El triste episodio del buque Mavi Marmara vuelve a traer a la primera plana de la actualidad el asunto de Gaza, muy olvidado por los medios de comunicación desde hace año y medio, pero no por ello inexistente. Esta vez lo que ha hecho estallar la chispa ha sido un convoy de ayuda humanitaria que se dirigía desde Turquía al puerto de Gaza y que, poco antes de llegar a su destino, ha sido interceptado por la Armada israelí que pretendía, sin portar armas, hacer un registro del cargamento. Al final, la refriega entre los tripulantes y los militares se ha saldado con una decena de víctimas mortales.
La prensa adicta a la causa palestina y los terminales mediáticos con los que cuenta Hamas en Oriente Próximo han desplazado el centro del debate a una supuesta carnicería gratuita a la que se han entregado con delectación las tropas israelíes. Haciendo esto han ocultado arteramente la naturaleza y las intenciones del convoy, así como la verdadera ayuda humanitaria que sí que entra en la franja de Gaza todas las semanas desde Egipto y el territorio israelí. No existe bloqueo alguno sobre la franja más allá del impuesto sobre el tráfico de armas, extremo perfectamente comprensible habida cuenta del uso que los terroristas de Hamas –dueños y señores de Gaza– le dan a las mismas.
Que en Gaza se puede comprar casi cualquier alimento dan fe estas fotografías tomadas recientemente y los sucesivos cargamentos que transitan por los puestos de control israelíes, un millón de toneladas en el último año y medio. Estamos, por lo tanto, ante una grandísima falacia –la del bloqueo israelí– que no se sostiene bajo ningún punto de vista, ya sea éste propalestino, proisraelí o neutro. En Gaza no hay hambre y la asistencia médica está muy extendida. Como prueba de ambas afirmaciones no hay más que tomar los 73 años de esperanza de vida que tienen sus habitantes.
Entonces, ¿por qué la flotilla? ¿Por qué un enfrentamiento armado y un rosario de muertos que a nadie, a excepción de los que viven de este conflicto, interesa lo más mínimo? La razón es simple. El islamismo y su entusiasta partícipe la izquierda radical de Occidente necesitan nuevas pruebas de sangre que apuntalen sus prejuicios antijudíos y su deseo expreso de que Israel desaparezca del mapa. A bordo del Mavi Marmara el papel de los primeros lo ejerció la banda islamista turca "Insani Yardim Vafki", y de los segundos la ONG española "Cultura, Paz y Solidaridad", uno de cuyos miembros transmitió vía internet la "resistencia" que los terroristas iban a oponer al asalto israelí.
Todo indica que ha sido un enfrentamiento buscado a propósito en el que los "pacifistas" iban armados y poseían un plan bien delimitado de cómo provocar primero y explotar después la tragedia. Nada nuevo. Conociendo los antecedentes de casos sangrantes de manipulación como el del niño Mohammed Al Durah, el del Cruce de Netzarim o el del nunca demostrado genocidio de Jenin, lo único que cabe concluir es que este del Mavi Marmara es un muestra más –tan sangrienta como de costumbre– de cuáles son las intenciones y los métodos de Hamas y sus aliados. Sería un error caer en una trampa tan bien tejida, dispuesta más para consumo extranjero que propio y en la que, más que Israel, el que debe una explicación es Turquía, un Estado presuntamente laico y candidato a entrar en la Unión Europea.
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