quarta-feira, 22 de abril de 2009

Ahmadineyad visita Auschwitz

Ginebra, anteayer. Sin sorpresa. El antisemitismo del «aliado civilizatorio» de Rodríguez Zapatero tiene la ventaja de no ocultarse. Ahmadineyad tendrá pronto armamento nuclear. Nadie podrá decir que no lo supo a tiempo. Pero en Ginebra se hizo escena anteayer una vergüenza adicional. La «Conferencia contra el Racismo» es otro de los habituales fraudes de la ONU. Financiada por los países democráticos, tal Conferencia no tiene otra función que la de exaltar a las dictaduras. Y llamar a la destrucción de los estúpidos infieles que pagan sus dispendios. La mayor concentración de dictadores por centímetro cuadrado del planeta se hace pagar por aquellos a cuyo degüello llama. Metáfora de nuestro mundo. Pero hay algo aún más desasosegante que la cobardía europea: la interiorización del veto islamista a contar la verdad.

Daré un ejemplo. Sólo. Ayer, en la casi totalidad de las agencias y medios de prensa, el pasaje crucial del discurso de Ahmadineyad era éste:

—«Después de la IIª Guerra Mundial, recurrieron a la agresión militar para convertir en desposeídos a una nación entera con el pretexto del sufrimiento de los judíos... Y enviaron a emigrantes desde Europa, Estados Unidos y otras partes del mundo para establecer un Gobierno totalmente racista en la Palestina ocupada. Y, de hecho, en compensación por las espantosas consecuencias del racismo en Europa, ayudaron a otorgar poder al régimen más cruel, represivo y racista en Palestina».

Fue lo que pronunció en persa Ahmadineyad. Hay un vacío, sin embargo. Éste es el texto completo de su discurso que Irán distribuyó en inglés a los participantes. Marco entre corchetes lo ausente:

—«Después de la IIª Guerra Mundial, recurrieron a la agresión militar para convertir en desposeídos a una nación entera con el pretexto del sufrimiento de los judíos [y de la cuestión ambigua y dudosa del Holocausto]… Y enviaron a emigrantes desde Europa, Estados Unidos y otras partes del mundo para establecer un Gobierno totalmente racista en la Palestina ocupada. Y, de hecho, en compensación por las espantosas consecuencias del racismo en Europa, ayudaron a otorgar poder al régimen más cruel, represivo y racista en Palestina».

La versión «respetable», repetida por la prensa europea, muestra a un Ahmadineyad bárbaro. Normalmente bárbaro. Tanto cuanto deba serlo el dirigente de una teocracia islamista. En cuya lógica, desde luego, un régimen democrático como el israelí —pero también el de cualquiera de los países europeos que financiaron el derroche ginebrino— debe aparecer como el «régimen más cruel, represivo y racista».

El pasaje «censurado» —pero es quizá más una «autocensura» de la cursi conciencia europea que otra cosa—, el que se encuentra en el texto oficial pero del cual apenas nadie ha soltado prenda, es, sencillamente, un delito. Tipificado en buena parte de las legislaciones europeas. Y que, de ser éste un mundo moralmente presentable —ya sé que no lo es—, hubiera debido dar con los huesos del dictador iraní en la comisaría más cercana. Llamar «cuestión ambigua y dudosa» al Holocausto —en rigor verbal, a la Shoà, al exterminio de seis millones de judíos en el marco del programa hitleriano de hacer desaparecer de la faz de la tierra a una población entera, juzgada y condenada como «inhumana»— es cruzar la raya de lo inviolable. Y lo inviolable no tiene, en el límite, nada que ver con Israel, sino con la decisión moral de que nunca más a nadie le sea permitido dictar quién forma parte y quién no de la especie humana.

Y no hay aliado de un delincuente así que no quede, a su vez, envilecido. En lo esencial. Para siempre.

Gabriel Albiac
Catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid

www.abc.es

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