sexta-feira, 27 de fevereiro de 2009
Ciudadanía y cristianía
El vuelo de Saint-Exupéry
quinta-feira, 26 de fevereiro de 2009
La foto más grande del mundo de la investidura de Obama
Orgullo americano
Vivimos días oscuros. La izquierda manipula las palabras hasta dejarlas sin sentido; la derecha se parapeta ante la nueva ofensiva anti-liberal, alimentada por la actual crisis económica global; sólo unos pocos son capaces de defender con claridad y entusiasmo los viejos principios que dan sentido a lo que hemos sido, lo que somos y lo que debemos ser. |
¿Somos los católicos antidemócratas?
¿Padecemos los católicos en España algún tipo de insuficiencia democrática? ¿Acaso la fe confesada públicamente, y confesante, es un peligro para el legítimo procedimiento de decisión de los asuntos que afectan al bien de todos, al interés general, lo que en la teoría clásica se denominaba bien común? ¿Son los principios doctrinales del catolicismo una apisonadora de las bases de la democracia? |
Hace poco, perplejo entre los perplejos, asistí a un debate entre monseñor Fernando Sebastián y el profesor de teoría política y socialista histórico, Antonio García Santesmases. Fue como volver al pasado sin pasado, toparnos con una dialéctica no tan rancia como pensó un buen amigo que, a la salida, me dijo aquello de que "chico, esto no merece la pena. Por muchas ganas que tenga uno de dialogar, como el otro sea sordo, estamos apañados".
Ciertamente, monseñor Fernando Sebastián tenía afinado el oído; su interlocutor no andaba sobrado de ondas hertzianas, y los miembros del Partido Socialista renovado cristiano, que estaban en la primera fila, ciertamente padecían de un aguda infección de realidad. Pero eso es trigo de otro costal, que ya llevaremos al molino.
El profesor Santesmases, que no da imagen de representar el nuevo socialismo de Zapatero, hizo un ejercicio, siempre de agradecer, de búsqueda de algún punto común con su interlocutor eclesial. Llegó incluso a asentar un principio, más captatio benevolentia que otro cosa, cuando afirmó que "para asegurar este modelo de sociedad laicista de inspiración socialista siempre ha encontrado apoyo y estimulo en el pensamiento social cristiano. No hubiera sido posible el Estado de Bienestar europeo sin contar con la conjunción entre liberales igualitarios, socialistas democráticos y democristianos". Ahí es nada: el punto de conexión entre el socialismo liberal, que no es precisamente el socialismo republicado de Petit Zapatero, busca puntos y puentes de conexión con la Doctrina Social de la Iglesia, un aparente ejercicio de buena voluntad por ambas partes. Anteriormente había señalado que el problema que tenemos en España los católicos, además de no aceptar plenamente las reglas de juego democráticas, es nuestra jerarquía.
Para el eximio socialista utópico, la contestación episcopal a las legislaciones socialistas se funda en una teoría filosófica acerca del papel de las instituciones parlamentarias, es decir, que los obispos, como opinan que existen límites al ejercicio de la democracia y por tanto que legislación positiva está subordinada a una ley moral superior, trascendente. Dicho lo cual, nuestro interlocutor se queda tan tranquilo cuando concluye que el problema de la Iglesia, como fuerza social en la opinión pública, radica en que pretende que su doctrina inspire la legislación de los parlamentos y la práctica de los gobiernos. Vistas así las cosas no hemos progresado mucho desde las descalificaciones de la modernidad.
Aún están esperando en la Conferencia Episcopal que algún eximio intérprete de sus documentos y de sus declaraciones les muestre una referencia en la que se diga que la fe cristiana quiere imponer la ley y dictar los Reales Decretos. Por más que se empeñen los socialistas en afirmar que por criticar los presupuestos de la legislación antihumanitaria del Gobierno socialista, los cristianos somos antidemocráticos, lo que tendrían que hacer es convencernos de que las bases antropológicas y los efectos de los análisis sociales sobre los que se sustentan sus falacias legislativas, contribuyen más decisivamente al bien del hombre que la propuesta cristiana de respeto íntegro a la naturaleza y a la plena humanidad y humanización. Los cristianos, por el hecho de criticar al Estado adoctrinador, o a las propuestas legislativas tendentes a la libre masacre de inocentes, no somos menos democráticos que quienes alardean de una neutralidad, basada en el agnosticismo y en el relativismo que, de inicio, se postula como el punto de partida ideal para el debate público, pero que esconde ya una toma de postura demasiado explícita. Como señaló monseñor Fernando Sebastián, el ordenamiento democrático de la vida social concuerda con las afirmaciones básicas del cristianismo y la conciencia cristiana facilita el cumplimiento de los deberes cívicos en una sociedad democrática, y fortalece los fundamentos de la convivencia. Poco más se puede decir, otra cuestión es que nos quieran escuchar.
José Francisco Serrano Oceja
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La anunciada Cristofobia
Después de un año en que la fe ha sido objeto de caricatura en varias películas españolas, y en que la mediocre y ridícula película Camino se alzara como triunfadora de los Goyas, parece oportuno recordar el concepto de "cristofobia" al que aludía Joseph Weiler: el rechazo de la matriz cultural de nuestra civilización. |
En el caso de Camino aún ha sido más sorprendente ver cómo sus responsables no han dudado incluso de manipular la buena voluntad de una religiosa teresiana para intentar romper el rechazo unánime del film por parte de los católicos y así poder hacer más caja. Todo vale para neutralizar la presencia cristiana en la sociedad.
En un futuro no muy lejano nos esperan películas que van a volver a poner sobre la mesa, para bien o para mal, polémicas y debates cuyos centros de atención –o de ataque, según el caso– van a ser la fe y la Iglesia. En unos casos porque la película en cuestión sea simplemente una excusa para volver a dar una batalla mediática que siga minando la imagen de la Iglesia en el cada vez más manejable inconsciente colectivo. En otros porque la película misma persiga esa intención. En este sentido se está preparando un film español, que está en fase de preproducción, y que es una vida de Jesús "alternativa", basada según el autor en las "últimas investigaciones históricas" sobre la figura de Jesucristo. Se trata de una desdivinización de Cristo y una tergiversación de su figura y significado histórico. En el guión encontramos situaciones tan chocantes como que la Virgen María es la que contrata los servicios de María Magdalena para ver si seduce a Jesús y le aleja de la muerte que se le avecina. Este tipo de películas provocan la misma pregunta que Teresa, Cuerpo de Cristo: ¿A quién van dirigidas, cuál es su público objetivo? Y la respuesta parece obvia: ninguno. Por eso se estrelló en taquilla la citada película de Ray Loriga. Un católico no va a gastar su dinero para ver un film que sabe que no le va a gustar. Y un ateo no quiere gastar su dinero en una cinta sobre Jesús, ya que es un tema que supuestamente no le interesa. ¿Quién va, pues, a ver la película? En principio nadie, con lo que habrá que recurrir –como hizo A. Vicente Gómez en la antedicha película– a la falsa polémica, al morbo artificial. La misma fórmula que ha intentado Jaume Roures con Camino. Al final ni a un productor ni al otro le han salido las cuentas. Cinco millones costó Camino y apenas ha recaudado dos.
Más inminente es el estreno de Ángeles y Demonios (en mayo), la continuación del absurdo best-seller El Código Da Vinci. Tom Hanks ya ha declarado públicamente esta "profunda observación": "Cuando se estrenó El Código, la Iglesia protestó y no pasó nada, ahora será lo mismo". ¿Qué quería que pasara? La fórmula es muy clara: si la Iglesia protesta, se hace más taquilla. Pero la Iglesia, sabiamente, no suele entrar al trapo de un marketing gratuito tan burdamente planteado.
Sin duda tiene más interés este otro proyecto internacional: María, Madre de Cristo, que presumiblemente se rodará en 2010 a partir de un guión de Benedict Fitzgerald (guionista de La Pasión de Cristo) con la colaboración de la conocida católica hollywoodiense Barbara Nicolosi. Se trata de una historia dura pero interesante, que en principio dirigiría el aclamado cineasta argentino Alejandro Agresti, un director irregular pero serio y talentoso. El papel de María está pensado para la californiana de origen brasileño Camilla Belle, cuyo pésimo último film se ha estrenado esta semana, Push, y se pretende que Al Pacino acepte el papel de Herodes. Peter O'Toole, Jonathan Rhys Meyers y Jessica Lange completarían el reparto.
Juan Orellana
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Bertone y los derechos humanos
El secretario de Estado del Papa, Cardenal Tacisio Bertone, estuvo hace unos días en España. Su visita respondía a la invitación de nuestra Conferencia Episcopal para pronunciar una conferencia como celebración del sexagésimo aniversario de la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948. |
La Iglesia, en España y en todo el mundo, como prueba de su aprecio, compromiso y alta estima por esta Declaración, ha celebrado esta efeméride con multitud de actos. Dada su condición de alto dignatario, el "número dos" dicen los medios para simplificar, del Estado Vaticano se reunió además con diversas personalidades y cargos públicos de nuestro país. Pero, al contrario de lo que daban a entender algunos medios, estas visitas eran de cortesía: "además", acabamos de decir. Algunos de nuestros políticos y gobernantes, habitualmente ariscos, abruptos en sus expresiones y reacios a tratar con la Iglesia que camina en España, no dudaron en buscar la foto amable y hasta hacer "gestos" más o menos simpáticos (por ejemplo, nuestra vicepresidenta cambió esta vez las citas de San Agustín, en latín, de nuestra embajada en Roma con ocasión del último Consistorio, por el color cuasi episcopal de su vestimenta, nada difícil de encontrar, supongo, dado el nutrido fondo de armario que posee a pesar de la crisis; unos seguimos siendo más iguales que otros).
Estoy seguro de que, dada su excelente preparación y finura diplomática y su claridad y rigor doctrinal y conceptual, atendiendo también a sus años de desempeño del mismo cargo, en condiciones quizá más complejas, considerando su condición de español, aunque nacido en Londres, e hijo de varias generaciones de españoles de diversas procedencias geográficas nacionales, estoy seguro, repito, de que el cardenal Rafael Merry del Val y Zulueta, cuyos restos reposan en la cripta papal de la Basílica de San Pedro (su tumba se encuentra frente a la de Juan Pablo II) debió esbozar una sonrisa de satisfacción y musitar una plegaria de agradecimiento a Dios al escuchar las magníficas palabras, igualmente claras y rigurosas, de su sucesor, pronunciadas en su amada España. La figura del cardenal Bertone, al igual que la de Merry, se inscribe en una extraordinaria lista de grandes hombres de la Iglesia, lo que es lo mismo que decir de grandes servidores, que han desempeñado el encargo de secretario de Estado del Vaticano: Sodano, Casaroli, Villot, Tardini, Montini en parte, Pacelli o Gasparri, por citar sólo a algunos de los más recientes. Merry del Val, a pesar de su juventud, sirvió, desde 1903 hasta 1914, como secretario de Estado de San Pío X. Muestra de su gran talla humana y hondura eclesial y personal (conocerse a sí mismo y a la naturaleza del hombre), es que una persona de su rango, el español que "más alto" ha servido en el Vaticano, compusiera una oración tan hermosa y densa como las Letanías de la humildad.
Volviendo a la conferencia, el cardenal Bertone expresó, con concisión y precisión, lo contrario, en mi opinión, de lo que habían intentado trasladarnos los dos días anteriores los medios, especialmente los afines al Gobierno, interesados en intentar manipular las palabras y los gestos del diplomático vaticano. Titulándose la conferencia Los Derechos Humanos en el magisterio de Benedicto XVI no podía haber sido de otra manera, en el fondo y en la forma. En efecto, en temas tan fundamentales como el derecho a la vida, la familia, la educación o la laicidad, la doctrina estaba clara y apoyada en citas reiteradas del magisterio del Concilio Vaticano II y de los últimos pontífices.
Las palabras de saludo y presentación del cardenal Rouco, breves y directas, en perfecta sintonía, para tristeza de algunos, con las palabras posteriores del cardenal Bertone, señalaron las primeras muestras de la acogida calurosa de la Iglesia a la Declaración y delimitaron algunos de los problemas que se desarrollarían posteriormente. Valgan, como ejemplo, estas líneas:
El trecho cultural, ético y espiritual que tienen que recorrer actualmente las sociedades y las personas en la asimilación existencial y viva del respeto a la dignidad inviolable de la persona humana y de sus derechos es todavía muy grande. El fenómeno del hambre y de la pobreza en el mundo, agravada por la crisis económica, sigue ensombreciendo el presente y el inmediato futuro de la familia humana. El derecho a la vida, los derechos relativos al matrimonio y a la familia y el derecho a la libertad religiosa atraviesan momentos de incertidumbre no sólo práctica, sino también teórica.
El secretario de Estado habló con absoluta claridad y contundencia desde el principio de su intervención:
Cuando defienden un derecho [los seres humanos] no mendigan un favor, reclaman lo que les es debido por el solo hecho de ser hombre. Por eso se llaman derechos naturales, innatos, inviolables e inalienables, valores inscritos en el ser humano. Por esta significación profunda y por su radicación en el ser humano, los derechos humanos son anteriores y superiores a todos los derechos positivos. De aquí que el poder público quede sometido, a su vez, al orden moral, en el cual se insertan los derechos del hombre.
Para quienes defienden, y practican en su acción política diaria, el relativismo moral, el positivismo jurídico y la "ampliación" y modificación de derechos, en el apartado 6 de su intervención el cardenal diría expresamente:
En nuestros días, hay un proceso continuo y radical de redefinir los derechos humanos individuales en temas muy sensibles y esenciales, como la familia, los derechos del niño y de la mujer, etc. Debemos insistir en que los derechos humanos están ‘por encima’ de la política y también por encima del ‘Estado-nación’ (...) Ninguna minoría ni mayoría política puede cambiar los derechos de quienes son más vulnerables en nuestra sociedad o los derechos humanos inherentes a toda persona humana.
Estas palabras debieron sonar, a pesar de su tono mesurado y cortés, tremendamente duras. Esto era a lo que el cardenal Rouco había aludido en varias ocasiones al hablar del carácter prepolítico de los derechos humanos.
Tampoco debió gustar mucho a la clase política, tibia en el mejor de los casos o abiertamente contraria a la defensa de la vida humana, este párrafo: "La dignidad del ser humano, el tema clave de toda la doctrina social de la Iglesia, implica, entre otras cosas, el respeto a la vida desde su concepción hasta su ocaso natural". Después, citando a Benedicto XVI, terminaba:
La vida, que es obra de Dios, no debe negarse a nadie, ni siquiera al más pequeño e indefenso y mucho menos si presenta graves discapacidades [no podemos] caer en el engaño de pensar que se puede disponer de la vida hasta legitimar su interrupción, enmascarándola quizá con un velo de piedad humana. Por tanto, es necesario defenderla, tutelarla y valorarla en su carácter único e irrepetible.
¿Cómo es posible que, a pesar de los avances de las ciencias en las últimas décadas, aún se pueda negar la existencia de una vida distinta, dependiente pero distinta, a la del padre y la madre desde el momento de la concepción? Sólo graves prejuicios ideológicos pueden negar la existencia de un patrimonio genético propio del feto y que le acompañará toda su vida, si le dejan pasar de las X semanas que alguien decida.
El cardenal habló también de la familia, la educación, la libertad religiosa, y el compromiso de la Iglesia en la defensa de los derechos humanos. Para terminar señalaremos una cita más:
Querer imponer, como pretende el laicismo, una fe o una religiosidad estrictamente privada es buscar una caricatura de lo que es el hecho religioso. Y es, por supuesto, una injerencia en los derechos de las personas a vivir sus convicciones religiosas como deseen o como éstas se lo demanden.
Vicente A. Morro López
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El secreto de la libertad
Benedicto XVI se encontraba a gusto con los que serán futuros sacerdotes de su diócesis de Roma, en vísperas de la fiesta de la Virgen de la Confianza. Hermoso título. Y confiado a ella ha regalado a los seminaristas una de esas lecciones memorables, sin papeles, en las que vibra alegre la sinfonía del pensamiento del Papa Ratzinger. Una lección sobre la libertad y sobre la unidad de la Iglesia. Nada menos. |
Arrancó de las palabras de San Pablo a los Gálatas, "habéis sido llamados a la libertad", reconociendo que precisamente la libertad ha sido en todos los tiempos, pero especialmente en la edad moderna, el gran sueño de la humanidad. Y así las diversas filosofías e ideologías políticas han trazado sus programas para conseguir ese ansiado bien, que termina escapándose entre las manos. Pero ¿qué es la libertad y cómo podemos vivir en ella? Esta es la audaz provocación del obispo de Roma, al que muchos no concederían títulos para abordar semejante cuestión. Benedicto XVI encuentra la clave en las palabras de San Pablo: "que esta libertad no se convierta en pretexto para vivir según la carne, sino que mediante la caridad estéis al servicio los unos de los otros". En seguida se apresura el Papa a aclarar que ese "vivir según la carne" no se refiere al cuerpo sino que significa hacer del yo un absoluto, un yo que piensa no depender de nada ni de nadie y que así imagina poseer realmente la libertad.
A renglón seguido entra de lleno en la crítica del núcleo duro de la cultura tributaria de los mitos del 68, que hacían de la disolución de todos los vínculos (tradición, familia, religión) el camino hacia la plena libertad. Ese yo convertido en absoluto, advierte Benedicto XVI, se traduce en degradación del hombre, no es la conquista de la libertad sino su fracaso. Por el contrario, como señala San Pablo con sagacidad, la libertad se realiza paradójicamente en el servicio: llegamos a ser libres en la medida en que nos hacemos servidores los unos de los otros. Y es que el hombre absoluto, capaz de autodeterminarse aislado de cualquier vínculo, es ante todo una mentira, simplemente no somos así. Y aquí entra la segunda gran polémica que establece Benedicto XVI con la cultura dominante: según él, la verdad del hombre es ser criatura, y por tanto dependiente de su Creador. Según las diversas formas del ateísmo ésta sería la principal dependencia de la que liberarnos, pero como explica el Papa, esa lucha contra el Creador sólo sería comprensible si éste fuese un tirano al estilo de los tiranos humanos, pero no si es el Dios-amor.
Por el contrario, el Dios que nos ha revelado su rostro en Jesucristo y que nos ama hasta el don de sí mismo en la cruz, nos hace comprender que la libertad consiste en estar en relación con Él, una relación que satisface nuestro deseo y nos hace gustar la alegría de vivir juntos. "Libertad humana es, por una parte, estar en la alegría y en el espacio amplio del amor de Dios, pero implica también ser una sola cosa con los otros y para los otros". Aquí aparece la idea tan querida para Benedicto XVI de que sólo una libertad compartida puede ser verdadera libertad humana, sólo insertándonos en una red de dependencias que nos hace una sola familia, estamos en camino hacia la liberación común. Una liberación que sólo puede darse en el respeto a la verdad del hombre, porque si no se reconoce esa verdad, la libertad se convierte en puro arbitrio, en violencia y lucha de poder.
Después de esta aproximación vertiginosa a la gran cuestión de la libertad, el Papa quiso comentar otro fragmento de la carta de San Pablo a los Gálatas y aplicarlo a la actualidad de la Iglesia. Es aquel en que el apóstol amonesta con palabras duras a los miembros de esa comunidad, diciéndoles que si se muerden y devoran unos a otros terminarán destruyéndose mutuamente. Según Benedicto XVI esas polémicas nacen allí donde la fe degenera en intelectualismo y la humildad es sustituida por la arrogancia de creerse unos mejores que los otros. Es así como nace una caricatura de la Iglesia, que debería ser una sola alma en un solo cuerpo.
Estados Unidos: de la diversidad a la uniformidad
Debates en LDTV - "Chávez, un demócrata"
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quarta-feira, 25 de fevereiro de 2009
¿Quién quiere acabar con la Iglesia?
Cerré la última página del diario El País el pasado domingo y, un día más, me vino a la memoria la frase del Evangelio: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). No es sólo por el citado diario, el más "religioso" hoy de España, sino por las ideas que se presta a divulgar. Durante no pocos años, no pocos hombres, no pocas ideologías, pretendieron acabar con el cristianismo, hacer que la fe fuera una página triste del pasado. |
Los efectos de una razón desbocada al servicio de quienes se erigían en Mesías de una nueva humanidad se asentaban en la cátedra del espacio público; quizá arreciaron las ensoñaciones de un progreso que no conocía los límites de lo humano; quizá se imponía el engaño de quienes sopesaron que la felicidad del hombre se construía con el ejercicio de la sola voluntad o con la suma de voluntades. Es posible que ya no estemos en una época de anticlericalismo, una patología de la institución; vivimos en una época de anti-Iglesia, de anti-eclesialidad, una especie perfeccionada de deslegitimación de la trascendencia y de la historicidad de la fe.
El objeto de las invectivas y de las sinfónicas deslegitimaciones del cristianismo es, ahora, la Iglesia. Y en el corazón de la Iglesia, el Papa. Y en el corazón del Papa, la fe en Jesucristo. Quienes se están empeñando a fondo en hacernos creer que el Papa Benedicto XVI quiere acabar con el Concilio Vaticano II, por tanto, con la definición más acreditada de lo que es la Iglesia y de cómo la Iglesia se relaciona con el mundo, se equivocan. El Papa, un humilde siervo de la viña del Señor, es un avezado timonel, que tiene asido el timón de la barca de Pedro y que dicta con la belleza de la verdad y con la suavidad de la caridad las órdenes certeras para que se despleguen los velámenes en el mar bravío de la historia. Desde que Joseph Ratzinger fuera elegido sucesor de Pedro, no pocos han estado agazapados esperando el primer desliz, el primer error, la primera incoherencia, y lanzarse así a la caza y captura de quien hoy representa un indiscutible referente moral. Y lo han hecho acompañados por no pocos de dentro, que no han digerido suficientemente una serie de decisiones pontificias que, si algo nos han enseñado, es a entender mejor quiénes somos, cómo somos y cómo debemos ser en la Iglesia.
La distancia entre los pecados y los errores de los cristianos y la santidad de la Iglesia es infinita. Por más que se acumulen las incoherencias en quienes debieran por vocación y por misión ser ejemplo de vida y de verdad; por más que los mecanismos y las rutinas centenarias de la institución vaticana fallen o no estén lo suficientemente engrasadas ante la magnitud de la embestida de los lobbies internacionales empeñados en acabar con la Iglesia y en expulsar al cristianismo de la faz de la tierra, el corazón del Papa, misericordioso, magnánimo, universal, sigue latiendo. El teólogo Urs Von Balthasar, glosando la teología de Orígenes, escribió que "si uno de nosotros, después de haber conocido los misterios de la verdad, la predicación del Evangelio, la enseñanza de la Iglesia y la contemplación de los secretos de Dios, se considera pecador, pese a todo esto, es sobre él sobre quien Jesús llorará y se lamentará".
José Francisco Serrano Oceja
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La máxima prioridad, construir un pueblo
No pocos han visto en la trágica resolución del caso Eluana Englaro el símbolo de la victoria de un nuevo paradigma nihilista que ha derribado y arrastrado por tierra al humanismo de raíz cristiana que aún prevalecía en el trasfondo de la cultura occidental. El valor sagrado de toda vida humana ha sido sustituido por la omnipotencia del poder (democrático, por supuesto) que decide cuándo y cómo una vida merece ser vivida. |
La caridad atenta y silenciosa de las monjas que cuidaron a Eluana durante diecisiete años se considera ahora casi una intromisión violenta, mientras se aplaude la alegre disposición de los voluntarios de la muerte que ayudaron a que papá Englaro llevase a conclusión su batalla.
Todo eso es cierto, y hay hechos, como la muerte de Eluana, que ayudan a despejar la niebla y a contemplar con crudeza la realidad. Pero lo que esta tragedia revela estaba ya muy presente entre nosotros desde hace décadas. En los lejanísimos años cincuenta del pasado siglo, Romano Guardini había profetizado que "la soledad de la fe será tremenda y el amor desaparecerá de la conducta general". Más aún, como ahora ha sucedido con las monjas de Eluana, Guardini advertía que ese amor "ya no se comprenderá". En una época de aparente predominio cultural del cristianismo en Europa, el teólogo italo-alemán explicaba que desde los inicios de la edad moderna ha existido la pretensión de conservar los llamados "valores cristianos" pero desarraigados del hecho que los había generado, es decir, del acontecimiento cristiano. Ese es el espejismo que ahora se desvanece.
Cuando están a punto de cumplirse cuatro años de la muerte del sacerdote Luigi Giussani, uno de los grandes educadores que ha generado el mundo católico en el siglo XX, conviene recordar lo que respondió a sus muchachos de Comunión y Liberación cuando estos experimentaban el regusto amargo de la derrota en el referéndum del aborto de 1981 en Italia: "Este es un momento en que sería hermoso ser doce en el mundo, es decir, es un momento en que se vuelve al principio, porque está demostrado que la mentalidad ya no es cristiana, el cristianismo como presencia estable, consistente y por ello capaz de tradición, ya no existe". El juicio de Don Giussani nos ayuda a no quedar bloqueados por falsos problemas y a responder a la pregunta que por todas partes aparece: entonces, ¿qué tenemos que hacer?
Como decía Peguy, a nosotros nos toca vivir, quizás por primera vez desde hace muchos siglos, en una ciudad sin Cristo, más aún, en una ciudad que con frecuencia se construye contra Él. Y eso no puede dejar de tener consecuencias históricas concretas: la deshumanización, la violencia, la arbitrariedad del poder. ¿Por qué extrañarnos? De nuevo Don Giussani nos recuerda que "sólo lo divino puede salvar al hombre, esto es, las dimensiones verdaderas y esenciales de la figura humana y de su destino sólo pueden ser conservadas, reconocidas, aclamadas y defendidas desde Aquél que es su sentido último". Y por eso vemos cada día que cuando decae el reconocimiento y la familiaridad con Dios presente en la historia, resulta difícil reconocer toda la grandeza del hombre. Ése es el drama cotidiano de nuestra cultura y por tanto también de nuestra política. Un drama que dicta a los católicos la urgencia máxima de esta hora, que no es sino la de construir el pueblo cristiano, presente y expresivo en sus dimensiones de caridad, cultura y misión.
Ciertamente nos esperan muchas batallas culturales y políticas y habrá que librarlas del modo más inteligente y eficaz que quepa, pero nuestro verdadero problema hoy, ese del que con increíble frivolidad solemos prescindir, consiste en generar un pueblo que haga experiencia de la fe como plenitud y satisfacción humana, y que por tanto esté siempre dispuesto a vivirla al aire libre, dando a todos razón de su esperanza. Sólo en un pueblo así pueden hacerse carne los llamados valores cristianos, sólo allí puede realizarse una verdadera educación que genere personalidades cristianas capaces de actuar en el mundo y de sostener un diálogo crítico con la cultura, sólo de esa comunión visible pueden nacer gestos de caridad estable que interroguen a los hombres de esta época. No por casualidad Benedicto XVI eligió la gran aventura de los monasterios benedictinos para explicar la gestación de la cultura occidental en su magno discurso a los intelectuales franceses. Aquellos monjes no diseñaron una estrategia para conquistar el poder político o cultural, ni era ese su objetivo. Se reunieron para ayudarse a vivir la fe según la totalidad de sus dimensiones y sólo así, con la paciencia de siglos, cambiaron Europa.
Jose Luis Restán
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Las matanzas de Sabra y Shatila
Marx y el Islam
Si los izquierdistas pro-islamistas de Occidente que solemos encontrar en las manifestaciones contrarias a Israel y Estados Unidos se molestaran en leer más cuidadosamente a Karl Marx, podrían llevarse una ingrata sorpresa. |
El Corán y la legislación islámica que emana de él reducen la geografía y la etnografía de los pueblos a la distinción, convenientemente simple, de (...) Fiel e Infiel. El Infiel es harby, es decir, el enemigo. El islamismo proscribe (...) a los Infieles [y postula] un estado de hostilidad permanente entre el musulmán y el no creyente.
El pueblo musulmán se unirá al comunismo porque, como el comunismo, el Islam rechaza el nacionalismo estrecho.
En tanto que el Corán trata a todos los foráneos como enemigos, nadie se atreverá a presentarse en un país islámico sin haber tomado precauciones. Los primeros mercaderes europeos (...) que se arriesgaron [a comerciar] con semejante gente se esforzaron en asegurarse un tratamiento excepcional y unos privilegios que en un primer momento fueron personales pero que acabaron extendiéndose a todos sus connacionales. He aquí el origen de las capitulaciones.
Si se pudiese abolir su sometimiento al Corán por medio de la emancipación civil, se cancelaría, al mismo tiempo, su sometimiento al clero y se produciría una revolución en las relaciones sociales, políticas y religiosas...
Ciertamente, tarde o temprano se planteará la necesidad absoluta de liberar a una de las mejores partes de este continente del gobierno de la turba, ante la cual el populacho de la Roma imperial parecería una reunión de sabios y héroes.
El gobierno en el Este siempre ha tenido solamente tres departamentos: Finanzas (es decir, robar a las gentes del país), Guerra (es decir, robar a las gentes del país y de otros lugares) y Obras Públicas (preocupación por la reproducción).
Todos los pueblos islámicos colonizados son pueblos proletarios, y como casi todas las clases en la sociedad islámica han sido oprimidas por los colonialistas, todas tienen derecho a ser llamadas "proletarias".
JULIÁN SCHVINDLERMAN, analista político argentino.
¿Israelíes como nazis?
El 16 de septiembre de 1982 las falanges cristianas libanesas entraron en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila. Durante dos días violaron, mutilaron y mataron impunemente. Era su venganza por el asesinato, unos días antes, de su líder, Bashir Guemayel. Varios cientos, quizás miles, de vidas musulmanas se cobraron. El ejército israelí, entonces potencia ocupante, habría facilitado y respaldado la operación, que en principio y en teoría estaba destinada a acabar con núcleos de terroristas armados. |
el estremecimiento es la parte mejor de la humanidad. Por mucho que el mundo se haga familiar a los sentidos, siempre sentirá lo enorme profundamente conmovido.
Venezuela, hoy
Si bien es cierto que el abuso de poder y la intimidación caracterizaron la reciente campaña electoral del régimen, sería dañino para la oposición atribuir el triunfo de Chávez exclusivamente a esos factores. |