quarta-feira, 8 de abril de 2009

La alianza de civilizaciones de Obama

"Soy partidario de que Israel se incorpore a la Alianza [Atlántica]", escribía ayer, 6 de abril de 2009, José María Aznar en la Tercera de ABC. Seguramente, su artículo sobre la OTAN estaba pensado desde hacía varios días, pero su publicación ha coincidido con la intervención de Obama, fuera de agenda, en la cumbre euroamericana a favor del ingreso de Turquía en la Unión Europea.
Como dice en el corresponsal en Bruselas del mismo periódico, Enrique Serbeto, Obama resulta ser "un presidente con una sensibilidad específica hacia el mundo musulmán". ¿Cómo no lo iba a ser, a la vista de sus antecedentes familiares? No es que el hombre ame a toda su familia –ahí está el pobre hermano africano con sus dos o tres dólares al día o a la semana–, pero es hijo de dos culturas y no le hace ascos a ninguna. Lo cual no sería ningún problema si no se tratara del presidente de los Estados Unidos. Y si su política al respecto no se viera refrendada por la presencia de Hillary Clinton en la Secretaría de Estado, cosa que garantiza una continuidad de la irregular política de su esposo y ex presidente respecto de Israel.

Vamos a decirlo con todas las letras, a pesar de Zapatero, su alianza y la malhadada corrección política: Israel es Occidente y Turquía no. Más: Israel es la vanguardia de Occidente en Oriente Medio y Turquía es el último territorio conquistado y afirmado en el avance del Islam sobre Europa. Tanto, que en mi remota adolescencia algunos textos señalaban la caída de Constantinopla, en 1453, como hito final de la Edad Media y del Imperio Romano de Oriente, es decir, el final de las Cruzadas, a pesar del infructuoso sitio de Viena de 1683. Ayer mismo, en la cronología musulmana, tan precisa en lo tocante a su expansión.

El progreso de las conquistas islámicas se detiene en 1492, en España. Es lógico que sea un español como Aznar quien lo tenga presente, y es ridículo que un presidente en ejercicio pretenda olvidarlo por razones que es mejor no tratar de adivinar.

Por supuesto, la conciencia política de los presidentes americanos del siglo XX ha tenido presente las relaciones históricas entre Occidente y el Islam, salvo en el caso de Bill Clinton, que prefirió dejar la cuestión de Medio Oriente en las manos de la judía vergonzante Madeleine Albright mientras él tocaba el saxofón o se entregaba a otras labores orales. La Albright, como era debido, soportó a los israelíes sin reconocimiento de mérito alguno, y en general se atuvo a las decisiones del eje francoalemán sobre el asunto, lo cual es peligroso por definición. Obama es a Clinton lo que Zapatero es a González: una prueba de decadencia.

Mustafá Kemal Ataturk.
Turquía ingresó en la OTAN en 1952, catorce años después de la muerte de Mustafá Kemal Ataturk, es decir, en un período en que la aconfesionalidad del Estado turco era una posibilidad creíble, como lo había sido en ocasión del ingreso del país en el Consejo de Europa, en 1949. Ya no lo era tanto cuando su ingreso en la Comunidad Europea como miembro asociado, no de pleno derecho. Y resulta que es en 2005, cuando se encuentra en plena deriva islámica, que se inician las negociaciones para su integración en la UE.

Por el momento, el eje francoalemán, más por la clara iniciativa de Sarkozy que por una definición neta de Merkel, se opone a ese ingreso. Cierto que con excusas diplomáticas como la exigencia del reconocimiento del genocidio perpetrado por los turcos (con ansiosa colaboración kurda) contra los armenios, cosa que si bien es digna de, al menos, protesta, no va al nudo de la cuestión: Turquía ha sido desde el siglo XVIII uno de los objetivos más preciados de Rusia (la primera guerra ruso-turca se libró bajo Catalina la Grande); Turquía es, cada vez más, un país musulmán; no obstante, mantiene buenas relaciones con Israel, hasta el punto de que los ejércitos de los dos países hacen maniobras conjuntas; Turquía tiene relaciones de privilegio con Alemania desde los días de su participación en la Gran Guerra, naturalmente como aliado de los alemanes, y más tarde como proveedor de mano de obra barata en el proceso de desarrollo de la segunda posguerra; a Francia no le interesa en la medida en que sus relaciones con el mundo islámico pasan únicamente por el petróleo y por el gran problema interno de los inmigrantes no integrados ni integrables. Todo eso ha de tenerse en cuenta a la hora de analizar este proceso.

Sólo unos frívolos impenitentes como nuestro presidente y su actual colega americano pueden soltar estupideces como la de la alianza de civilizaciones o ésta del ingreso de Turquía en la UE, que acerca a Obama al delirio del español y a los manejos del hábil Erdogán, encantado de acoger a Smiley en Estambul, y más si llega tan bien acompañado. La respuesta inmediata de Sarkozy fue la más sensata: no se meta usted en una cuestión que sólo nos atañe a nosotros. Ningún otro presidente americano había actuado de una manera siquiera parecida en relación con Europa, pese a que han tenido que sacarnos las patatas del fuego en las dos guerras mundiales. Ni Wilson ni Roosevelt se habrían atrevido a tanto. Lo que es peor, al pobre Wilson ni siquiera se le hizo caso cuando reclamó la independencia para Serbia: los de Versalles le pasaron por encima sin piedad.

El ingreso de Israel en la OTAN sería la más inestimable de las contribuciones posibles a la paz en Medio Oriente y a la creación (forzosa) de un Estado palestino, cuya existencia es imprescindible para que los israelíes sobrevivan como tales. Los palestinos, ese pueblo que la prensa nuestra pinta aislado e indefenso, van siempre acompañados por sus hermanos, mil doscientos millones de árabes que, con diferentes criterios, los respaldan. Y de esos millones, únicamente los jordanos tienen verdadero interés en el establecimiento de un Estado, por la parte que les toca. ¿O Setiembre Negro fue obra de Israel y a mí no se me alcanza? Otra cosa sería si Israel se presentara en escena con un respaldo real, no condicionado a los cambios de gobierno en América, en la plena aceptación de que es una parte fundamental del Occidente, en la plena seguridad que proporciona la Alianza Atlántica de que cuando uno de sus miembros es atacado, los demás responden en su nombre y atienden a sus necesidades.

El ingreso de Turquía en la UE significa la incorporación, de la noche a la mañana, de cien millones de musulmanes al mercado de trabajo europeo y a las sociedades europeas. Claro que Sarkozy no quiere saber nada de todo eso: las intifadas en los cinturones urbanos de toda Francia serían cosa de cada día, y eso ni siquiera se vería compensado con unos cuantos barriles de crudo.

Horacio Vázquez-Rial


http://revista.libertaddigital.com/

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