segunda-feira, 7 de junho de 2010

Argentina - De nuevo, se acobardan

La República Argentina acaba de cumplir doscientos años de vida nacional independiente. Pues bien: la comunidad judía se ausentó de los festejos. Fue la única entre ochenta colectividades invitadas que eligió no participar. Esto ha marcado un precedente lamentable para la historia comunitaria nacional y para las relaciones de los judíos con el resto de sus compatriotas.

De lo que puede reconstruirse entre tanto comentario, rumor, declaración, contradeclaración, emerge, en el mejor de los casos, un escenario de confusión; en el peor, de cobardía. En respuesta a la pregunta de una pariente preocupada, una mujer relacionada con la dirigencia de la DAIA afirmó en un email que fueron convocadas las colectividades extranjeras no religiosas, y que por ende no cabía participación alguna. A un colega periodista, dirigentes de la referida organización le aseguraron que, ante la cantidad de escuelas que querían participar, optaron por descartar a todas para no dar preferencia a ninguna. En una entrevista con Radio Jai, el presidente de la propia DAIA, Aldo Donzis, dijo que la carta oficial de invitación arribó tardíamente, lo cual limitaba las posibilidades de organización de la participación. Abraham Schwartz, representante del Consejo de Colectividades, llamó a Radio Jai para desmentir a Donzis y afirmó que el DAC (ente responsable de la seguridad comunitaria, dependiente de la DAIA) envió cartas a la red escolar judía que instaban a la no participación invocando cuestiones de seguridad. De modo similar, luego de escuchar las declaraciones de Donzis, el periodista de investigación Ariel Said declaró a Radio Jai: "Es mentira que no se avisó".

Así las cosas, parece claro que alguien no está siendo del todo franco. Si efectivamente la dirigencia política de la comunidad judeo-argentina decidió excluir a la judería de los festejos bicentenarios por razones de seguridad pública, entonces ello representaría un grave desacierto, por el que alguien debería responder. Ante los precedentes de agresiones físicas contra judíos que celebraban un pasado aniversario del Estado de Israel en la vía pública, y la intimidación de la que fue objeto un grupo de jóvenes judíos que intentó manifestarse pacíficamente frente a la embajada iraní, la preocupación no estaría fuera de lugar, pero ¿es ceder el espacio público ante los fanáticos la respuesta correcta?, ¿es conceder la victoria a patoteros armados con palos y disfrazados de fedayines una muestra de coraje? ¿Es acertado mandar el mensaje, a los antisemitas que están detrás de estas provocaciones, de que apenas unas docenas de matones pueden amedrentar a una colectividad de doscientas mil almas?

En rigor, los amedrentados no son los doscientos mil judíos que conforman esta vibrante comunidad, sino la decena de lucidos líderes comunitarios que deciden por todos los demás. Los atemorizados son individuos que necesitan unos asesores de imagen que les digan qué deben hacer como dirigentes políticos. Los acobardados son personas escandalosamente inadecuadas para desempeñar la misión para la que voluntariamente se presentaron. Bajar la cabeza no es una respuesta digna ni inteligente. Se debe exponer a los extremistas, en lugar de ocultar a los judíos.

Pero esto es mucho pedir a una dirigencia que, en enero de 2009, cuando Israel estaba bajo el fuego del Hamás y sometida a un linchamiento mediático espectacular, es decir, cuando Israel más necesitaba del respaldo de la diáspora hebrea, decidió no salir a la calle a expresar su apoyo a la nación asediada y, desoyendo los pedidos del embajador israelí, organizó un acto a puerta cerrada en el edificio de la AMIA. Una dirigencia que cuando finalmente, y ante la protesta comunitaria, llamó a un acto público, lo hizo con excesiva demora, cuando la tempestad ya había amainado; aun así, convocó "por la paz y contra el terror", dejando fuera de la consiga la palabra Israel.

La nuestra es una dirigencia de ilustres despistados que se refugia en la comodidad del acto de Iom Hashoá para mostrar a la sociedad su fidelidad a la causa judía y que justifica su existencia cuando un par de infradotados perpetra una profanación de tumbas hebreas. El verdadero desafío de nuestros tiempos le es indiferente.

Es todo un símbolo ver a nuestros distinguidos representantes elevar sus copas de champagne en el hotel Alvear cada aniversario de Israel para brindar por la salud del Estado judío, mientras en la calle rehúyen la tarea. También quedará ya para los anales la presencia de un engalanado Aldo Donzis en el Teatro Colón para celebrar el bicentenario patrio mientras, afuera, la comunidad judía quedaba excluida del desfile de colectividades por decisión de la institución que él preside.


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