Lo habían advertido muchos. El Conde Lambsdorff, un liberal de sólida estirpe antitotalitaria, ya había dicho que hay sitios a los que no se puede ir a juntarse con gentuza. Y que las buenas intenciones, incluso sinceras, no compensan las peores compañías. No hace falta ser un gran estadista para saber que sólo se puede ir a disfrutar con delincuentes con plena garantía del incógnito. Y aquí, en el caso que nos ocupa, no existe. No existe el incógnito, ni las putas divertidas, ni los delincuentes ingeniosos. Es decir, hay timbas a las que no se debe acudir aunque las convoque la ONU, que siempre demuestra su vocación a organizar turbias reuniones de esta calaña. Por eso, una serie de países sensatos y decentes dijeron que ni se acercarían por la llamada nueva ronda de la cumbre contra el racismo que comenzó en su día, hace años, en Durban, y hoy es un absoluto aquelarre de los países más totalitarios para orquestar sus odios y fobias en contra de las democracias occidentales. Que por supuesto son las que acaban pagando la factura. Faltaría más. Allí estaban y están todos los titiriteros de las Naciones Unidas que viven del dinero ajeno y convierten a Cuba, a Zimbabue y a alguna otra república grotesca en tribunal de buenas costumbres. Parecen una reunión de los cineastas de nuestra Zeja-Zeta Total. Todo lo peor en perfecta armonía. Dictadores, rufianes, trileros e impostores, todos brindando por un mundo feliz que no logra ser porque lo incomodan los demócratas, la libertad y la información. Y quienes logran impedir tener que pagarles la factura de la fiesta. La Cumbre contra el Racismo se ha convertido en unos Premios Goya a lo bestia. Nunca mejor dicho.
Esta vez la astracanada se ha producido nada menos que en Ginebra -donde por cierto todos los paganos pagarán más por las camas y las dietas y las copas de los delegados participantes-. De países en los que se ahorca a los homosexuales sin que a don Pedro Zerolo le merezca una queja. Y en los que se lapida a las mujeres por una mera sospecha sin que a la retahíla de plañideras gubernamentales españolas les provoque un mero sonrojo. Son los países amigos del progresismo cañí. Aquí destruyen vida, prestigio y hacienda de cualquiera acusado por la mera palabra de quien pueda demostrar portar vagina. Allí saludan, besan, financian y jalean a quienes tratan a las mujeres como animales de carga u objetos directos de tortura. Aquí hay que volcarse a acusar a algún concejal imbécil de la oposición que piropea con grosería a alguna mujer. Pero después se baila el aurresku de la armonía con el fanático y asesino de Ahmadineyad y con él se cocina la paella de la alianza de las civilizaciones que pagamos los contribuyentes españoles para mayor gloria de una serie de políticos inanes que viven de esto. Y de tanto payaso acompañador que acaban llamándose todos Mayor Zaragoza o Al Gore.
Alemania, Holanda, Polonia e Italia y algunos otros países con gobiernos decentes, decidieron no acudir a la Cumbre de Ginebra porque se temían lo que ha sucedido. Otros se levantaron ayer. Podían haberlo previsto. Allí, las teocracias, las dictaduras y las satrapías más corruptas se han deleitado en acusar de racistas a los países occidentales democráticos que más gente de otras razas trata como a seres humanos y les da el bienestar y la protección que sus países de origen les niegan. Tiene gracia que países con la misma autoridad moral de Josu Ternera se erijan en jueces sobre moralidad y ecuanimidad. Tiene triste gracia que juzguen precisamente los países de donde la gente se intenta fugar y no aquellos que la gente busca como salvación para ellos y sus hijos. La tropa de sinvergüenzas que las Naciones Unidas ha reunido para hablar de lo que deberían callar no tiene nombre. Todavía busco nombres de aquellos que quieran huir de Israel, de Estados Unidos, de Francia o Alemania. Tengo una larga lista de quienes quieren huir y nunca volver a toda esa caterva de países que osan dar consejos en Ginebra.
Hermann Tertsch
www.abc.es
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