quarta-feira, 12 de maio de 2010

El Atlético se inscribe en el futuro

Empatado en compromiso y muy superior en todo lo demás, el Atlético de Madrid inició la final de la Liga Europa tan temeroso como el Fulham. Pasada la fase de adaptación, el grupo madrileño se movió con soltura y desarrolló un fútbol a ratos admirable. Golpeó con Forlán en el 32 y se flageló con el látigo de Perea, que permitió en primera instancia el gol de Davies. En la primera parte ganó en todo; en la segunda, en nada; mediada la prórroga ofreció indicios de campeón y 48 años y 115 minutos después, Forlán agarró por la asas el segundo trofeo continental de la historia del club del Manzanares, tras la Recopa de 1962. [Narración]

Las filigranas de Agüero en sus incursiones, preferentes por el costado izquierdo, sus controles, reversos y fintas debían dictar sentencia. Forlán merodeó cerca, siempre cerca de su alimento, hasta que lo cazó. A la media hora remachó sin miramientos un balón procedente de un remate mordido del Kun. En posición que la televisión delató ilegal por milímetros, le dio un largo de ventaja al Atlético de Madrid. Una hora y 25 minutos después, todavía tuvo aliento e inspiración el Kun para completar la jugada del año, darle el balón al uruguayo infalible, que lo empujó ni se sabe cómo. Pero en el 115, el Atlético ya se sentía, merecida y sufridamente, campeón de la primera edición de este largo y tortuoso torneo continental.

Tras el primer gol de Forlán, el de la primera parte -precedido por un impacto al palo con remite uruguayo-, el Fulham penaba arrinconado por un rodillo táctico y técnico. Pero el disgusto sólo le duró cinco minutos. Echaba balones fuera, buscaba sin éxito a su goleador Zamora, hasta que una indecisión de Perea, el colombiano de doble filo, le regaló la ocasión de gol. No supo aprovecharse el delantero inglés de ascendencia caribeña, pero se reprodujo el síndrome del rebote al rival que persigue al 'Aleti'. Balones trompicados en el área, fabricados en serie, a botas enemigas. El centro de Gera lo peinó Assunçao y se convirtió en asistencia a Davies, un francotirador que ya había avisado una primera vez desde lejos. Entonces respondió la tenaza asombrosa de David de Gea; en esta segunda oportunidad, a corta distancia, reventó la portería española.

Quién dijo que una final era fácil. Tras cinco minutos de alivio, nada más, de nuevo la constancia, aún más intensa, para molestar al portero australiano que defiende al Fulham, Mark Schwarzer. Jugando por la Copa de la UEFA ante el Sevilla, alistado entonces en el Middelbrough, encajó cuatro goles. Esta vez se complicó muy poco ante los disparos de Reyes y Simao y sacó con esmero un zurdazo de Forlán de apariencia letal justo al término del capítulo uno.

Capítulo dos: el Fulham, cambia de máscara. De cohibido y carroñero a ambicioso y depredador. Desconfiado de su calidad, esperaba más de una presión adelantada sobre el Atlético que de sus cualidades. Y efectivamente, pilló al Atlético con el paso cambiado. Obligó a De Gea a partirse la cara ante el húngaro Gera, en carrera por un balón mal defendido, de nuevo, por Perea. El portero de moda saca otro peligrosísimo remate de Davies, esta vez asistido por error de Antonio López.

Cuanto se refiere a la defensa atlética debe matizarse: Álvaro Domínguez despachó un partido perfecto: en posición, anticipación, salida de balón, ayudas zonales... La consagración de lo que debe ser un mito rojiblanco en la década que comienza.

La amenaza del Fulham en ese arranque de la segunda parte no pudo con los sueños del Atlético. Se rehicieron los de Quique poco a poco, aunque sin recuperar la presencia amenazadora en casa ajena. Los continuos balones colgados a la altura del área eran cabeceados sin problemas por los espigados defensores del Fulham y ni Forlán ni Agüero estorbaron a Schwarzer en todo el segundo tiempo, que se encaminó a la prórroga irremediable, con dos jugadores de refresco en cada bando: Jurado y Salvio (disgusto en la cara de Simao y mutis de Reyes) en el Atlético y Dempsey y Nevland (por Zamora y Duff).

Dos jugadas inteligentes del mito uruguayo, que había estado desaparecido durante un largo periodo, fueron armas hirientes contra el Fuhlam en la primera parte de la prórroga. El portero australiano arruinó la primera y la segunda, al límite del primer cuarto de hora extra, no la supo embolsar Salvio con la portería abierta a su uso y disfrute.

Pero Forlán y el Kun habían regresado al partido y luchaban contra la ruleta asesina de los penalties a pesar de contar con el imponente De Gea. A la penúltima oportunidad, la genialidad brotó de nuevo. Y el Atlético regresó de la noche de los tiempos, de aquellas páginas ya amarillentas. Quique lo ha inscrito en el futuro.

Fernando Lamas

www.elmundo.es

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