Existen tres tipos de países con armamento nuclear. En primer lugar están las democracias occidentales, que deben preocuparnos poco: Estados Unidos, Francia, Israel, Gran Bretaña. Están también aquellos países que desde hace décadas están embarcados en la disuasión nuclear clásica, y –salvo error o islamización paquistaní– tampoco deben preocuparnos demasiado: Pakistán y la India. Y están también la gran dictadura comunista, China, y junto a ella Corea del Norte, con su régimen profundamente desestabilizador. |
El hundimiento, el pasado marzo, de la fragata surcoreana Chenoan reveló nuevamente hasta qué punto Pyongyang es un peligro real para sus vecinos. Además, es el principal suministrador de misiles y tecnología militar de la República Islámica de Irán.
A diferencia de los miembros del primer grupo, Irán no es una democracia. A diferencia de los del segundo, su racionalidad estratégica no parece fácilmente encajable en los parámetros del equilibrio de terror. A diferencia de China y Corea del Norte, aspira a utilizar la bomba, al menos diplomáticamente. Así que, si la consigue, tendremos que vérnoslas con una situación especialmente peligrosa.
La amenaza iraní sería directa para la democracia occidental que tiene más a mano: Israel. Por otro lado, la amenaza cobraría forma a partir de los grupos terroristas que Teherán arma y entrena, empezando por Hezbolá; y nada impide que, a través de éste, o directamente, el ingenio nuclear acabe en manos de células terroristas que tengan ciudades occidentales como objetivo. Last but not least: un Irán nuclear inauguraría un mundo polinuclear y desataría una carrera armamentista: los vecinos de los países nucleares y las potencias de rango menor querrán hacerse con la bomba.
Sin duda, la cuestión nuclear iraní está instalada firmemente en el panorama internacional.
En los últimos dos meses han tenido lugar cuatro grandes acontecimientos relacionados con la cuestión nuclear: la publicación de la Nuclear Posture Review norteamericana, la renovación del tratado Start, la cumbre nuclear de Washington y la revisión del Tratado de No Proliferación, aún en curso. En los cuatro, la preocupación de Obama por la proliferación nuclear ha sido notable. Pues bien: en ninguno de ellos ha estado presente realmente la cuestión iraní; en ninguno de ellos se ha abordado el problema actual más serio; en ninguno de ellos han visto los iraníes intención de poner freno a su carrera nuclear. El marcador arroja un indiscutible 1-0 para los ayatolás.
La Nuclear Posture Review 2010 es el documento que guiará la política norteamericana en materia de defensa nuclear en los próximos años. En sus páginas, donde el influjo del mandatario de la Casa Blanca es notable, se mezclan aspectos estratégicos y técnicos con el pacifismo militante de Obama. Los más susceptibles han encontrado en él un paso hacia un desarme unilateral suicida; los menos, un texto demasiado propio del último Nobel de la Paz.
Según se lee en la NPR, los americanos restringirán los casos en que podrán usar armas nucleares, así como los enemigos susceptibles de ser atacados con ellas. Por restringir, que no quede. La NPR ha sido entendida casi unánimemente como un paso hacia el cero nuclear, idea que ya preconizó Obama en alguno de sus escritos de juventud. Sea como fuere, con Irán en pos de la bomba e insensible a las medidas tomadas por los norteamericanos, la idea del desarme unilateral no parece la herramienta más adecuada para frenar a los ayatolás.
También a principios de abril, el 8, se firmaba en Praga la renovación del acuerdo Start entre EEUU y Rusia, entre Obama y Medvedev. La interrupción de la construcción del escudo antimisiles en Europa Oriental desbloqueó el acuerdo. Los firmantes celebraron el trato (un máximo de 1.500 cabezas nucleares) y se felicitaron efusivamente; las trampas que hacían y se hacían las dejaron fuera de foco: trampas relacionadas con cabezas almacenadas, vectores y vehículos, renovación de armamento...
Más allá de que, en diplomacia, un pacto, por vacío que esté, es un pacto, el acuerdo remite a los tiempos de la Guerra Fría: cada bando mostró buena voluntad, pero en lo sustancial uno y otro se reservaron el derecho a seguir organizando su arsenal atómico con entera libertad. El acuerdo se celebró como un éxito ligado al ansia de paz obamita, pero de nuevo nada tenía que ver con el problema nuclear de nuestro tiempo: Irán. La próxima guerra nuclear no estallará entre americanos y rusos, ni sus respectivos misiles sobrevolarán Europa en busca de Moscú y Washington...
Turno para la Cumbre de Washington de mediados de abril: Obama se llevó su foto rodeado de 47 deslumbrados homólogos, que fueron todo oídos a sus advertencias: "Los países reunidos aquí declaramos que el terrorismo nuclear es una de las mayores amenazas para la seguridad mundial, y decidimos actuar de forma práctica para atajarlo", y todos ellos llegaron al acuerdo de... no hacer nada: ni Irán ni Corea del Norte, desestabilizadores y proliferadotes, participaron en la tenida, ni se dieron por aludidos. Los iraníes, además, anunciaron dos días antes que poseían centrifugadoras de tercera generación, declararon que Estados Unidos debía ser expulsado de la Organización Internacional de la Energía Atómica y amenazaron a Israel: tres gestos con los que volvieron a dejar claros sus objetivos y la visión que tienen de EEUU.
Con Irán amenazando y despreciando, la declaración final se movió entre las buenas intenciones y lo que Rafael Bardají ha denominado "abolicionismo nuclear", que consiste en hacer algo para no hacer nada y eliminar la amenaza mediante el viejo truco de no pensar en ella. Las amenazas, entre estériles y protocolarias, a los iraníes ni siquiera llegaron al referido documento. En Washington, Occidente mostró su cara más deformada: evitó enfrentarse al que sabe que es su verdadero problema y se volcó en minucias de orden civil: como si el material radiactivo de los hospitales europeos se pudiese comparar con los misiles y las bombas iraníes, que, según muchos analistas, estarán listos en 2011.
Tercer acontecimiento: la revisión del Tratado de No Proliferación. Aún no se ha cerrado, pero volvemos a tropezar con las mismas piedras: las negociaciones esconden a duras penas el hecho de que el TNP está al margen del problema nuclear central, por lo que no es operativo en este sentido. Ahora que el mundo se enfrenta de veras a la proliferación nuclear, el gran instrumento creado para tal situación se muestra inservible. Irán continúa avanzando hacia la bomba al margen de lo que en Nueva York se discute. Y en Nueva York se discute como si los ayatolás no quisiesen la bomba para utilizarla. Obama presidió la apertura de los trabajos, pero la estrella fue Ahmadineyad, cuya siniestra figura se dejó ver por NY para mejor transmitir su desprecio al TNP.
En este mes y medio largo, Irán ha amenazado, insultado, fanfarroneado. Obama, que se había presentado como el presidente preocupado por la proliferación nuclear, no ha hecho sino cosechar fracasos.
El bofetón definitivo se lo dieron Turquía y Brasil, aliados tradicionales de los americanos. Erdogán, que poco a poco está consolidando el giro antioccidental de Ankara, encarnado en una creciente hostilidad hacia Israel, se ponía al servicio de los iraníes. Por su parte, Lula, que boicoteó la presencia de Porfirio Lobo en la cumbre UE-Iberoamérica porque considera que no es el presidente legítimo de Honduras, se arrojaba en brazos de Ahmadineyad en Teherán, donde los ayatolás ahogan en sangre las protestas de sus opositores. En Washington, estas dos maniobras han pillado al personal por sorpresa.
En virtud del pacto Lula-Ahmadineyad-Erdogán, Irán deposita 1.200 kilos de uranio enriquecido al 3,5% en Turquía, a cambio de recibir después 120 kilos al 20%. Así cumpliría con lo exigido por las demás naciones. Pero la trampa es triple:
– Irán se sacude las exigencias de poner su material bajo custodia y control internacional, porque turcos y brasileños le permiten quedarse con una cantidad suficiente como para que pueda continuar su carrera hacia la bomba. Gana, pues, tiempo.– Irán se sacude las exigencias de control porque Turquía se configura como un socio benefactor y no como un fiscal internacional, lo que significa que el control sobre su programa será relativo.– Turquía y Brasil, sentados en el Consejo de Seguridad de la ONU como miembros no permanentes, brindan otro servicio más a los ayatolás: entorpecerán cualquier iniciativa norteamericana; lo que, viniendo de un aliado de la OTAN, por un lado, y de uno de los grandes socios iberoamericanos, es más de lo que cualquier presidente norteamericano podría imaginar.
El fin de la historia es la constatación del fracaso de la diplomacia obamita. Los norteamericanos prometen sanciones y montan en cólera, pero se topan en el Consejo de Seguridad con chinos, turcos, brasileños... y con una Rusia enfadada –porque quería ser ella la que custodiase el uranio iraní–... pero poco. Dispuestos a ver siempre la botella obamita medio llena, los medios de comunicación anuncian nuevas sanciones: lo cierto es que éstas serán limitadas y de escaso efecto sobre el programa iraní. Y lo que es peor, algunos países abandonan el barco occidental para sumarse al antioccidental.
¿Irán, 1 – Obama, 0? El resultado global es bastante peor: y es que la actitud turco-brasileña pone de manifiesto la pérdida de influencia de América bajo la presidencia de Obama.
ÓSCAR ELÍA MAÑÚ, presentador del programa de ES RADIO POR TIERRA, MAR Y AIRE.
http://exteriores.libertaddigital.com
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