La intensa emoción de Zapatero ante Obama y los Estados Unidos es mucho más conveniente para España que su desprecio hacia la bandera americana y el liderazgo de aquel país. Pero dados los antecedentes y la aún fresca memoria de los españoles, más les habría valido a sus asesores y, por supuesto, a él mismo, un poco de contención en su expresión de tributo y admiración hacia Obama. Que más que respeto parece babeo. Y el ridículo era fácilmente evitable.
Por la lacerante comparación del Zapatero de ayer y el de hoy. De aquel que, tanto en su etapa de oposición como en su primera legislatura, dedicó sus esfuerzos en política internacional a una constante descalificación de las estrechas relaciones entre Aznar y Bush. Y no sólo por la guerra de Irak. Esa era solamente una parte de su discurso. La otra se refería a lo que Zapatero consideraba una actitud de sumisión ante Estados Unidos y su pretensión de liderazgo mundial. Nosotros queremos volver al corazón de Europa y todo aquello. Alimentado en buena medida por el profundo antiamericanismo español, el más alto de Europa.
Pero he aquí que Zapatero ha superado repentinamente el antiamericanismo, ha obviado todas las guerras en la que sigue metido el despreciado imperio y la continuación de las líneas sustanciales de la política exterior de Bush, con una secretaria de Estado que apoyó la guerra de Irak y se ha transfigurado en feliz postrado ante la grandeza y autoridad de Obama y de los Estados Unidos. Con la diferencia, de momento, veremos lo que da de sí Praga, de que Aznar se podía permitir poner los pies encima de la mesa de Bush. Mientras que Zapatero ruega su oportunidad para ponerlos encima de la mesa de Obama.
Tuvieron «una charla tranquila y amplia», dijeron de sus tres minutos de encuentro con Obama, intérpretes mediante. Es fantástico, es maravilloso, remachó el primer fan mundial de Obama.
Edurne Uriarte
Catedrática de Ciencia Política en la Universidad del País Vasco
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