Sí, ha leído bien. He puesto "estado" con minúscula. Porque quiero referirme al estado en que se encuentra Israel, y no a la nación en general. Por eso no he escrito ayer un artículo para el suplemento de Exteriores. Porque el Mavi Marmara, que llevaba a bordo nada menos que al arzobispo griego Hilarión Capucci, que ya estaba con Arafat en los tiempos de Múnich, y al novelista sueco Henning Mankell, no es más que una anécdota en la larga guerra por la supervivencia de los judíos. |
El asunto es en qué marco tiene lugar esta provocación.
Lo primero que hay que decir es que la cuestión de la flotilla solidaria no resiste el menor análisis: nadie en el mundo recibe más ayuda económica que Gaza, de todas partes y en grandes cantidades, que ya quisieran para sí algunos países realmente existentes. La cifra exacta tal vez la sepa alguien, pero sí se puede afirmar que está muy por encima de la que recibía Cuba de la URSS hasta la década del 80, que era de 5.000 millones, 500 dólares por habitante y año, en equivalencia actual. O sea, que no hace falta que se reúnan turcos, españoles, griegos y otros para llevar cosas, como si aquello fuera Haití.
Pero esto sucede cuando está claro que, por primera vez, en los Estados Unidos gobierna un presidente proárabe. Entiéndase: algunos predecesores suyos en la Casa Blanca fueron poco generosos con Israel, pero éste es un enemigo declarado, con asesores árabes y proárabes. Cosa que iba a ocurrir tarde o temprano. Hasta ahora, Israel ha sido el aliado más importante de los Estados Unidos en Medio Oriente (y no al revés, como se suele suponer). En este momento, no sabemos si el preferido es el saudí, ante el cual Obama se echa al suelo, o el delirante iraní de la bomba, pero sí sabemos que no es Israel.
Netanyahu va a Washington y habla. Pero no es Sharon. Nadie es Sharon. Ni Rabin. La clase política israelí es tan pobre en líderes como la de cualquier otro país occidental. Entre el conciliador Peres y el ignorante Barak, tenemos como primer ministro a Bibi, a quien un amigo definió una vez como "un broker americano".
Y el broker no se ha dado cuenta de algo que sabía muy bien Ben Gurión: que la concesión territorial de los británicos en lo que entonces se llamaba en conjunto Palestina era un regalo envenenado; porque es un país, sí, pero también es un gueto, un sitio en que tener reunidos a los judíos, nunca se sabe si para dejarlos vivir sin que molesten o para matarlos mejor. Hablamos de 1948: hacía tres años de Hiroshima, de modo que el riesgo de aniquilación ya era enorme.
Toda mi vida he defendido el derecho de Israel a existir y a defenderse, y sigo en ello, pero no porque Israel realice un ideal –los experimentos sociales hace mucho que han terminado, y la situación interior es desesperante: paro, delincuencia, drogas: Ben Gurión decía que Israel iba a ser un país como todos "cuando tengamos nuestras putas y nuestros ladrones"; más tarde rectificó: "No hacían falta tantas putas y tantos ladrones"–, sino porque la desaparición de Israel se traduciría en un pogromo generalizado en todo el planeta. Y no quiero ver a ningún vociferante quemando mi casa, porque esta vez el pogromo abarcaría también a los amigos de los judíos, a los cristianos como yo que somos conscientes de nuestra pertenencia a la misma cultura y del valor de quienes están defendiendo, ante nuestra indiferencia, ese Santo Sepulcro que corre el riesgo de ser arrasado en cualquier momento. El Tsahal es el ejército de Occidente, amén de ser el único que, en sesenta y dos años de guerra, no ha violado a ninguna mujer y que hasta se toma el trabajo de cargar en sus ambulancias –las de Maguen David Adom, que la Cruz Roja colaboradora de los alemanes en la guerra ha tardado tanto en aceptar como par, décadas después de reconocer a la Media Luna Roja–, cargar en sus ambulancias, decía, a los enemigos heridos.
La conjunción astral, que diría una joven californiana, no es favorable. Hay mucha energía negativa alrededor de Israel. Estados Unidos ya no es de fiar –lo que, de paso, todo hay que decirlo, da por tierra con el mito del lobby judío americano: el presidente es todopoderoso, y si es antisemita no hay nada de hacer; ¡y encima negro, el muy cabrón!–. Los musulmanes han visto que es su gran momento: los suicidas occidentales están de su lado, desde Mankell hasta Willy Toledo, pasando por los muchos que votaron a Obama, que no es de izquierdas ni tiene la menor idea de lo que es el marxismo –no ha leído mucho el hombre; Barak tampoco–, sino que resume en su persona y su discurso todas las taras de la izquierda reaccionaria de toda la vida.
Israel nunca ha estado tan débil. Y nunca ha sido tan sólida la judeofobia. No porque tenga un valor en sí misma ni deje de ser un anacronismo, sino porque en un mundo sin ideas sirve como aglutinante para que los imbéciles se construyan una identidad –recordemos a Bebel: "El antisemitismo es el socialismo de los imbéciles"–. Mientras estén entretenidos en odiar a los judíos, no molestan y, de paso, hacen un trabajo.
Acabado el otro gran mito del siglo XX, el del proletariado universal, pervive, transformado, el de la raza aria. Que ya no es raza ni es aria, pero se presenta como multiculturalismo y permite, en nombre del islam, de los árabes, de los negros, mantener viva la judeofobia.
Lo que digo sobre la judeofobia vale para nuestro Occidente, pero también para Israel. ¿O alguien cree que sólo los ingleses y los americanos se convierten al islam? No, también dentro de Israel hay conversiones. Y dentro y fuera de Israel prosperan los judíos que se autoodian: no son sólo Chomsky o Fisk. (Amos Oz dice en el Corriere della Sera que lo del Mavi Marmara fue "una explosión de insensatez", una "estupidez enorme"). Son muchos los que quisieran ser otros. La aspiración a ser otro es una patología común a intelectuales, terroristas y políticos –éstos, de manera más disimulada–: ser otro colectivamente, con sus repercusiones en lo individual. Creo que ya el delegar la propia identidad en un grupo de pertenencia es patológico, y que eso ha ocurrido siempre en los nacionalismos, que se realizan como pura invención, como puro mito diferenciador, sea quien sea el que encarne la enfermedad del grupo, Hitler o Sabino Arana.
Por último, una reflexión personal sobre el significado de Gaza. Imagine usted que las autoridades sanitarias –gente seria como Trini Jiménez– le confían la custodia de un enfermo mental peligroso. Está usted obligado a tenerlo en su casa, en una habitación propia. Pero el loco quiere toda la casa para él, de modo que quiere que usted se marche y, para ello, un día le rompe la bañera, otro le quema la cocina, otro se dedica a arrancar las hojas de los libros de su biblioteca. Además, el loco tiene una familia extensa, con catorce hijos de todas las edades, y se la trae a vivir con él porque su vecino jordano ya no la soporta. ¡Pobre gente, qué mal que está! Y empiezan a florecer por todo el barrio asociaciones de defensa del loco y su familia. Como después del incendio de la cocina usted no ha podido contenerse y le ha dado un puñetazo al marginado, esas asociaciones empiezan a acampar frente a su casa y presentan una demanda porque su reacción ante el fuego ha sido desproporcionada. Y además, usted no les da de comer lo suficiente, al loco y su parentela, así que empiezan a reunir dinero para ellos mientras a usted le resulta cada día más difícil trabajar y ganar su propio sustento. Por otra parte, le da miedo salir y dejar al loco y a los suyos solos, porque no sabe qué se va a encontrar al volver. También le da miedo salir porque, hoy no y mañana tampoco, pero pasado sí, es posible que los acampados, que ya son una poderosa ONG que responde a la sigla FARAON, lo agredan. Sabe que algunos han ido al cementerio y profanado la tumba de su padre como represalia por el mal trato que usted inflige a sus huéspedes; lo sabe aunque no ha ido al cementerio porque le puede pasar cualquier cosa si lo hace. A final de año, hechas las cuentas, sus ingresos se han reducido de 30.000 euros a 15.000, y FARAON ha recaudado dos millones de dólares para el loco, descontados los pagos a sus propios funcionarios, que son muchos: casi todo el barrio se dedica a ese tema. Yo emprendería el Éxodo. ¿Y usted?
Piénselo bien. Piense que, para irse o para quedarse, hace falta un Moisés.
Horacio Vázquez-Rial
http://revista.libertaddigital.com
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