quinta-feira, 6 de maio de 2010

¿Es necesario repensar a Kant?

Adolf Eichmann.
Leyendo el libro de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén, Michel Onfray se sorprende al comprobar que el teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, director del Departamento de Asuntos Judíos de la Gestapo entre 1941 y 1945 y responsable de la deportación de tres millones de judíos a los campos de exterminio, además de nietzscheano, se declarara admirador de Kant. ¿Había leído bien? ¿Un kantiano entre los nazis?

Por más que haya pruebas suficientes de ciertas tendencias filosemitas de Nietzsche, constituye un lugar común asociarle con el nazismo. Parecía natural aceptar la adscripción nietzscheana de Eichmann, como expone Michel Onfray en el opúsculo "Un kantiano entre los nazis" que inaugura El sueño de Eichmann. Ahora bien, la adscripción kantiana era harina de otro costal. Imposible, pues Kant está comúnmente asociado al lado bueno, al de los que piensan bien, al de los virtuosos y los moralistas. Kant está del lado de la razón; de la civilización, en definitiva.

A pesar de esta primera reacción pavloviana, dado que "la formación universitaria no habitúa a los estudiantes a asociar el nazismo con el kantismo", el ensayista francés decide investigar cómo había sido posible que uno de los actores de la Solución Final hubiese reivindicado una existencia iluminada por la filosofía kantiana.

A instancias del juez Raveh, el ex funcionario nazi había declarado que no era antisemita, que no había tenido una mala experiencia con judío alguno y que a lo largo de toda su vida había intentado vivir de acuerdo con el imperativo categórico kantiano, para que el principio de su voluntad y el principio de su vida "en cualquier momento pudieran coincidir con el principio de la legislación general". Aunque no hubiese sido ese el imperativo que lo había llevado a la deportación de los judíos, a partir del momento en que pasó de la militancia a la responsabilidad política, como funcionario se vio obligado a acatar las órdenes. Siempre había seguido órdenes, y jamás había tomado iniciativas propias, por lo que había que pedir responsabilidades a sus superiores.

¿Una estrategia de defensa o una alegación que podía contener cierta verdad respecto a los principios kantianos?

Hanna Arendt estaba convencida de que Adolf Eichmann no sólo había abandonado el imperativo categórico kantiano –definido así en la Metafísica de las costumbres: "Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal"–, sino que lo había deformado y tergiversado igual que aquel otro nazi que decía: "Obra en forma tal que el Führer, si tuviera conocimiento de tus actos, los aprobara".

Adolf Eichmann, en un momento del juicio de que fue objeto en  Jerusalén.
La justificación de Eichmann le pareció a Hanna Arendt poco menos que una aberración incomprensible en un país en que la ética kantiana se enseña en las escuelas. A la pensadora le resultaba imposible aceptar que la figura emblemática de la filosofía occidental, el representante más elevado de la ética, el pensador de la moral, campeón de la Ilustración, alguien para quien la filosofía moral estaba "tan ligada estrechamente a la facultad humana de juzgar" que eliminaba "en absoluto la obediencia ciega", hubiese sido utilizada como referente nazi. Concluyó que Eichmann no era un intelectual, sino un hombre normal y corriente, según habían diagnosticado psicólogos y psiquiatras israelíes, que no sabía pensar. Si había leído a Kant, era obvio que no lo había entendido, eso era todo. De ahí la banalidad del mal.

¿No sabía pensar un hombre educado con las ideas de Kant por un padre que había ocupado durante varios años una silla en el consejo presbiterial de la parroquia protestante de Linz? ¿Incapaz de pensar un hombre que había demostrado tanta eficacia? ¿No sabía pensar alguien que desde 1935 había trabajado buscando posibles soluciones a la cuestión judía? ¿Alguien que había estudiado distintos aspectos de la cultura judía, que estaba familiarizado con el sionismo, que había estudiado hebreo y hasta podía hablar un poco de yiddish? ¿Alguien que había sido enviado a Palestina para discutir la viabilidad de la emigración judía a gran escala? ¿Incapaz de pensar un hombre que, en colaboración con el responsable del Servicio de Seguridad nazi y jefe de la Gestapo, Reinhard Heydrich, había organizado en 1942 la Conferencia de Wannsee y registrado los acuerdos que condujeron al Holocausto?

La gran cuestión que subyace en los dos textos de El sueño de Eichmann es si hay alguna grieta en el pensamiento kantiano por la que hubiera podido colarse el nazismo. Por eso Michel Onfray sitúa en el centro de su reflexión el imperativo categórico y, en general, la filosofía kantiana: "El hecho de que en toda la obra de Kant no exista un derecho ético y político a desobedecer, ¿no nos da la clave de ese doble personaje infernal: el kantiano nazi?". Señala ciertos datos biográficos de Kant: defensor de la superioridad de los bancos respecto de los negros, autor de algunas fórmulas antisemitas, defensor de la obediencia ciega a la autoridad, y se pregunta sobre el sentido último de máximas morales como la obediencia a la ley y la autoridad.

El cuestionamiento de Kant propuesto en "Un kantiano entre los nazis" se traduce en El sueño de Eichmann, un drama que tiene como protagonistas al filósofo y al jerarca nazi; también aparece Nietzsche, pero sus intervenciones apenas son exclamaciones. En el diálogo, un Kant escandalizado pide explicaciones a Eichmann, y éste se justifica a través de los textos de su interlocutor o de datos históricos: sobre la deportación y la obediencia, sobre la diferencia entre legalidad y moralidad, sobre el Dios que murió en Auschwitz, y hasta sobre cómo algunas instituciones católicas organizaron un sistema de expatriación de los nazis para permitir que abandonaran Europa, y del que se benefició el propio Eichmann. A modo de guinda, en una de las escenas el criminal nazi aparece leyendo la Apología de Sócrates de Platón; como si fuese posible establecer paralelismos entre las dos ejecuciones.

Está claro que, en su cuestionamiento de Kant, Onfray arrima el ascua a su reivindicación del libre albedrío y la defensa de la libertad individual por encima de cualquier organismo o institución. También es cierto que su planteamiento es, como mínimo, insuficiente y, hasta cierto punto, superficial. Sin embargo, no es posible obviar algunas de sus observaciones respecto a la ética kantiana confrontada con el nazismo.

Un aviso para replantearse la validez universal de los principios éticos kantianos.


MICHEL ONFRAY: EL SUEÑO DE EICHMANN. Gedisa (Barcelona), 2009, 92 páginas.

Leah Bonnín

http://libros.libertaddigital.com

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