sábado, 15 de maio de 2010

Justicia a Garzón quitado

El desplome del ínclito Baltasar Garzón en el pozo sin fondo de sus propias trampas no es la última victoria del franquismo aunque los corifeos de la causa (tantas veces perdida por motivos espurios o por incompetencia temeraria) sostengan lo contrario a tumba abierta y a fantasmón quitado. Si alguien sale ganando es el Estado de Derecho que se ha respetado lo bastante como para impedir que alguien hiciera de su toga un sayo. Que no se ha dejado acoquinar por quienes acostumbran a trampear con leyes y a legalizar las trampas. Que ha diferenciado entre la justicia y la venganza. En resumen, que ha aplicado el código como mandan los cánones.

En este país, tan dado a los refranes, se considera de mal gusto dar leñazos a los restos del árbol fulminado. De ahí que un par de compañeros de fatigas mediáticas y unos cuantos funcionarios esquilmados le dedicaran ayer algún aplauso al abandonar la plaza. Emotiva escena, sin duda, amén de progresista y solidaria. Los magistrados Pedraz y Andreu están más que dispuestos a tomar el relevo y a que no decaiga aunque es harto improbable que tengan interés en remover las sepulturas tal y como anda el patio. No se trata sólo de los múltiples argumentos jurídicos, históricos, políticos y morales que hacían del empeño de su colega una tarea ridícula, sino de la natural y vocacional tendencia de los jueces a dedicarse a aquello que les compete por jurisdicción y dimensión espacio temporal, perspectiva que Garzón había perdido de vista probablemente desde que pensó que se podía saltar de la Audiencia a la política y viceversa sin pasar una mínima cuarentena, un periodo de desintoxicación. Pero, por mucho que Pedraz, Andreu y la compaña se empeñen en respetar lo que su ilustre ex compañero ha dejado a su paso, tendrán que hacer leña, qué remedio, del colmo viejo y hendido por el rayo.

En cualquier caso, hombre refranero, hombre majadero y a estos magistrados se les avecina una sobrecarga de trabajo que tiene a medio país en vilo: faisanes, pretorianos, correas, batasunos, traficantes y otros mochuelos; es decir, una fauna de lo más variado espera al reparto del lunes para saber en qué manos queda lo suyo. De seguro que la suspensión del superjuez es para ellos una buena noticia, aunque siempre cabía la posibilidad de que un despiste de personaje tan ocupado les pusiera de patitas en la rue por incomparecencia del juez ante el calendario, esa enojosa cuestión de los plazos, que en los tribunales, no se crean, es cuestión de años, así de ocupado iba don Baltasar, dando charlas por medio mundo, desfaciendo entuertos y dando lecciones morales allá donde requerían sus servicios.

Habrá quien piense que un gran vacío se abre a los pies de la justicia en España tras la expulsión del único juez que salía en los papeles. Sin embargo, fuentes bien informadas aseguran que el desastre judicial español no es cosa de una sola persona. Al contrario, cientos de jueces anónimos, probos funcionarios, esforzados juristas, alérgicos a la fama, comprensivos, compasivos, rigurosos, atentos a los plazos, duros o humanitarios, rígidos o flexibles, según convenga, estrictos, humildes, pacientes y silenciosos siguen al pie del cañón, sin que las aventuras de Garzón les descompongan y ni siquiera les distraigan. Que saben que cuanto más anónimo más relevante es su trabajo. Y que no han olvidado que la legalidad se fundamenta en el rigor jurídico y no en los titulares. O sea, que hay que dictar sentencias y no pregonar cruzadas.

Tomás Cuesta

www.abc.es

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