sábado, 1 de maio de 2010

¡Raphèl may amèch zabí almí!

A Leire Pajín los peperos quisieron entorpecerle el ingreso en el Senado proponiendo que se sometiera antes a un examen de «valencianidad», que nunca supimos si consistía en recitar de corrido el Cant espiritual de Ausiàs March o en que se disfrazara de dama de Elche, para así lucir ese pelo tan lustroso que Dios le ha dado con cofia, tocado y rodetes. Pero Leire Pajín, ya encumbrada a senadora, ha querido darles sopas con onda a sus fallidos examinadores exhibiendo un don de lenguas que para sí hubieran querido los apóstoles en Pentecostés; sólo que, siendo Leire Pajín una laicaza de tomo y lomo, habremos de aceptar que el Espíritu Santo no fue su inspirador. Este pasmoso don de lenguas que Leire acaba de exhibir se añade al don de profecía que ya demostrara anticipando el acontecimiento planetario que se produciría cuando coincidieran, a ambos lados del Atlántico, los liderazgos progresistas de Obama y Zapatero. Y de una mujer agraciada con el don de lenguas y el don de profecía pueden esperarse grandes cosas; a menos, claro está, que se demuestre que está poseída, pues entonces habría que esperar grandes desgracias, si no la exorcizan pronto.

Pero la exhibición políglota de Leire no fue gratuita; la hizo para celebrar la tramitación de una reforma del reglamento del Senado que permitirá el uso del gallego, el catalán y el euskera «en los debates del pleno y comunicaciones internas de la cámara». Reforma que los fachas se han apresurado a tachar de dislate, aduciendo que exigirá un desembolso fastuoso en la contratación de traductores e intérpretes; en lo que se nota que los fachas carecen de sensibilidad social, pues tal contratación contribuirá a disminuir las cifras del paro. ¿Y no hemos quedado en que el paro es la principal lacra de nuestra economía? Pues entonces lo que habría que hacer es aprobar rápidamente esa reforma, y extender el ejemplo senatorial a todo órgano oficial donde se debata o comunique algo, incluyendo los debates de cafetería y las comunicaciones telefónicas, para lo cual habría que incorporar un negociado de intérpretes y traductores en Sitel.

En su periplo de ultratumba, Dante sitúa al soberbio Nemrod, el rey que ordenó construir la torre de Babel, en el pozo de los gigantes, antes de llegar al noveno círculo del infierno. Y a ese pozo habrán de ir cuando se mueran los senadores que votaron a favor de esta reforma babélica, empezando por Leire, nuestra profetisa políglota; sólo que tal pozo ya no podrá denominarse de los gigantes, por acoger a tamaña tropa de enanos mentales. Al paso de Dante y Virgilio por el pozo de los gigantes, Nemrod empezó a vociferar en un lenguaje ininteligible: «¡Raph_l may am_ch zabí almí!». A lo que Virgilio, dirigiéndose a Dante, comentó con socarronería y displicente sarcasmo: «Déjale, porque hablar con él es cosa vana:/ que igual que nadie entiende su lenguaje,/ no comprende ninguna lengua humana». En donde se resume el castigo que se reserva a quienes promueven, como Nemrod, la confusión entre los hombres, que no es otro sino engolfarlos en una lengua que nadie entiende, impidiéndoles además comprender la lengua de los demás, hasta que finalmente no entienden ni siquiera la propia. Y así las lenguas, enzarzadas entre sí, degeneran en una logomaquia aturdidora que convierte el hablar en cosa vana.

Ni al divino Dante se le habría ocurrido una alegoría tan aleccionadora como esta ocurrencia senatorial para ilustrar la degeneración de la democracia en galimatías, en papilla de palabras huecas, en enjambre y jaula de grillos, en pandemónium infernal. Nunca podría decirse con mayor justeza de nuestra democracia babélica que «en el pecado lleva la penitencia»; pero ya se sabe que, en las democracias babélicas, los pecados de Nemrod los pagamos entre todos, apoquinando del bolsillo.

Juan Manuel de Prada

www.juanmanueldeprada.com

www.abc.es

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