hay ninguna alternativa de fondo a las señas de identidad de la administración Bush, a saber, la guerra contra el terror y la extensión de la democracia en el mundo. Claro que con las nuevas caras vendrán nuevos modos y otro tono, pero el verdadero peligro estriba en olvidarse de lo fundamental, no de lo accesorio. Y sea quien sea el nuevo presidente americano, tendrá que aprender a distinguirlo muy rápidamente. A sus antecesores el mundo les ha probado enseguida, y los enemigos de América querrán tomarle la medida cuanto antes. Será su hora de la verdad. Y cuando estén en el Despacho Oval, calibrando cuidadosamente sus opciones, se darán cuenta de una cosa: el mundo necesita más América, no menos. Es más, el mundo necesita más Bush, no menos. El mundo estaría hoy mejor si en lugar de criticar la ambición de Bush por exceso, hubiéramos criticado su gestión por defecto.

Rafael L. Bardají
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Zapatero, el apestado


La crisis del liberalismo, la recuperación del papel interventor del Estado, el descrédito de George Bush al final de sus dos mandatos, la brillantez de Gordon Brown, incluso la alargada sombra de Bretton Woods sobre la cumbre internacional que se está presentando enfáticamente como la refundación del capitalismo... todo debería haber favorecido el papel internacional de Zapatero en estos momentos. Sin embargo aparece como el apestado.

Gane Barak Obama o gane John McCain, se llegue a una mayor o menor nacionalización de la Banca americana, se acierte más o menos en relación con la economía productiva, la humillación a la bandera americana por parte de Rodríguez Zapatero está ahí, viva, actuante, decisiva. Él es el socio de los Chávez y Morales que criminalizan a Estados Unidos. Ganen los demócratas o ganen los republicanos lo que cuenta en estos tiempos de fortísima crisis es el espíritu atlantista de los líderes europeos. Del que Zapatero carece hasta extremos enfermizos.

Por lo mismo no es paradójico que un liberal como Nicolas Sarkozy pueda aspirar a ser el gestor de Europa en estos momentos. Hace un mes exactamente dijo en Toulon: «Hay que recomponer todo el sistema financiero y monetario mundial como se hizo en Bretton Woods después de la segunda guerra mundial». No le importó, al decir esto, que algunos líderes socialistas franceses estuvieran en esa misma línea porque lo que le preocupa en las circunstancias actuales no son sus diferencias con François Hollande en relación con las ideas de Keynes sino dar con las soluciones.

Por lo mismo también la democristiana Merkel se dejó convencer en unas horas de la bondad de la solución propuesta por un laborista. Porque ¿cuál es la diferencia entre Gordon Brown, Angela Merkel o Nicolás Sarkozy con el presidente del Gobierno español? Que aquellos son estadistas y «esto» nuestro es un político que juega en un campo donde la ventaja y la astucia están aseguradas. Cosa que no sucede en política internacional. Aquí la sacrificada es España.

César Alonso de los Ríos
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La soledad de ZP. Y nuestra


España tiene cierto peso internacional. Pero su gobierno no lo tiene. Ésta es una realidad que todas las mentiras, proclamas, insultos, cabreos no podrán borrar. España se ha ganado ese peso, o prestigio si quieren, con una transición de la dictadura a la democracia que asombró gratamente al mundo y con un desarrollo económico que nos ha permitido pasar de país de emigrantes a país de inmigrantes. Pero no va a estar en la cumbre de Washington de noviembre, que va a poner nuevas bases al sistema económico mundial o «refundar el capitalismo», como también se ha dicho. Van a estar, sin embargo, países como México, Argentina, Suráfrica y Turquía, aparte de los más ricos y los pesos pesados, como China e India.

¿Por qué? Pues porque el anfitrión no quiere. George W. Bush parece decidido a no saber nada de José Luis Rodríguez Zapatero. No porque sea presidente del Gobierno español, sino porque, antes, Zapatero había demostrado no querer saber nada de Estados Unidos. No se levantó al paso de su bandera el 12 de octubre de 2003, retiró las tropas españolas de Irak nada más llegar al poder y pidió a los demás países que hicieran lo mismo. ¿Por qué tengo que mostrarme cortés con quien tan descortésmente nos ha tratado? Es la actitud de Bush. Y no sólo de él. Los desplantes de Zapatero no se limitan al presidente norteamericano. Recuerden su desafortunado posicionarse ante las elecciones francesas, italianas, alemanas, sus gracietas sobre Sarkozy y Berlusconi. Esas cosas se pagan. ¿Por qué Sarkozy no le invitó a la última minicumbre europea?
¿Por qué los demás callan o le apoyan sólo de boquilla? ¿Por qué le respalda sólo Brown, cuando sabemos que los ingleses siempre buscan aliados frente al bloque franco-alemán, y que terminan haciendo lo que sus primos norteamericanos?

Zapatero está solo. Y está solo porque su Alianza de Civilizaciones no es más que una reedición apolillada del neutralismo de Tito, Nehru, Ben Bella, cuando Yugoslavia ya no existe, Argelia combate el fundamentalismo, India es uno de los mayores aliados de Estados Unidos. Mientras Zapatero se aferra al antinorteamericanismo visceral de la izquierda española, con aliados como Cuba, Venezuela, Irán, ¿qué hace un hombre como éste en una reunión para refundar el capitalismo?, han debido de decirse sus anfitriones.

Aunque lo más grave no es eso, con serlo mucho. Lo más grave es que, con su «segunda transición», Zapatero está tirando por la borda el capital acumulado en la primera. Su ley de Memoria Histórica no es más que un intento de reescribir ésta, no ya desde 1978, sino desde 1931 y quién sabe si desde 1492, ya que sus dudas sobre el concepto de nación alcanzan a su concepto de España. Como presidente, desde luego, no ha hecho nada, dentro y fuera, por apuntalarla. Más bien lo contrario, y tanto sus nuevos estatutos como su exclusión de la cita de Washington lo confirman. Lo sentimos por España. Pero conviene recordar que le hemos reelegido los españoles.

José María Carrascal
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Los padres refundadores

Puede entenderse la frustración de Zapatero si España no es invitada finalmente al club de países convocados a renovar el sistema financiero mundial. Porque en esa cumbre se va asistir (según Sarkozy y otros exaltados) no a una faena de aliño, sino nada menos que a la «refundación del capitalismo». Como para perdérselo: plantar cara al Imperio primero y enmendar el capitalismo después, y todo en menos de un lustro. Un presidente para la Historia. Ni en sus sueños de joven promesa socialista, cuando su partido aún deambulaba por la trocha marxista, podría haberse imaginado a sí mismo en semejante papel: paladín del asalto a la fortaleza liberal y del golpe de gracia a la hegemonía americana en el mundo. Pero Bush, el anfitrión, no está por la labor.

Prefiere amigos sinceros. Los medios fieles salen al quite del Gobierno: exhiben rankings para explicar que España no tiene por qué estar. ¿Y sí Argentina, Corea del Sur o Turquía?

Socialistas nostálgicos y nacionalistas económicos llevaban demasiado tiempo esperando ajustar cuentas con el mercado. Unos aguardaban el gran desquite desde la caída del muro de Berlín, cuando un pretencioso profesor americano-japonés profetizó el hegeliano «fin de la historia» y el triunfo definitivo de las democracias liberales, y hubo quien le esperó en su puesto con la escopeta cargada. Un visionario más, que ahora abjura de sus propias predicciones y le echa la culpa de todo a los «neocons». Otros, los gaullistas de todos los países, lo llevan en la sangre; lo de la guerra sin cuartel al libre comercio, quiero decir. Hay, sin embargo, quien, más morigerado, reserva su certificado de defunción sólo para «el capitalismo salvaje», para los excesos del mercado, para un sistema basado en la desregulación y en el laissez faire. (A propósito, me pregunto por qué nunca se llama «socialismo salvaje» al de Stalin y Gomulka, al de Tito y Ceausescu; al eufemístico socialismo «realmente existente» que condenó a la esclavitud a decenas de millones de personas, no con hipotecas basura, sino con el hambre, la cárcel y los gulags. La importancia del lenguaje y de los «marcos de referencia», que escribía George Lakoff).

A los primeros, a los padres refundadores del capitalismo, entre los que se incluye nuestro presidente, les responde Peter Schiff desde las páginas del Washington Post: «No culpéis al capitalismo». Schiff es economista y presidente de una empresa de intermediación financiera, que se mudó al tranquilo Connecticut huyendo a la jungla de Wall Street, y vaticinó, ya en julio de 2006, la explosión de la burbuja inmobiliaria y sus subsecuentes plagas económicas, lo que la valió el mote de Míster Agorero. En esta crisis no es el mercado el que ha fallado, sino los gobiernos, nos viene a decir. Así como un mercado normal se rige por la ley de la oferta y la demanda, los mercados financiero e inmobiliario se mueven por la tensión codicia-miedo. La codicia es una motivación económica esencial para la asunción de riesgos, pero «en la pasada generación, el Gobierno ha removido de la ecuación el necesario contrapeso del miedo». Y la paradoja resultante de tanto frenesí antiliberal es que «un desastre provocado por políticas de los gobiernos desemboque en una interferencia aún mayor de esos mismos gobiernos».

A los segundos, a los fiscales de la causa contra el «capitalismo salvaje», quien les contesta es el editorialista de The Economist. Una regulación mayor no vacuna contra las crisis: dos de las mayores de los últimos tiempos, la de Corea del Sur y Japón, se produjeron en mercados altamente regulados. «Lo que se necesita no es más gobierno, sino mejor gobierno». En algunos casos, eso significará más reglas, pero en la mayoría de ellos lo que quiere decir son sencillamente reglas distintas; o incluso menos reglas. En cualquier caso, los líderes europeos nostálgicos del big government son los menos indicados para hablarnos de reglas. Se han saltado algunas de las más importantes de la Unión Europa para acudir en rescate de sus bancos y, a ese fin, han pasado incluso por encima de sus instituciones, la Comisión y el Banco Central Europeo en particular. Después del shock financiero y sus secuelas, ¿no será la Unión Europea, antes que el capitalismo, la que necesite una urgente refundación?

Eduardo San Martín
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El ausente desconsolado



Ante todo hay que reconocer que el berrinche va a más y con razón. El martes, un presidente Zapatero pletórico llegaba al Congreso de los Diputados a laminar a la oposición con los siete votos canjeados por unas carísimas habichuelas concedidas a los Gobiernos cada vez más autónomos del País Vasco y Galicia. Se supone que ambos beneficiarios utilizarán estos millones de euros, como tantos anteriores, al fraccionamiento del mercado interior español y a su ferviente lucha contra una cohesión nacional más necesaria que nunca, como ciertos sucesos del exterior nos indican. Aunque también es posible que el presidente socialista de Galicia tenga aún que ampliar su flota con coches de 480.000 euros para mayor gloria de Breogán. Un día antes se había dejado celebrar como el hombre que nos sacará de la crisis que nos ha impuesto EEUU, es decir Bush y la CIA, que no soportan lo libérrimos y prósperos que somos en la España socialista. Pero a media mañana del martes se fue desinflando el soufflé. Hubo noticia desde París que anunciaba que el Timonel leonés no estaría en la Cumbre Internacional sobre la reforma del sistema financiero en Nueva York.

El presidente podía haber sido prudente. Haber intentado gestiones diplomáticas discretas no ya sólo con Sarkozy que, como se ha visto, no hace la lista de los invitados, sino con todos los demás participantes. Quizás hubiera encontrado a algunos que por propio interés hubieran hecho gestiones en la sombra. Para convencer a los anfitriones de que aunque no aportara nada, Zapatero tampoco habría de ser necesariamente un aguafiestas en la cumbre. Probablemente hace un par de años habría sido más cauto. O alguien se habría atrevido a recomendárselo. Pero ahora, ya acostumbrado a pisotear impunemente formas y contenidos, sensibilidades ajenas y la propia lógica del bien compartido, respondió al conocer la noticia con un desabrido «ya hablaremos». «No saben esos con quién están hablando». Del gesto de ofendido pasó a implorar por una invitación sin solución de continuidad. Nada hay más patético que un personaje, sobrio o no, intentando convencer al portero de la discoteca que precisamente él es bienvenido y necesario en la fiesta. De nuevo el «no saben con quién están hablando». La llamada al encargado jefe, ahora Sarkozy, no le ha supuesto sino otra humillación.

Han llegado más, la lista de los participantes incluye a Sudáfrica, Corea del Sur y hasta la Argentina de Kirchner. Y no está Zapatero, el líder internacional de la Alianza de las Civilizaciones. Pues bien, ahora quiere y decreta que los españoles nos irritemos con orgullo patriótico herido porque el presidente no estará en la cumbre. Y nos quieren hacer creer que es una venganza mezquina de George Bush, ese fascista yanqui responsable de la tragedia familiar de todos los desempleados españoles consumados y por venir. Se equivocan, me atrevo a sugerir, aun a riesgo de ser apedreado por antipatriota. Con España se comete una injusticia, sí. Pero es sólo un precio más, y en absoluto el mayor, de los que España ya paga y habrá de pagar por la irresponsabilidad y los desafueros cometidos dentro y fuera por un presidente, les recuerdo, reelecto.

Hermann Tertsch

Los cristianos olvidados


El sacerdote iraquí Ragheed Aziz Ganni, de 35 años de edad, y tres subdiáconos, murieron el domingo 2 de junio del 2007, después de haber celebrado la Eucaristía, cuando dejaban la Iglesia en un coche. Los subdiáconos siempre acompañaban al sacerdote para tratar de protegerlo. De repente, el coche fue detenido por hombres armados que procedieron a ametrallarles. Junto a los cuerpos, colocaron explosivos de manera que nadie pudo acercarse durante horas, por miedo a que estallaran».

Esta es la descripción de uno de los asesinatos de cristianos en la ciudad de Mosul, en Irak. Este joven sacerdote, a quien tuve la suerte de conocer apenas cinco meses antes de su asesinato, era pura alegría, pura entrega. Becado por «Ayuda a la Iglesia Necesitada» para su doctorado en Teología en Roma, y sabedor de las amenazas y peligros que le esperaban si volvía a su patria, quiso regresar a Mosul y, como el buen pastor, permanecer allí con sus ovejas. Su muerte llenó de dolor a un pueblo herido, un pueblo que solo ha derramado sangre en los últimos veinte años, un pueblo que quisiera oler el aroma de la paz y solo huele a pólvora y odio.

Allí se está secuestrando, asesinando a sacerdotes, a obispos, a simples ciudadanos por el mero hecho de apellidarse como Cristo. El musulmán normal, sea suní o chiita, respeta al cristiano. Cuando estuve en Irak pude comprobar cómo incluso algunos de ellos veneran y rezan a la Virgen María, respetando también a las monjas que atienden escuelas y orfanatos, e incluso confiando a sus propios hijos a su educación.

Pero el fundamentalismo radical de Al Qaida odia a los cristianos. Su presencia les molesta, e intentan por todos los medios forzarles a que abandonen sus ciudades. Ahora, de forma manifiesta y descarada, se ha desatado en Mosul la caza del cristiano. Fruto de ello son los más de 20 asesinatos de ciudadanos y las más de 1.500 familias forzadas a un éxodo a ninguna parte, careciendo de lo más básico para subsistir y abandonando las seguridades de su casa, sus escuelas y sus trabajos.

En los oídos de los cristianos de Irak resuenan las palabras de Cristo: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros». Su voz consuela y da sentido a su sufrimiento, pero también se alza un clamor: ¿cuándo podremos vivir en libertad en nuestra propia tierra?

Javier Menéndez
Director de «Ayuda a la Iglesia Necesitada»

terça-feira, 21 de outubro de 2008

"The Post-American World"


In The Post-American World, Fareed Zakaria argues that the "rise of the rest" is the great story of our time.

"This is not a book about the decline of America, but rather about the rise of everyone else." So begins Fareed Zakaria's important new work on the era we are now entering. Following on the success of his best-selling The Future of Freedom, Zakaria describes with equal prescience a world in which the United States will no longer dominate the global economy, orchestrate geopolitics, or overwhelm cultures. He sees the "rise of the rest"—the growth of countries like China, India, Brazil, Russia, and many others—as the great story of our time, and one that will reshape the world. The tallest buildings, biggest dams, largest-selling movies, and most advanced cell phones are all being built outside the United States. This economic growth is producing political confidence, national pride, and potentially international problems. How should the United States understand and thrive in this rapidly changing international climate? What does it mean to live in a truly global era? Zakaria answers these questions with his customary lucidity, insight, and imagination.

Fareed Zakaria

Ph.D. in political science from Harvard.
Editor of Newsweek International.

Excerpt of " The Post-American World":

La V República: final de partida


El próximo 6 de diciembre se cumplen diez años de la primera elección de Hugo Chávez como presidente de la República de Venezuela. Dos semanas antes, el 23 de noviembre, se celebran en este país elecciones a alcaldías y gobernaciones. Unos comicios que, en el creciente clima de polarización política tras el fracaso de Chávez en el referéndum consultivo sobre la reforma de la Constitución del 2 de diciembre de 2007, han adquirido visos de informal referéndum bis sobre la gestión del mandatario venezolano.

No es mal momento, por tanto, para intentar un repaso del chavismo. A esta razón, digamos, cronológica, se suma otra de mayor interés. Chávez ha conseguido dar de sí mismo una imagen tan poco ajustada a los cánones de proyección y representación de la imagen pública de los mandatarios políticos, que los medios de comunicación, siempre atentos a lo sensacional y extraordinario, han hecho de él una figura ejemplar de radicalidad histriónica. Con independencia de que sea éste un rasgo definitorio del talante del comandante venezolano, el efecto perverso que producen los potentes focos mediáticos exclusivamente dirigidos a su persona y actuaciones ha consistido en escamotear, en buena medida, la realidad del país que gobierna. Venezuela no es sólo lo que dicen o hacen su presidente y su Gobierno. Produce sonrojo escribir esta verdad de perogrullo, pero basta con fatigar las secciones internacionales de los más afamados medios para comprobar lo acertado del aserto.

Así, pronto hará diez años que los venezolanos votaron para elegir a un nuevo presidente de la República. Era la octava vez consecutiva que en Venezuela se celebraban comicios presidenciales democráticos y libres, en el marco de la Constitución de 1961. Todo un récord en América Latina. El candidato que resultó electo era un militar de carrera, con rango de teniente coronel, que apenas seis años antes había protagonizado una intentona de golpe de estado contra el Gobierno legítimo de Carlos Andrés Pérez.

Con la promesa de impulsar la adopción de un nuevo marco constitucional, el joven militar de 44 años obtuvo en aquel su estreno electoral una cómoda victoria (56,20 % del total de votos válidos). Menos de un año antes de su elección, Hugo Chávez Frías no figuraba entre los candidatos con mayores opciones de triunfo; los venezolanos, además, recordaban que había sido el rostro público de los golpistas que llevaron a cabo la primera de las dos asonadas militares de 1992. A diferencia del levantamiento del 27 de noviembre, obra de un movimiento en el que colaboraron militares y civiles, la asonada de Chávez, el 4 de febrero, movilizó exclusivamente a un grupo de militares que se definían como bolivarianos y exhibían en sus discursos un sesgo claramente populista. En aquella oportunidad, Chávez tuvo la inteligencia política de dirigirse a sus compatriotas, en lo que fue su primera intervención televisiva, para reconocer el fracaso de la intentona. Eso sí, matizó su "mensaje bolivariano" con la vaga promesa de volver a intentarlo algún día: es el famoso "por ahora", lanzado a sus compañeros de armas.

En diciembre de 1998, por tanto, una mayoría de venezolanos depositó su confianza, después de casi cuarenta años de ejercicio de la democracia, en un militar ex golpista, y a sabiendas de que lo era. Un militar que, por otra parte, en ningún momento ocultó que su intención era rubricar el acta de defunción del entonces vigente régimen constitucional. En este punto, Chávez demostró tener un notable olfato político: ahorcó momentáneamente (otro "por ahora") el uniforme militar y vistió un discurso monotemático, centrado en la denuncia de la corrupción institucional , que halló eco en casi todas las capas de la sociedad venezolana. Y, sobre todo, hizo protagonistas de su reivindicación de mayor justicia social a los "pobres", a los marginados de la bonanza petrolera de Venezuela. Que en 1998 representaban casi la mitad de la población del país, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) venezolano, y que, a pesar de la actual propaganda oficial, hay razones para pensar que no han disminuido sustancialmente en número.

Sin duda, esto ya forma parte del legado político de Hugo Chávez. A la pregunta sobre qué considera irreversible de las muchas cosas que Chávez ha cambiado en Venezuela en estos últimos diez años, el político y periodista Teodoro Petkoff, director del diario Tal Cual, responde, tajante: "Creo que una única e importante cosa: el haber puesto en el centro del debate nacional la cuestión de la pobreza. Todo el discurso político venezolano actual está permeado por esta nueva conciencia acerca de la centralidad absoluta de la desigualdad social. No ha sabido qué hacer para enfrentar eficientemente el drama, pero ha contribuido a despertar al país ante ese tema capital". Diagnóstico en el que coincide el escritor Alberto Barrera Tyszka: "Chávez (…) introdujo una nueva variable en la agenda nacional: priorizó la pobreza como problema colectivo. Puso la vida social en el centro del debate. Quizás ése sea, a la larga, su mayor mérito. Chávez politizó la miseria, cambió la dinámica del poder en el pensamiento social, desnudó la ilusión artificial de armonía en la que vivíamos los venezolanos… Pero el costo de ese proceso ha sido altísimo."

Primer elemento del triunfo de Chávez: haber sabido instrumentalizar políticamente el tema de la pobreza y la miseria en Venezuela. Un país que vivía –y sigue viviendo– fundamentalmente de su renta petrolera, pero que desde el primer choque energético de 1973 conoció espectaculares incrementos de la misma, sin que aquella riqueza se tradujera en una mejoría sustancial de las condiciones de vida para un alto porcentaje de la población venezolana. Para Chávez, y asimismo para muchos venezolanos, aquella anomalía aparente no podía deberse más que a una cosa: el secuestro y dilapidación de la riqueza nacional por unas élites políticas y económicas tan inescrupulosas como corruptas, a la cabeza de las cuales figuraban los dos partidos que se habían alternado en el poder desde 1961, Acción Democrática y Copei.

Visto así, el primer triunfo electoral de Chávez es fruto del descontento de amplios sectores de la población venezolana, más que de una popularidad política de la que este personaje, sólo conocido a la sazón como militar golpista, originalmente carecía por completo. Dicho de otro modo: los venezolanos se embarcaron en una aventura de cambio de régimen de incierto rumbo e imprevistas consecuencias por voluntad de manifestar su rechazo a un régimen democrático viejo de cuatro décadas pero notoriamente ineficaz. Esto lo comprendió perfectamente el hombre de Sabaneta, como también comprendió –y en esto sin duda estriba la originalidad política de Chávez– que a la postre le sería más útil distinguir entre democracia y ejercicio de la democracia, presentándose como restaurador de la primera a través de la reforma del segundo. Había una democracia corrupta, sancionada por una Constitución "moribunda", que sólo esperaba el golpe de gracia para dar paso a otra, popular y bolivariana, capaz de depurar el viejo sistema viciado basándose en un nuevo marco constitucional, cumplidamente, claro está, bolivariano.

Si la intención de Chávez, a fines de 1998, era ya diseñar una Constitución a la medida de sus ambiciones que le permitiera perpetuarse en el poder, ejercerlo autoritariamente y enrumbar a Venezuela hacia la construcción del "socialismo del siglo XXI" en el marco de su V República, la verdad es que supo muy bien esconder su juego de entrada. La periodista y escritora Milagros Socorro, nada sospechosa de haber simpatizado alguna vez con Chávez y su proyecto político, recuerda hoy "el entusiasmo que provocaba aquel oficial, entonces de talante jovial, que la noche de diciembre de 1998, cuando fue electo presidente de la República, pronunció, desde una tarima levantada frente al Ateneo de Caracas (y no del Círculo Militar o de algún cuartel), un discurso donde ofrecía respeto al derrotado y llamaba a la unidad nacional".

Primera conclusión, a diez años de distancia, que puede extraerse de la llegada al poder de Chávez: su triunfo se debió aparentemente no a la voluntad de los venezolanos de que se produjera un cambio de régimen, sino al deseo de que el régimen en vigor recibiese un correctivo. No es baladí este dato, porque de él se desprende, en buena medida, un fenómeno que muchos observadores pasan por alto: es cierto que Chávez no ha instaurado una dictadura de corte clásico (como pueden serlo el régimen castrista en Cuba o, anteayer, las dictaduras militares del Cono Sur americano), pero también lo es que su empeño ha consistido en ir consolidando en Venezuela un régimen democrático no liberal, que muy poco tiene que ver con la democracia instituida y practicada en Estados Unidos o en los países de Europa occidental. Angelina Jaffé, responsable del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Metropolitana de Caracas, señala: "Venezuela es un típico caso de lo que Fareed Zakaria llama democracias no liberales (illiberal democracies). Una dictadura tradicional es hoy en día difícil de concebir en América Latina. Hay elecciones dudosas, pero elecciones al fin. Se toleran ciertos medios de comunicación adversos, pero se persigue, intimida, excluye y hasta expulsa a la gente del país". La profesora Jaffé piensa que Chávez "es sin duda un político hábil, aunque a veces actúa en contra de sus propios intereses, como tentando el destino. Es un apostador, y estoy segura de que prefiere un final trágico a una salida electoral".

Sea cual sea el final que tenga la era de Chávez o, como comúnmente se la designa, al chavismo, lo que es innegable es que Venezuela se cuenta ya entre esas democracias no liberales que han proliferado, de los Balcanes a América Latina, desde la caída del Muro de Berlín. En este sentido, lo que se jugaba en Venezuela en diciembre de 1998 era ciertamente un "final de partida": el fin de la democracia concebida, pace Zakaria, como "un sistema político no sólo caracterizado por elecciones libres y limpias, sino también por el imperio de la ley, la separación de poderes y la protección de las libertades básicas de expresión, reunión, religiosa y de propiedad". Es innegable que la democracia practicada en Venezuela de 1961 a 1998 ofrecía muchas más sombras que luces en algún que otro de estos clásicos apartados, como también lo es que estaba más próxima a la formulación liberal clásica de las democracias occidentales que el actual régimen democrático venezolano.

Será útil repasar, de la sociedad civil a los poderes públicos, de la gestión de la economía a la política exterior, algunos de los escenarios en los que se manifiesta el no liberalismo de la actual democracia venezolana. No sólo porque siempre lo es más comprender que denostar la realidad, sino también, accesoriamente, porque algunos comenzamos a vislumbrar que la democracia española –que, conviene recordarlo, tiene una historia aún más breve que la venezolana– puede fácilmente acabar adquiriendo parecido talante.


Nota: Las citas no referenciadas son respuestas a cuestionarios que la autora de esta serie ha sometido a venezolanos –periodistas, escritores y especialistas en diversas áreas– en las últimas tres semanas.

Ana Nuño

Próxima entrega de "POR AHORA": DIEZ AÑOS DE CHÁVEZ EN EL PODER: "La respuesta social: no futuro".

segunda-feira, 20 de outubro de 2008

Caso Eloá, uma tragédia de concepção

O trágico fim do seqüestro de Santo André (SP) revela não um erro de conduta da polícia paulista no desenrolar da ocorrência, mas um erro de concepção na gestão deste tipo de crise.

É que dentro da estratégia utilizada para a gestão da crise - a de tentar preservar a vida do tomador de reféns (do seqüestrador) - a ação foi perfeita, tanto que ele saiu ileso, eis que só foi atingido com balas de borracha, mesmo após ter ferido as duas reféns e ter atirado contra os policiais que invadiram o apartamento. Invasão, esta, aliás, que, dentro desta maldita estratégia, era a última alternativa, visto que o propósito principal era negociar até o último instante, ainda que isto pudesse colocar, como efetivamente colocou, em risco a vida das reféns, presas que eram de uma pessoa momentaneamente perturbada e, portanto, imprevisível.

Por mais paradoxal que possa parecer, foi uma operação bem sucedida à luz da concepção na qual estava baseada - preservar a vida do seqüestrador. O problema é que o preço disto foi muito alto: uma refém morta e outra ferida no rosto.

Esta tragédia lembra uma outra, igualmente fruto da equivocada concepção de preservar a vida do tomador de reféns. Refiro-me ao episódio do seqüestro do ônibus 174, no Rio de Janeiro.

Tanto em um como em outro caso, a polícia teve várias chances de matar o seqüestrador, em momentos de distração em que o mesmo se colocou em linha de tiro (com uma dose de risco razoavelmente bem calculada em favor dos reféns), e simplesmente não quis. Neste caso de São Paulo ainda houve três noites em que, evidentemente, em 100 horas de seqüestro, ele tem que ter dormido (nenhum ser humano agüentaria ficar acordado e atento tanto tempo!). Mas a polícia, fiel à sua desgraçada concepção de gestão deste tipo de crise, não quis invadir, porque não era o objetivo matar o seqüestrador.

Neste caso não foi nem a última opção, porque, como visto, ele saiu vivo, ileso, já que a invasão, postergada até o último momento, fora feita com balas de borracha. Ou seja: a polícia deixou o desfecho do seqüestro ao bel talante do seqüestrador. E deu no que deu! Uma invasão tardia, meio que improvisada e, pior de tudo: inútil, absolutamente inútil!!

Pergunto: esta era a concepção correta de gestão deste tipo de crise? Preservar a vida do seqüestrador e arriscar a vida dos reféns é realmente o melhor a fazer? Parece-me óbvio ululante que não!

Não é possível que se assista mais, passivamente, à espera do seqüestrador se render, enquanto faz o que quer com seus reféns. É necessário que se mude urgentemente a concepção de gestão deste tipo de crise, que deve ser focada na invasão e na eliminação do seqüestrador. A negociação é até conveniente, mas desde que não seja a principal proposta de ação. A principal proposta de ação tem que ser a eliminação do seqüestrador, na primeira oportunidade que ele der para ser atingido. Isto parece óbvio, não?!

O Estado - a polícia, leia-se - tem que perder o pudor de matar o tomador de reféns numa situação como esta. Somente a vida dos reféns é que interessa; não a do seqüestrador, que foi quem se colocou voluntariamente nesta situação e, portanto, está agindo por sua conta e risco. Enquanto resiste à negociação, está legitimando qualquer ação do Estado tendente a eliminar sua vida para preservar a vida dos reféns. Esta deve ser a concepção de ação policial em crises como esta, para que tragédias assim não se repitam nunca mais.

Para tanto, é necessário deixar a hipocrisia de lado. Hipocrisia de parte da sociedade, de parte da Imprensa, de muitas entidades pseudo-defensoras dos Direitos Humanos (que, como o próprio nome sugere, são de todos, e não apenas dos criminosos, como deixam transparecer muitas dessas entidades), e de muitos operadores do Direito também. Neste ponto, o coronel que comandou a operação da PM paulista tem razão: se o seqüestrador fosse logo morto, muitas vozes histéricas surgiriam para criticar a polícia, penalizadas pela jovem vida que se foi (sem se dar conta de que foi tarde, foi dando motivos para tanto, foi para salvar outras vidas também jovens, que não tinham nada a ver com a paranóia dele. Eram jovens inocentes que não podiam ter pago a conta desta hipocrisia!).

O Estado não pode ter o pudor de matar tomador de reféns e cabe a todos nós apoiá-lo. E o primeiro apoio neste sentido deve vir do Ministério Público: cabe ao promotor natural, aquele que irá apreciar a conduta dos agentes policiais envolvidos na operação, dar a eles a garantia de que eles sequer serão processados por cumprirem o seu dever e matarem o seqüestrador. Era o que eu faria, com muito prazer, aliás, e inenarrável dose de satisfação pessoal, caso fosse o promotor natural num caso destes. Acho até que é disto que a polícia precisa em situações assim: ser blindada, para que possa agir firmemente e fazer o que tem que ser feito, ainda que isto possa desagradar à parcela hipócrita a que me referi acima, a quem não se pode dar ouvidos, porque criticar é fácil, mas quem tem a responsabilidade de agir não pode se demitir desta responsabilidade com receio de qualquer tipo de crítica, quanto mais uma crítica histérica e hipócrita.

Não se trata de um simples ponto de vista, de uma simples postura ideológica; trata-se da mais superficial lição de Direito Penal relativa à excludente da ilicitude denominada "legítima defesa de terceiro". O Direito garante ao agente do Estado que matar o seqüestrador a plena licitude de sua conduta. Diria, aliás, que é um dever seu assim agir, para salvar a vida de inocentes que estejam subjugados pelo seqüestrador, vida dos quais, aliás, ele é agente garantidor.

Que se tire uma lição deste erro estratégico. Para que, da próxima vez, possamos comemorar a eliminação do seqüestrador ao invés de chorar a morte do(s) seqüestrado(s)!

Marcelo Lessa, promotor de Justiça

A vueltas con Pío XII

Una de las razones -y no son escasas- por las que el cultivo de la Historia resulta indispensable es que nos acerca a la realidad por encima del mito. Uno de los más recurrentes es el que adjudica a Pío XII el papel de pontífice de Hitler. La acusación intenta sustentarse en la germanofilia del pontífice y, de manera especial, en su silencio ante el Holocausto. Que Pío XII gustaba de la cultura alemana es cierto, pero pretender que todos los que aman la obra de Beethoven, Bach o Goethe son unos nazis es una majadería. Por otro lado, acusarlo de pasividad ante el Holocausto es una calumnia. Eugenio Pacelli, el futuro Pío XII, vivió en una época crispadamente difícil. En Rusia, se había creado el primer estado totalitario de la Historia y millones de creyentes -en su mayoría ortodoxos, pero también católicos y protestantes- fueron fusilados, torturados o enviados a campos de concentración. El propio Pacelli pudo comprobar cuando era nuncio en Alemania de lo que eran capaces los comunistas y nunca lo olvidó. A pesar de lo que esa experiencia lo marcó, no lo llevó a contemplar con simpatía a Hitler.

Ya siendo papa, Pío XII se planteó la posibilidad de una denuncia pública y explícita de la persecución de los judíos, pero las consecuencias de ese tipo de acción resultaron terribles. La represión sufrida por los católicos en Holanda -donde se adoptó esa conducta-, la certeza de que las represalias contra los católicos en naciones ocupadas por Hitler podrían ser pavorosas y, posiblemente, el ejemplo de lo que había pasado con la Iglesia confesante en Alemania acabaron determinando otro comportamiento. Sin dejar de condenar el nacional-socialismo alemán de manera pública y contundente - el discurso de Navidad de 1942 es un buen ejemplo-, Pío XII optó por proporcionar información al exterior acerca de los crímenes cometidos por el III Reich y por intentar salvar a cuantos judíos fuera posible. Resulta significativo que el departamento de Estado norteamericano recibiera en 1942 las primeras noticias sobre las cámaras de gas de fuentes vaticanas. También es harto elocuente que en Italia -y no sólo en Italia- las autoridades eclesiásticas y las órdenes religiosas organizaran un sistema de salvamento de judíos que permitió que decenas de millares no fueran deportados a Auschwitz. Así lo comprendieron desde Zolli, el rabino de Roma que se convirtió al catolicismo y fue bautizado con el nombre de Eugenio por Pío XII, a Einstein pasando por Golda Meir, que señaló como «la voz del pontífice se ha levantado en favor de las víctimas».

Pío XII seguramente hizo todo lo que podía teniendo en cuenta que de sus palabras dependía el futuro de millones que no eran judíos y cuyos sufrimientos quiso también aliviar. Y, desde luego, se comportó mejor que el Stalin que no movió un dedo para impedir el Holocausto y firmó un pacto con el Hitler de las leyes de Nuremberg o que Roosevelt que se negó, a pesar de las peticiones de Churchill, a bombardear las vías férreas que llevaban a Auschwitz por temor a las represalias sobre sus pilotos. La pregunta sobre si pudo salvar a más -pregunta que atormentó al propio Schindler- no se responde calumniándolo a posteriori, sino reconociendo que casi todo el mundo, a diferencia de él, contempló el Holocausto sin reaccionar.

César Vidal

Justicia y gratitud para Pío XII

Nadie podrá decir que Benedicto XVI es aficionado a escoger el camino fácil. Por el contrario, cuando piensa que debe entrar a fondo en un asunto, no se detiene en cálculos tácticos y está dispuesto a afrontar el desgaste que ello conlleve. Acabamos de verlo en su modo de tratar el cincuentenario de la muerte de su predecesor, Pío XII.

Benedicto XVI quiere un debate sereno y abierto sobre la poliédrica figura del Papa Pacelli, y está dispuesto a romper con la política del silencio embarazoso o la mirada para otra parte.

En la homilía de la misa del cincuentenario, ha querido recordar en primer término la época en la que Pacelli fue secretario de Estado de Pío XI, una época marcada por los totalitarismos fascista, nazi y comunista. Por el puesto que ocupaba y su conocimiento de las relaciones internacionales, Pacelli fue el muñidor de la actividad doctrinal de la Santa Sede en torno a esas dramáticas amenazas, a las que dieron respuesta respectivamente las encíclicas Non abbiamo bisogno, Mit Brenender Sorge y Divini Redemptoris. Son tres piezas del magisterio pontificio que no dejan lugar a dudas sobre la claridad de criterio de la Santa Sede ante el huracán totalitario que se cernía sobre Europa, bastante antes de que la mayor parte de las cancillerías occidentales hubiesen desarrollado un diagnóstico claro al respecto. Y el futuro Pío XII estuvo en el puente de mando durante esa etapa.

Después, ya en la silla de Pedro, llegaron los años terribles de la Segunda Guerra Mundial y de la horrenda persecución contra los judíos desatada por el régimen nazi. Se han derramado ríos de tinta sobre la actitud que mantuvo Pío XII, pero conviene aclarar que no siempre fue así. Por el contrario, en los años posteriores a la guerra existió un consenso casi universal sobre la obra de salvación y protección de los judíos llevada a cabo por impulso del Papa Pacelli y buena muestra de ello son las múltiples expresiones de gratitud llegadas desde el mundo judío, como la recordada por Benedicto XVI en boca de la ministra de Exteriores de israelí Golda Meir: "Cuando el martirio más espantoso ha golpeado a nuestro pueblo, durante los años del terror nazi, la voz del Pontífice se ha levantado a favor de las víctimas". Resulta difícil pensar que la señora Meir estuviese mal informada, como tampoco podía estarlo el rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, que en 1944 afirmaba que "el pueblo de Israel no olvidará jamás lo que Pío XII y sus colaboradores están haciendo por nuestros desventurados hermanos en la hora más trágica de nuestra historia".

Entonces, ¿de dónde nace una confusión que ha hecho fortuna en amplios sectores y que ha llegado a la locura de acusar a Pío XII de complicidad con el nazismo o cuando menos de tibieza? Muchos investigadores señalan el estreno en Berlín de la obra El Vicario de Rolf Hochhuth, en 1963, como el inicio de una leyenda negra que no ha hecho sino agrandarse. En realidad esta obra teatral no aportaba nueva documentación, tan sólo presentaba una lectura ideológica de Pío XII que le hacía culpable de haber guardado silencio por cobardía e interés y también por un filogermanismo que le habría conducido a la complacencia. La historia de cómo esta reconstrucción histórica ha conquistado a amplios sectores sociales necesitaría una investigación específica, pero se pueden señalar algunos elementos: en primer lugar, la furia de una izquierda marxista que veía en Pío XII a un bastión del anticomunismo; en segundo, un nuevo debate sobre si las obras a favor de los judíos no deberían haber estado acompañadas de pronunciamientos públicos más fuertes; y en tercer lugar, la publicística anticatólica encontró aquí una fuente inagotable, con el precioso concurso de sectores eclesiales empeñados en mostrar una ruptura entre el pontificado de Pío XII y el de Juan XXIII.

Es cierto que Pío XII debió decidir, en medio de la tormenta, cómo administrar sus recursos y posibilidades. La Iglesia ya se había pronunciado claramente sobre la idolatría nazi y por otra parte sus sacerdotes estaban sufriendo una dura persecución en Alemania, Polonia y otras regiones de Europa. La experiencia parecía mostrar que los pronunciamientos duros y explícitos, como el del episcopado holandés, sólo servían para recrudecer la saña de la persecución, tanto de judíos como de católicos, y no faltaron episcopados europeos que rogaron al Papa que evitase esa posibilidad. Se comprende la encrucijada moral del pontífice, que difícilmente puede juzgarse con categorías de despacho. En todo caso, en el radiomensaje de la Navidad de 1942, Pío XII se refirió a la persecución sufrida por miles de inocentes a causa simplemente de su nacionalidad o de su raza, en evidente referencia a los judíos. No obstante, como ha recordado ahora Benedicto XVI, el Papa Pacelli prefirió actuar "a menudo de manera secreta y silenciosa, precisamente porque, consciente de las situaciones concretas de ese complejo momento histórico, intuía que sólo de ese modo podía evitarse lo peor y salvar al mayor número posible de judíos". A esa tarea dedicó todas sus energías, movilizando la extensa red de las nunciaturas, las parroquias y las órdenes religiosas. Sólo así se explica el unánime reconocimiento del mundo judío en los años posteriores a la guerra, cuando no se había abierto un debate contaminado en su raíz.

Benedicto XVI ha querido también disolver el tópico de Pío XII como Papa rígido, hierático e incapaz de juzgar adecuadamente el rumbo de la historia. Por el contrario, ha subrayado su amor al pueblo, su valentía frente a las amenazas totalitarias (que no faltaron) y la apertura de su pensamiento. De hecho, lo ha presentado como precursor del Concilio Vaticano II en temas como la eclesiología, la liturgia, las ciencias bíblicas, el impulso a las misiones y la promoción del laicado. Con su valiente homilía del pasado jueves, Benedicto XVI ha arrojado luz sobre una figura que ha pretendido enfangar gente con mala conciencia y oscuros intereses, a veces en medio de un silencio inexplicable por parte del mundo católico.

José Luis Restán
http://iglesia.libertaddigital.com

Genoma humano: progreso científico para el avance de la civilización


Han sido muchos los acontecimientos ocurridos, desde que se hiciera público el primer borrador del genoma humano, a principios del año 2001. Como es sabido, el citado borrador, notablemente perfeccionado desde entonces, pues los errores y lagunas eran muchos, representa el patrón de la información genética detallada que define la especie humana. Su conocimiento abrió la posibilidad de detallar también, hasta un nivel muy profundo, la individualidad genética de cada ser humano. Se trata de una cuestión, la de cada ser humano como único e irrepetible, que tiene múltiples facetas; de alguna forma, la dignidad intrínseca, que la verdadera civilización atribuye a cada uno de los integrantes de nuestra especie, también se ejemplifica en los datos que hoy nos aporta la Ciencia más avanzada.

Disponer de esta información sobre el genoma humano permite plantear una enorme cantidad de nuevos programas científicos, destinados a aprovechar ese conocimiento, que actualmente están en pleno desarrollo en muchos lugares del mundo. Entre ellos, los destinados a desarrollar una Medicina individualizada que no es otra cosa que utilizar los datos de la individualidad genética de cada cual, para mejorar la atención sanitaria a lo largo de la vida. Se trata, por ejemplo, de plantear medidas preventivas que beneficien a cada persona, en función de lo que se pueda deducir de sus datos genéticos. Se trata, igualmente, de que la atención farmacéutica que reciba tenga en cuenta qué fármacos son los más adecuados para el propio individuo, o cuáles no lo son en absoluto, aunque puedan ser útiles para otros. En definitiva, se pretende conocer hasta qué punto los genes de los que somos portadores -dotación que cada uno recibe a partes iguales de su padre y de su madre- influyen en nuestra salud, así como cuál es el alcance del ambiente en el que nuestra vida se desarrolla. No sólo somos genes, sino que a partir de esta dotación genética nuestro ser biológico se materializa en interacción con el ambiente. Por ambiente se debe entender todo nuestro entorno vital, desde el clima a la alimentación o la educación que recibimos.

El brillante premio nobel Sidney Brenner ha llegado a escribir que todo este conocimiento define un nuevo paradigma científico, porque la Humanidad como tal representa un nuevo modelo. No cabe duda de que los avances en el genoma humano son una nueva fuente de conocimiento y de posibilidades. Sin embargo, la especie humana hace muchos años que ha llegado a esa conclusión. El reconocimiento de dignidad de la persona es la medida de la civilización; los nuevos hallazgos no hacen sino confirmar algo que está escrito en nuestra propia naturaleza, y que como seres humanos hemos podido ir materializando. Claro que a lo largo de la Historia ha habido ejemplos de lo contrario, momentos oscuros para esa civilización humana. También está claro que el propio concepto de vida humana -y la dignidad que le corresponde- pretende ser revisado por algunos en estos momentos, especialmente en lo que representan sus inicios o su final natural.

Pero, interesa mucho a todos considerar algunos aspectos del conocimiento nuevo, para que de cada avance científico se pueda derivar un verdadero progreso. Los avances de la Ciencia suponen un recorrido por un camino plagado de hallazgos ciertos, pero entremezclado de territorios de incertidumbre. La honradez más elemental demanda tanto establecer la verdad científica, como analizar sus alcances en términos precisos. Las interpretaciones carentes de base pueden ser -han sido, algunas veces- el origen de grandes conflictos.

Una conclusión que los datos genómicos establecen con claridad es que no existen razas humanas, si por razas se entiende grupos de seres humanos separados, entre los que pueda caber una distinción biológica clara. La especie humana es única, no hay fronteras que separen en grupos a quienes la integramos. Es ésta una cuestión en la que los descubrimientos científicos no hacen otra cosa que confirmar a quienes propusieron reconocer ese hecho fundamental, desde el ámbito religioso, político o social. Las observaciones son contundentes; hay una variabilidad genética, todos somos diferentes. Esas variaciones, en parte, son heredadas de nuestros antepasados que mezclaron sus genes, lo que sigue potenciando esa variabilidad. La variación hoy existente se puede datar a los inicios de la especie. Las diferencias de color de piel, así como de otras características externas muy visibles, son debidas a meras adaptaciones. Si se cuantifican las diferencias genéticas entre dos individuos, incluso considerados como de la misma raza, su valor alcanza niveles muy superiores a aquellas que puedan determinar las diferencias raciales o étnicas.

La Ciencia biológica asesta un duro golpe a todas aquellas posiciones -sostenidas en el pasado, pero también en el presente, no nos engañemos- que hacen énfasis en la significación de la etnicidad. Se podrán buscar explicaciones culturales o sociales sobre la existencia de grupos étnicos, así como a su proyección en la situación actual para demandar determinados derechos de grupos, por encima del individuo. De hecho, sabemos que esta búsqueda ha contaminado el cultivo de la Historia, desde sus fundamentos arqueológicos, cuando ésta se ha pervertido al servicio de determinadas ideologías y propuestas nacionalistas. Sin embargo, los avances sobre el genoma humano y la individualidad genética, tan útiles para la Medicina, representan una oportunidad más para la civilización. Un grupo multidisciplinar de académicos de la Universidad de Stanford insistía acertadamente en esta idea. La utilización de categorías raciales o étnicas, que sigue siendo empleada en Medicina, por ejemplo, para establecer la incidencia de determinadas patologías en caucasianos o personas de color, debe hacerse con precaución y con conocimiento de causa. Los grupos étnicos tal como se definen tienen un sustrato cultural y social, que con frecuencia va mucho más allá de lo biológico. Es preciso estar alerta frente a explicaciones genéticas de diferencias entre grupos humanos, en especial cuando se trata de caracteres de determinación compleja como la conducta o la capacidad intelectual.

Conocer la naturaleza es parte del progreso humano, que se asienta y avanza aun más a través del conocimiento de nuestra propia naturaleza como seres vivos. A nuestra propia libertad le es dado aprovechar ese conocimiento para profundizar en lo que más nos dignifica, el respeto a los derechos de todos, pero también de cada persona como única e irrepetible. Cada vez que sabemos en qué consiste ese ser único de cada individuo, nuestra civilización puede seguir avanzando sobre estas bases.

César Nombela
Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid

Gritos frente a la cueva


Si les llegan a ordenar a todos a una a buscar a Franco y a Queipo de Llano, a Yagüe o a Mola, lo mismo los encuentran. Nuestro juez de la horca y la fosa los hubiera mandado a capturar jubilados con carné sepia de falange o a hacer de guardia de honor a Carrillo y sus amigos hijos de falangistas, todos absueltos por buena conducta por la causa de la secta. Eran el domingo un ejército de gente maltratada que sabe que el poder sólo agradece los favores que compra, nunca los que proceden de una vocación y profesión de servicio que del todo desconocen. Nunca se había visto en España tanto policía junto como al mediodía del sábado en el Paseo de la Castellana. Hombres y mujeres, familias enteras. Miles de trabajadores malpagados, maltratados e indignados, que luchan contra ETA, contra la mafia, contra la delincuencia, contra la disolución social galopante y los fenómenos tóxicos del buenismo de nuestros gobernantes, se manifestaban contra la «cueva de Alí Babá» -clamaban, de don Alfredo Pérez Rubalcaba, nuestro sempiterno Fouché. Sin muchas esperanzas, cabe decir. Se habían movilizado contra las intoxicaciones y amenazas sistemáticas y contra el trato de siervos que reciben las Fuerzas de Seguridad del Estado por parte de un Gobierno que se gasta el dinero -el suyo, lector, el mío y el nuestro- con alegría de dueño de cortijo en la compra de votos nacionalistas para un presupuesto que es una broma macabra. No tiene don Alfredo 300 euros para paliar al menos un poco el agravio comparativo, el insulto constante que supone la diferencia salarial de la Policía Nacional y Guardia Civil con las policías de los nuevos cacicatos de la alianza de nacionalistas y socialistas por las regiones afortunadas y no tachadas de traidoras.

El recurso de estos gobernantes ante una protesta de quienes no tienen sino un salario, unas obligaciones familiares y un deber, ha sido, no podía ser de otra forma, la intimidación. En la catadura de los responsables estaba la respuesta. Quien inoportune los planes de supervivencia y privilegio de la tropa gobernante, porque de eso se trata, debe considerarse amenazado. «No pasará nada, señor, Rubalcaba tiene también aquí a su ejército de espías, y las represalias y sanciones, si no se producen el lunes, se iran haciendo con el tiempo. Estos no perdonan y están en todas partes». Con esta franqueza se manifestaban unos antidisturbios de servicio en la Castellana, mientras veían pasar a sus compañeros pidiendo lo que ellos también reclaman. Los espías, el miedo y la desconfianza entre el funcionariado en este Ministerio y tantos otros, las amenazas de represalias y la vigilancia hasta en la intimidad, son las armas del talante. «Aquí está la cueva de Ali Babá» coreaba la policía. Aquí está el resultado puro de la aplicación de los códigos del socialismo español.

Hermann Tertsch
www.abc.es
 
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