sexta-feira, 24 de abril de 2009

El mito del hombre nuevo

En unos famosos versos de su obra De rerum natura, Lucrecio elogia la filosofía diciendo: "Nada hay más grato que ser dueño de los templos excelsos guarnecidos por el saber tranquilo de los sabios, desde donde puedas distinguir a otros y ver cómo confusos buscan el camino de la vida". Ortega, por su parte, afirmaba que alejarse de las cosas para comprenderlas es lo que se llama presbicia. Hay que "salir a su encuentro y chocar con ellas".
El presente libro de Dalmacio Negro, catedrático emérito de Ciencia Política en la Universidad CEU San Pablo y miembro numerario de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, tiene una doble virtud, y es que, a la par que irradia unas grandes dosis de erudición y agudeza visual sobre la evolución de las ideas políticas que han ido modelando en los últimos siglos el pensamiento europeo, confronta al lector con los grandes problemas de la actualidad y la compleja realidad en la que vive el hombre en los albores de la era de la bioingeniería y la revolución tecnológica.

En esta obra el autor aborda el mito del hombre nuevo, el gran mito del siglo XX, el siglo de los Estados Totalitarios, que se atisba como una fantasía plausible, a la sombra del Estado Total o Estado del Bienestar. Éste no necesita imponerse por la fuerza, sino que, en cuanto productor de valores y cultura, ha creado su propia religión secular facilitando la servidumbre voluntaria de sus ciudadanos.

Dicha situación pone en riesgo no sólo el êthos de las sociedades europeas, sino la propia existencia humana tal y como la conocemos. El orden social se forma exteriormente por el orden cultural y engloba a su vez los órdenes horizontales de la fe, la religión, la moral, el derecho, la economía y la política, siendo este último aspecto la epidermis de todo lo demás. La cultura, el modo de vida, que se configura mediante la conversión de las ideas-ocurrencia, en las que se piensa, en ideas creencia, en las que se está, condiciona la visión de la realidad y, por tanto, la acción humana.

Las nuevas bioideologías –entre las que caben destacar el ecologismo, la obsesión por la salud, la mitificación de la juventud, la llamada cultura de la muerte (técnicas eugenésicas y la eutanasia), el feminismo radical, el multiculturalismo, la corriente New Age– son el producto de una época caracterizada por la desfundamentación de la cultura. El hombre no es tan sólo un animal político, como decía Aristóteles, sino social, y, consecuentemente, su naturaleza es evolutiva, como animal cultural transmisor de conocimientos y capaz de modificarse culturalmente. Empero, está dotado de unos instintos naturales invariables y por unos patrones de conducta fijos, constantes y universales, como dedujo Hume.

La politización de la naturaleza humana –biopolítica–, como consecuencia del uso de los conceptos como armas políticas, los avances de la ciencia médica y genética y la promesa de alcanzar la perfectibilidad de la raza humana en el futuro, vislumbrándose, incluso, la posibilidad de alcanzar la inmortalidad, abren el abismo de una era post-humana. Como advertía Francis Fukuyama en su obra El fin del hombre, la famosa distopía de Huxley (Un mundo feliz) es una posibilidad real de consecuencias nocivas para la democracia liberal y para la naturaleza de la propia política.

Ese mito culturalista del hombre nuevo, según Dalmacio Negro, espiritualmente vacío y exteriormente solidario, "altruista sin deseos ni pasiones", es fruto de la religión secular nacida al amparo del moralismo de la revolución francesa. Para entender esa derivación post-revolucionaria, Dalmacio Negro analiza los orígenes de dos de los principales artificios modernos, sin los que hubiera sido imposible el surgimiento de la religión secular: el Estado y la Sociedad.

En este orden de cosas, Tomás Hobbes, el primer liberal estatista, es quien sustituyó la vieja tradición de la razón y la naturaleza por la de la voluntad y el artificio. El contractualismo hobbesiano promete salvar al hombre, sacarlo de su estado de la naturaleza, mediante la política, colectivamente, en el futuro, y no como las religiones tradicionales mediante la salvación individual en el más allá.

Este nuevo deus ex machina, el gran Leviatán, monopoliza la libertad política a cambio del reconocimiento formal de una serie de derechos sociales y personales que concede a sus súbditos. Su carácter mecanicista propende a extender su control a todos los ámbitos de la sociedad mediante la burocratización de las relaciones sociales, la expansiva reglamentación de la vida pública e incluso la privada y la sustitución del Derecho, fruto de las costumbres y la tradición, del common-law, por la Legislación. El despojo legal del que habla Bastiat, para el que la "Ley es la Justicia"..."Salid de ahí, haced que la Ley sea religiosa, fraternitaria, igualitaria, filantrópica... y en seguida os hallaréis en lo infinito, en lo incierto, en lo desconocido, en la utopía impuesta a la fuerza".

Rousseau.
Fue Rousseau quien transformó el Estado-Leviatán en el Estado-Moral. Es el origen de la nueva religión secular, asentada en el nihilismo al romper con el pasado y engalanada con el ropaje del humanitarismo romántico, en una época dominada por la confianza en el progreso. De la Gran Revolución surgiría el Estado moderno, el Estado-Nación –en contraposición a la nación histórica–, como protagonista indiscutible de la historia europea, que adquiere sus propios fines, subordinando los del individuo a los de la sociedad.

A partir de Rousseau, la política se reduce al ejercicio del poder en la medida en que está moralizado, desplazando la vieja tradición política liberal del gobierno limitado, en la que la libertad política es esencial, llegando a legitimar en casos extremos el derecho de resistencia al poder injusto, contrario al Derecho, como postulaba Juan de Mariana.

El pensamiento ideológico, que ha ocupado el centro político de los siglos XIX y XX, es, en este sentido, un producto del estatismo que impregna una visión artificial del orden y distorsiona la concepción de la realidad, condicionado a su vez la acción humana. Como señala D. Negro, el actual consenso político socialdemócrata, que predomina en Europa y da forma a la actividad política, es heredero de las ideas de Rousseau.

Con la revolución cientificista de 1968, "la revolution introuvable" de Raymond Aron, se produjo un salto cualitativo que pretendía superar el marxismo. La lucha de clases se sustituyó por la lucha entre generaciones. Ya no se trataba de cambiar las estructuras sociales para alcanzar el paraíso terrenal, sino que se pretendía cambiar la propia naturaleza humana como presupuesto del cambio de la sociedad. Todo ello supuso un cambio cultural brutal en la generación del baby boom, que es la generación de la clase política dominante; eternos jóvenes que monopolizan el arte, la educación, los medios de comunicación y la política. El gran problema ya no es el capitalismo, en el que se sienten cómodos, sino la propia naturaleza humana, a la que se considera culpable. Las bioideologías no se parecen al marxismo, salvo en la propaganda leninista-estalinista, sino que se asemejan a los movimientos juveniles del nacionalsocialismo alemán, inspirados en el darwinismo social y la eugenesia. Se trata de crear un hombre nuevo, en el que los deseos miméticos habrán desaparecido, que transforma su naturaleza divinizándola.

En La posibilidad de una isla, Houllebecq describe un mundo en que "ser viejo estaba prohibido". Quizás ese mundo no esté tan lejano y las nuevas bioideologías conviertan al hombre en un ser antihistórico; privado de su cultura, sus instintos, sus pasiones; externamente solidario y virtuoso, pero desarraigado de sus tradiciones y de sus lazos familiares y afectivos; aislado y desprovisto de sentido de la vida. Para comprender las claves de la actual situación política, cuyas consecuencias son impredecibles, es imprescindible la lectura de la obra aquí reseñada.


DALMACIO NEGRO: EL MITO DEL HOMBRE NUEVO. Encuentro (Madrid), 2009. 437 páginas.

Luis Canal, abogado.
http://libros.libertaddigital.com

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