terça-feira, 14 de abril de 2009

A propósito de "Bajo el signo de Fidel"

A quien ha nacido y vivido en Cuba durante los últimos cincuenta años, la lectura de Bajo el signo de Fidel. Miradas sobre La Habana le trae a la mente muchas cosas. A un entrañable amigo le recordó el día que nació su primer hijo, porque, según sus palabras, fue una combinación de alegría y dolor que no ha olvidado jamás.
Resulta que su hijo vino al mundo un 26 de julio, fecha en que el régimen castrista celebra uno de sus actos emblemáticos, el Día de la Rebeldía Nacional, y obsequia canastillas gratuitas a los niños nacidos en ese día. El bebé de Pepe no tuvo canastilla gubernamental por ser hijo de un disidente, un ciudadano común y corriente que un día decidió no seguir traicionando su conciencia y encargarse de la gobernatura de su familia y signarse su propio destino. 

Según Antonio José Chinchetru, autor del libro de marras, que escribió de un tirón después de pasar 8 días y medio en La Habana, hechos como éste son muy frecuentes en Cuba, y son resultado del fatalismo astrológico marcado por Fidel Castro cuando asumió las riendas del poder, hace 50 años.   

Bajo el signo de Fidel resulta, sin lugar a dudas, un informe acusador contra el régimen castrista, por sus sistemáticas violaciones de los derechos humanos, y debiera presentarse ante el Consejo de Derechos Humanos, que en mayo hará una renovación de su membresía y en el que Cuba pondrá su candidatura nuevamente a prueba.

Raúl Castro.
El Consejo de Derechos Humanos pasa por un mal momento, dado el enfrentamiento entre los países del Norte y el Sur por el intento de estos últimos de construir una nueva geopolítica internacional. Los países del Sur se oponen a todo cuestionamiento procedente del mundo civilizado, como quedó de manifiesto en febrero, cuando respaldaron mayoritariamente al régimen castrista en su presentación ante este organismo internacional. Los únicos favorecidos con este enfrentamiento son los regímenes no democráticos como el cubano, con sus 200 presos políticos, cuya pervivencia puede ser indefinida, lo cual prorrogaría igualmente por tiempo indefinido el sufrimiento de los cubanos.

El asunto de la reelección o no de Cuba como miembro del Consejo es muy importante. En la Isla ha habido un cambio de gobierno pero no ha caído la dictadura, como muchos pensaban que iba a ocurrir el día en que Fidel no gobernara oficialmente.  

Su no reelección probablemente difiera largo tiempo su adhesión a los pactos internacionales sobre derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales firmados el pasado año y, por consiguiente, empeore más aún la situación de los derechos humanos en la Isla. En cambio, su permanencia reforzará la ratificación de esos documentos, que cuando se ratifican generan automáticamente una serie de revisorías en todos los sentidos y se crean las condiciones mínimas para los cambios democráticos.

Es cierto que Cuba, siendo parte del Consejo, tuvo la oportunidad de cambiar, y es cuestionable que sea reelegida cuando continúa siendo uno de los países con una situación crítica en materia de derechos humanos, sin que se vislumbren cambios en esa dirección. En la práctica, este escollo especulativo solamente puede ser saltado por el pragmatismo, una herramienta que en política equivale a actuar con prescindencia de ideologías principistas y de cosmovisiones teleológicas, haciendo lo que parece más adecuado de acuerdo a cómo se presentan las circunstancias de cada momento. Entonces cabe la interrogante: ¿cuál debe ser la política hacia Cuba? 


JOSÉ GABRIEL RAMÓN CASTILLO, periodista cubano.

http://exteriores.libertaddigital.com

Ver http://oswaldoeduardo.blogspot.com/2008/06/bajo-el-signo-de-fidel.html

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