Existen dos formas de dialogar con el islam; hablando en nombre de una pretendida civilización o como representante de un Estado. Barack Obama y José Luis Rodríguez Zapatero coincidieron en Turquía a principios de semana. Y ambos se dirigieron a esa comunidad de creyentes que representa más de una quinta parte de la humanidad y cuya desafección respecto del occidente desarrollado, de sus instituciones políticas y de sus modos de vida, se considera, y con razón, el caldo de cultivo en el que han prosperado algunas de mayores amenazas contemporáneas. Pero el primero lo hizo desde su condición de líder de la primera potencia del mundo, y el segundo desde esa meliflua Alianza de Civilizaciones, cuyo enunciado contiene la razón misma de su indefinición.
Las civilizaciones nunca han dialogado entre sí; se han relevado unas a otras a lo largo de la historia en una larga cadena de suplantaciones que casi nunca han sido pacíficas. Y hoy por hoy, sólo hay una que merezca la pena: la que permite oír Beethoven en una sala de Pekín, compartir un descubrimiento científico entre universidades situadas en las cuatro esquinas del mundo, conducir un coche japonés en Minnesota, comer sushi en Roma, hablar por móvil de Nueva York a Yakarta en un aparato fabricado en Finlandia y encargar la obra arquitectónica más audaz de los Emiratos Árabes a un estudio de Londres o Barcelona.
Obama les dijo a sus audiencias turcas: «Mi país no está en guerra contra el islam». Y eso es, con toda probabilidad, lo que esperan escuchar los cientos de millones de musulmanes que defienden una cultura, una religión y un modo de vida, pero que aspiran en integrarse, con su singularidad y en pie de igualdad, en la corriente principal de la única civilización posible: la de la libertad, los derechos del hombre, la ciudadanía política, el libre flujo del comercio, de ideas y de personas, y la de los estados decentes y democráticos.
No es posible la equidistancia entre esa civilización y cualquier otra imaginable, si es que existe. Y en cuanto a las culturas y las religiones, que es eso de lo que realmente se trata cuando se habla de «diálogo de civilizaciones», la cristiana occidental, heredera del mundo greco-latino y la Ilustración, tiene tantas cosas que hacerse perdonar como otras y bastantes más de las enorgullecerse. Adular a las demás y hozar en las propias miserias, cargando con una culpa que correspondería si acaso a nuestros abuelos, no nos da ninguna ventaja. Al contrario. Lo que cuenta es que los estados herederos de esa cultura proclamen que no están en guerra contra las demás, pero sí contra quienes se amparan en agravios del pasado, reales o supuestos, para conculcar los valores de una civilización que ha costado construir tantas guerras y tantos desastres.
Sobre el terreno
De regreso a Estados Unidos, Obama tuvo ocasión, en Irak, de pasar revista a los efectos de esa Guerra Global contra el Terror que ha desaparecido del vocabulario oficial de la nueva administración pero que, con el nombre que se quiera, sigue constituyendo el mayor desafío de la política exterior norteamericana. El nuevo enfoque diseñado por Robert Gates y el general David Petraeus, mediado el segundo mandato de George Bush, anticipaba una estrategia alternativa de lucha contra el terrorismo muy del gusto de un Obama que sin embargo, desde el Senado y durante la campaña electoral, no ahorró críticas a un aumento de tropas crucial para esa nueva política. La que él mismo predica ahora de Afganistán enviando un mayor número de soldados y pidiendo aún más a los países aliados.
El presidente norteamericano insistió en que el grueso de las tropas norteamericanas se retiraría de Irak para finales del año que viene ( calendario similar al pactado por el Bush crepuscular con el gobierno iraquí), pero sobre el terreno se ha encontrado con una realidad llena de esperanzas pero también de sombríos presagios. Los aliados sunníes (Awakening) que ayudaron a los norteamericanos limpiar las provincias más conflictivas, se resisten a dejar las armas y combaten contra el ejército regular, pillando en medio a Estados Unidos. Están en riesgo la paz en esas provincias y el acercamiento interreligioso en vísperas de unas elecciones muy importantes. Y mientras, agentes iraquíes y estadounidenses detectan que militantes del Baath y jihadistas están reanudando la lucha en zonas que habían sido pacificadas, en una renovada insurgencia más reducida pero más letal. En la lucha contra el terror, fijar calendarios siempre da ventajas al enemigo.
Eduardo San Martín
www.abc.es/blogs/san-martin
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