Ojalá no pase inadvertido el tema fundamental de la película Robin Hood: el endiosamiento del Rey, que ve la Constitución como un obstáculo y una ofensa a su divinidad. Por otro lado, vemos a los barones reaccionando ante los excesos del monarca y demandando una carta que limite su poder. |
Toda comunidad, familia, persona necesita un clima propicio para vivir y prosperar. Y ese clima sólo lo podemos encontrar en una economía abierta, es decir, una economía sin intervenciones excesivas por parte del Rey; una economía y una sociedad en las que el poder no sea omnipotente ni haya inflación legislativa, sin impuestos abusivos y donde los derechos del individuo sólo estén limitados por los derechos iguales de sus semejantes. Por eso es imprescindible tener claro qué es un derecho y qué no lo es.
El Rey tiene sus funciones, pero éstas jamás deben ser protagónicas, pues aquél no es "el muchacho de la película" sino el celador de los verdaderos protagonistas, que son los ciudadanos; cuando queremos introducir el concepto comunal, abrimos la caja de Pandora.
El Rey tiene que tener muy claro que su rol es el de proteger la producción y no dirigirla, ya que nadie sabe mejor que cada persona o empresa qué le conviene y cómo ha de lograrlo. Cuando el Rey se cree que su divinidad le faculta para redistribuir las riquezas, típicamente termina redistribuyendo entre sus favoritos en detrimento de los demás. El ciudadano productivo sólo pide que le ayuden a defenderse de los pillos... y de los cobradores de impuestos excesivos.
En toda Corte existen las rémoras que se ganan los favores del Rey mediante la adulación. En Robin Hood vemos cómo Ricardo Corazón de León busca afanosamente a un hombre que sea valiente y le diga la verdad que no le complace escuchar. Curiosamente, cuando lo encuentra, le felicita y luego le empicota.
Aunque se ha dicho infinitas veces, la sortija del poder corrompe a modo, y por ello el propósito de una Carta Magna es limitar las facultades de quienes gobiernan.
Cuando el Rey parte y reparte, típicamente es para favorecer a quienes le sirven (grupos de intereses especiales); al resto le espera la picota. El ciudadano productivo, al verse en la necesidad de sortear los interminables escollos que suelen erigir el Rey y sus acólitos, no tiene más que tres opciones: 1) escapar –y, por tanto, dejar de producir–, 2) incumplir o burlas las malas leyes y 3) rebelarse fiscalmente. Precisamente con una rebelión fiscal tuvo que vérselas Juan I de Inglaterra en 1215, el monarca al que se enfrenta Robin Hood.
Si hay algo que es propio de cada persona es el fruto de su trabajo, y cuando el Rey decide que tiene derecho a una parte del mismo comienza el jaleo. Los reyes han inventado toda clase de estratagemas para apropiarse de lo ajeno, como, por ejemplo, los aranceles a la importación y a la exportación y la devaluación de la moneda.
Lo esencial en todo esto es que no tiene sentido castigar la eficiencia y la capacidad productivas, ya que es contraproducente y termina afectando sobre todo a los que menos tienen. Ya buenos personajes de la historia, como Santo Tomás de Aquino y Juan de Mariana, se pronunciaron de forma tajante en contra de los abusos reales; incluso justificaron el derrocamiento y hasta el asesinato de los tiranos. No es para menos, ya que la devaluación de la moneda es un robo y, por ejemplo, se deja a los ancianos en una muy triste situación, lo cual es imperdonable.
© AIPE
JOHN A. BENNETT NOVEY, analista panameño.
http://revista.libertaddigital.com
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