El burka fue un invento del siglo XX, del Rey Habibulá de Afganistán, que con esa prenda pretendía ocultar a las mujeres de su harén de las miradas de sus súbditos. Las familias de clase alta afganas adoptaron entonces el burka, como vestimenta de lo más chic. Las más aristocráticas mujeres del país se embutían en esa mortaja para aislarse del resto del pueblo. Fue primero una moda de éxito. Y después, la imposición de unos talibanes tan machistas, que no permitían ni que sus mujeres se ocupasen de la cocina.
Pero el burka nada tiene que ver con el Corán. Ni siquiera es un fenómeno «medieval». Fue una moda más del siglo XX. En realidad, el velo musulmán, tan polémico, tuvo siempre mucho más de fashion que de signo religioso. El Corán pide que la mujer se cubra con decencia, pero no especifica mucho más. El velo empezó a extenderse entre las mujeres árabes por imitación de la moda seguida por sus vecinas cristianas de Bizancio, que seguían las indicaciones de San Pablo en la Epístola a los Corintios.
El velo, de todas formas, nada tiene que ver con el burka ni con el nikab. Hay sociedades musulmanas en las que, en público, las mujeres se sentirían semidesnudas sin el velo. También hay países, como Egipto o Irán, en las que las mujeres urbanas lucían minifalda hace 40 años y que ahora son fashion victims del velo, el nikab y el chador. Pero la diferencia fundamental entre el velo y el burka lo indican los orígenes de la prenda.
El burka es una mortaja concebida para aislarse de la sociedad, para impedir que quien la lleva mantenga una relación de normalidad con su entorno. Una mujer cubierta con un velo es una ciudadana más. Una mujer enterrada en un burka es una prisionera. La persecución del velo, a menudo, sólo sirve para causar problemas donde no los había. La prohibición del burka es un precepto del sentido común ciudadano.
Alberto Sotillo
www.abc.es
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