domingo, 5 de abril de 2009

El 1 de abril que nunca existió

Parece mentira, pero con lo pesados que son ZP y sus aliados con la estafa de la Memoria Histórica nadie, absolutamente nadie, ha recordado que esta semana se cumplía el septuagésimo aniversario del final de la Guerra Civil. Bien mirado, tampoco resulta tan extraño. Hace setenta años, el lehendakari Aguirre que, junto con el PNV, traicionó al Frente Popular en la capitulación de Santoña, salía de España. En los años siguientes, se dedicaría a intentar que Euzkadi fuera reconocida como nación tanto por Hitler como por los Estados Unidos, pero sin éxito. 

Por lo que se refiere a Companys -bajo cuyo gobierno se fusiló en Cataluña a más personas que durante toda la dictadura de Franco- lograba llegar a Francia abandonando a sus correligionarios y buscando el apoyo de la masonería, la misma en la que había confiado para llegar a un acuerdo con Franco traicionando también al Frente Popular. No eran los únicos que abandonaban el barco que se hundía como si fueran las avezadas ratas del dicho. 

Ante la inevitable derrota, millares de republicanos se encaminaron a Cartagena esperando huir de la cautividad o la sentencia de muerte. Con seguridad, casi todos los que llegaron lo hubieran conseguido de no ser porque la marina frentepopulista decidió abandonar el puerto y buscar refugio para ellos en el Norte de África. La solidaridad proletaria no cubría, al parecer, el jugarse el cuello por los camaradas. Por si todo lo anterior fuera poco, numerosos jefes escapados de los nacionalistas, republicanos y socialistas llevaron consigo bienes del patrimonio nacional que nunca volvieron a aparecer, pero que les permitieron vivir un desahogado exilio. 

Se suele mencionar, al respecto, el caso del yate Vita, pero no fue lo único ni lo más importante. Detrás quedaba saqueado, por ejemplo, el Museo Arqueológico de Madrid. Poco puede sorprender que ante un panorama así que dejaba de manifiesto lo que era el Frente Popular y sus aliados nacionalistas, en Madrid, el coronel Casado, un republicano honrado, diera un golpe para acabar con la dictadura comunista que tenía a Negrín como correa de transmisión y que al intento se sumaran los pocos hombres decentes que quedaban en aquella zona: un Besteiro socialista que escribía que los comunistas eran peores que Franco, un Mera anarquista que no estaba dispuesto a entregar España a Moscú y un Wenceslao Carrillo que atribuyó paternalmente una carta de su hijo Santiago amenazándolo de muerte a que lo habían cegado los comunistas. 

A esas alturas, hacía años que las izquierdas y los nacionalistas habían asesinado la República de 1931. No en vano sus defensores de entonces como Ortega, Marañón o Niceto Alcalá-Zamora -cuyos papeles se ha incautado el actual ministro de Cultura sin que sepamos qué está haciendo con ellos- la habían repudiado acusando al Frente Popular de golpista o incluso calificando a sus protagonistas literalmente de canallas. 

No extraña que tan sólo unos meses antes los barceloneses hubieran recibido con entusiasmo a las tropas de Yagüe o que Negrín no lograra convencer a nadie para que siguieran luchando hasta enlazar la Guerra Civil con una segunda mundial. Se sabía de sobra cómo eran y adónde habían arrastrado a España. Quizá también lo saben -aunque parezca lo contrario- ZP y sus aliados y por eso esta semana han optado, de manera excepcional, por olvidar la Guerra Civil.

César Vidal
www.larazon.es

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