Nueva York se ha convertido en uno de los escenarios más atractivos de la política española por la proyección que tiene y los muchos encantos que encierra. Aquí acaban de coincidir el juez Garzón, en el Foro de Seguridad Global sobre Terrorismo -viendo «muy discutible la situación de los presos de Guantánamo en Europa»- y Alfonso Guerra, ponente en el simposio «España 1975-2010», organizado por el Centro Cultural Rey Juan Carlos de la Universidad de Nueva York, que pronto habrá que bautizar Centro de la Izquierda Divina Española en el Dorado Exilio Neoyorkino.
Tal como les contó ayer Anna Grau, el ex vicepresidente no desilusionó al respetable, haciendo al PP «heredero natural del franquismo», con apellidos y todo. Habría que preguntarle si este PSOE es el heredero de aquel otro que el 25 de septiembre de 1934 en su órgano «El Socialista» proclamaba: «Renuncie todo el mundo a la revolución pacífica, que es una utopía; bendita sea la guerra», y el 10 de octubre siguiente se alzaba en armas contra la República. O el de los oficiales próximos, que sacaron a Calvo Sotelo de su domicilio para asesinarle. Pero puede que su memoria histórica no llegue tan lejos.
Llegará, sin embargo, a la Transición, en la que participó, aunque no en la versión que dio de ella, tan contradictoria que al final no sabía uno a qué carta quedarse. De entrada, la defendió, arremetiendo contra los que ahora la deslegitiman, cuando, según él, fue «el armisticio final de una guerra entre hermanos». Pero a continuación dio argumentos a quienes la cuestionan por considerar que fue escrita bajo la amenaza de los sables, al admitir la cautela con que se actuó, «porque ninguno de nosotros sabía en qué iba a acabar aquello».
Claro que eso son minucias si se compara con lo que realmente ocurrió: que el «PSOE renovado» suyo y de Felipe González, que había dejado a los comunistas llevar el peso de la lucha contra el franquismo mientras ellos eran mimados por la socialdemocracia alemana, para ganarse las credenciales de opositor, se había opuesto al «cambio», apostando por la «ruptura». Sólo cuando vieron a Carrillo entenderse con Adolfo Suárez aceptaron el pacto que, efecto, muñeron Guerra y Abril Martorell.
Pero lo más gordo fue que el ex vicepresidente, con su sucesora De la Vega hierática al lado, olvidó que el mayor crítico de la Transición ha sido Zapatero, que viene cuestionándola desde comienzos de su mandato, siendo el principal responsable de que aquel «armisticio entre hermanos» se haya convertido en confrontación abierta sin posibilidad de pacto. Habiendo el propio Guerra contribuido a ello, al dar luz verde a un Estatuto catalán claramente anticonstitucional.
Pero tal vez sea mucho pedir a los políticos que tengan memoria histórica o de cualquier clase. Esperemos que los historiadores del futuro sean algo más precisos. Por cierto, el simposio se subtitulaba «Presente después de provenir». Buen título para tal mejunje.
José María Carrascal
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