Al presentar mi Nueva historia de España señalaba que la historiografía española, en especial la convencionalmente calificada de derecha, suele ser muy cuidada en los datos, pero pobre en el análisis. Cabe añadir que le ocurre lo contrario que a la historiografía de izquierda, la cual comprime, retuerce o desvirtúa los datos para hacerlos encajar en un análisis ideológico previo. De esto último he expuesto muy abundantes muestras en diversos estudios, y de lo primero podría señalar algunas en el libro de Manuel Fernández Álvarez España, biografía de una nación que estoy leyendo.
Este historiador ha tenido un merecido éxito, ha aportado el conocimiento del pasado numerosos hechos que dormían en los archivos, pero encontramos en él una frase como la siguiente: "La España musulmana, en este primer período que culmina con el califato de Córdoba, duró cerca de tres siglos. Su historia no fue menos turbulenta que la de la España visigoda". El aserto es un verdadero disparate analítico, a menos que demos al concepto de España a un valor meramente geográfico. En realidad nunca existió una "España musulmana", sino Al Ándalus o Alandalús, en todo menos en la geografía, opuesta radicalmente a lo que consideramos España antes y después de la invasión de Tárik y Muza. De haberse impuesto Al Ándalus, la evolución histórica comenzada con la Segunda Guerra Púnica habría quedado interrumpida definitivamente, como sucedió en el norte de África y en Oriente Medio. El mero hecho de que la civilización islámica se asentara en la Península Ibérica (esta sí es una denominación meramente geográfica), no la convierte en española, por más que adoptase, muy secundariamente, algunos rasgos hispanos.
Observamos el dislate en muchos historiadores de derecha –sigamos llamándoles así– reivindicadores, por un prurito patriótico mal aconsejado, del esplendor de Córdoba, olvidando generalmente o dejando muy en segundo término el brutal despotismo en que se asentaba. Pero si dejamos de lado el mero dato geográfico o la evanescente cuestión de la sangre, los herederos de Al Ándalus, tanto en sentido cultural como en gran medida genético, se encuentran en el Magreb, adonde marcharon en gran número y en cuya cultura influyeron poderosamente. Así lo sostengo en Nueva historia de España, y creo que la tesis se impondrá, a menos que se le opongan argumentos más consistentes.
Por otra parte, hablar de una España musulmana supone que si el islam volviera a imponerse aquí –está en ello, por cierto–, España subsistiría igualmente, con una u otra cultura, pues esta tendría poca relevancia comparada con la geografía. Pero volvería Al Ándalus, lo más opuesto a la cultura y formas políticas españolas de origen latino-godo, evolucionadas en siglos de enormes esfuerzos y luchas.
La barbaridad, pues lo es por muy difundida que se halle, se completa con la equiparación entre la "España" musulmana y la visigoda. Con los visigodos, la cultura romana y cristiana dio lugar a una nación, la primera nación española y probablemente europea de la historia, que los invasores árabes estuvieron muy cerca de aniquilar por completo. Y tampoco responde a la realidad la afirmación de que la España visigoda y Al Ándalus fueran igualmente turbulentas. La segunda vivió en guerra civil permanente, mientras que la mayoría de las contiendas internas godas solo afectaron a la capa superior. Además, la dinámica histórica fue justamente la opuesta: en los hispanogodos constituyó un proceso tenaz de unificación de la romanizada península, en los musulmanes, un retroceso paulatino acompañado de tendencias a la disgregación interna.
No son inocentes ni dejan de tener efectos las palabras. Lo mismo que con la "España musulmana", ocurre con otras desvirtuaciones más próximas, como la costumbre de llamar "republicanas" a las fuerzas del Frente Popular, que justamente destruyeron la república. Costumbre casi universal y no por ello menos falsa y preñada de consecuencias políticas muy actuales.
Pío Moa
http://www.libertaddigital.com
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