En mi corazón, esta plaza es hoy como una ventana por la que Jaime Campmany, el crítico plural (deportivo, teatral y literario), el brillante cronista parlamentario, el infalible columnista de ABC, el delicado poeta de su juventud, el osado novelista de su madurez, se asomara a mirar la vida de nuevo. Si ahora estuviera a mi lado, como quizás esté, donde yo veo un niño, él vería a Jinojito, ese compañero suyo tierno y doliente que se murió de pulmonía; donde yo veo una calle, él vería un callejón, no sé si del gato, del beso, del pozo o del duende -porque él a todo le buscaba su habitante y le gustaban las palabras vivas como peces-, y donde yo veo un jardín, quizás el viera un poema, o una chuflilla, o un epigrama de ésos que te salen al paso cuando menos lo esperas, como las culebrillas del ingenio. A lo mejor en esta soberbia de dar nombre a una plaza vería Jaime, que tenía la timidez de los hombres enteros, un pecado de dioses, o un abrazo del agua, o una mariposa, quizás partida. Y no les hablaría de sí mismo, creo yo, sino que les daría su palabra, como un notario atento a las luces y sombras del momento, como un juglar de España.
Sabía mi padre, porque se lo había leído a Quevedo, que lo fugitivo permanece. Siempre se estuvo yendo a otro futuro. Fue de Murcia a Madrid y de Madrid a Roma. Volvió a Madrid, y de Madrid al cielo. Ahora ocupa esta placa, ya no tan fugitiva, que es una forma extraña, pero firme y eterna, de seguir navegando por el tiempo. Él os lo pagaría con una prosa fresca y deslumbrante, siempre recién salida del tintero, con alguna humildad bien aprendida, con alguna distancia bien hallada, y hasta con esa sorna levantina que a veces prodigó en forma de nísperos. Pero en el fondo vivo de su alma, estaría redondo y satisfecho.
Yo no tengo su oficio, y sólo os doy las gracias. En su nombre, en el nombre de mi madre y en el de toda la familia, muchas gracias, Alberto. Muchas gracias, Ana. Muchas gracias, Iñigo. Gracias, Ayuntamiento. Jaime, y su apellido, os deben el honor de esta plaza. Y también a vosotros, que fuisteis sus amigos, o sus hermanos, o sus lectores, gracias por estar hoy aquí, y por sumaros desde ella a su recuerdo.
Yo adoraba a mi padre y lo busco en el aire cada día. Ahora, como una guía, también lo buscaré en el callejero.
(Discurso pronunciado ayer durante el acto, por Laura Campmany)
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