quarta-feira, 25 de fevereiro de 2009

¿Israelíes como nazis?

El 16 de septiembre de 1982 las falanges cristianas libanesas entraron en los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila. Durante dos días violaron, mutilaron y mataron impunemente. Era su venganza por el asesinato, unos días antes, de su líder, Bashir Guemayel. Varios cientos, quizás miles, de vidas musulmanas se cobraron. El ejército israelí, entonces potencia ocupante, habría facilitado y respaldado la operación, que en principio y en teoría estaba destinada a acabar con núcleos de terroristas armados.
La masacre ocasionó una reacción de protesta y rechazo contra los dirigentes políticos que la habían auspiciado por parte de gran parte del pueblo israelí. Se creó una comisión de investigación que depuró responsabilidades, como la del ministro de Defensa, Ariel Sharon, que fue cesado, y se organizó en Tel Aviv la manifestación más grande que se recuerda en el país.
 
En el Líbano estaba, como soldado del Tsahal, Ari Folman. Años después se dio cuenta de que se le estaban borrando los recuerdos de aquella terrible experiencia. Así que se puso a recopilar testimonios de compañeros para fijar la memoria. Con ellos elaboró este documental, en el que ha empleado la técnica de la animación. Ha sido una terapia a la vez psicológica, por cuanto ha recuperado su pasado, y artística, por lo que la cinta tiene de innovadora. Folman tiene alma de notario pero cuerpo de artista. Y está comprometido con el relato de la verdad bajo el prisma del arte. Con el descubrimiento de la realidad y el entretenimiento del espectador.  
 
El film, la verdad y también la fascinación comienzan con una manada de 26 espantosos perrazos que atraviesan las calles de una ciudad, ominosos y amenazantes, buscando algo o a alguien. En realidad, pertenecen a la pesadilla de un amigo de Folman. Ambos llegan a la conclusión de que hay una conexión entre las pesadillas, la pérdida de los recuerdos y la misión militar que llevaron a cabo en el Líbano durante los 80. Entonces Folman comienza un viaje realista y onírico, despiadado y lírico, en busca de los recuerdos perdidos, la miseria y la compasión. Para ello visita a sus antiguos colegas de armas, que a través de sus testimonios van recreando, en un ejercicio singular de memoria histórica, los hechos heroicos y miserables, extraordinarios y prosaicos, de cualquier acción militar.
 
Como ejercicio estilístico es sobresaliente, cercano en ocasiones al documental basado en declaraciones de Errol Morris, mientras que la estilización reflexiva de la belleza de la violencia y la muerte lo entronca con Terrence Malick. La técnica empleada es una mezcla de animación flash, animación clásica y animación 3D, todas ellas armoniosamente conjuntadas; el culmen lo encontramos en la secuencia en que un soldado israelí baila un vals bajo las balas y la atenta mirada de un gigantesco Bashir Guemayel.
 
Según Daniel Giménez Cacho, la candidatura de Vals con Bashir al Óscar a la mejor película de habla no inglesa tiene que ver con el poder de los judíos, que, ya se sabe, controlan Wall Street, la NBA y, lo que es peor, Hollywood. Giménez Cacho, actor al que recordarán como cura pederasta en La mala educación, de Pedro Almodóvar, y cuya película mejicana no fue seleccionada para los premios de la Academia norteamericana, reconoce no haber visto la cinta de Folman.
 
Si lo hubiera hecho, se habría quedado de piedra pómez, porque esta película israelí alcanza un clímax extremo en la crítica a... la política exterior israelí apuntando, de refilón, un paralelismo entre el sufrimiento infligido por el Tsahal y el causado por la Alemania nazi. Lo que ha sido aprovechado por los antisemitas, y por los simples y perezosos mentales, para unir en una misma frase la acción criminal de Sabra y Chatila con la genocida de Auschwitz, elevando exponencial y torticeramente la magnitud de la tragedia libanesa.
 
Aunque la paranoia antisemita es irrefutable por voluntad propia. Así que, después de todo, los herederos del odio hacia lo judío considerarán que se trata de una nueva estrategia de los Sabios de Sión: por un lado machacan a sus adversarios y por el otro ejercen una autocrítica artística que les limpia la conciencia, ya que no la culpa.

Pero dejemos a los envidiosos cociéndose en su resentimiento para centrarnos en esta portentosa cinta. Si el valor de una obra lo marcan las nuevas fronteras que establece y los horizontes que abre, entonces no hay lugar a dudas de que Vals con Bashir es la mejor película entre todas las que competirán en los Óscar. De hecho, aspiraba también a mejor película de animación, y podría haberlo hecho a mejor documental.
 
Obra total, desgarradora a la par que elegante, Vals con Bashir compone con La clase, de Cantet, y Gomorra, de Garrone, un tríptico imbatible del cine europeo de calidad, ante el cual el cine norteamericano, salvo excepciones como Wall-e, resulta provinciano, primario, pobre.
 
El mérito de Folman reside en sublimar la ética en la estética, creando arte a través de la conjugación de la belleza con la destrucción. Como señaló Goethe,
el estremecimiento es la parte mejor de la humanidad. Por mucho que el mundo se haga familiar a los sentidos, siempre sentirá lo enorme profundamente conmovido.
Los últimos minutos de la película son unas imágenes de un documental en el que vemos a las madres palestinas gritar desesperadas por sus hijos asesinados, entre las ruinas de Sabra y Chatila, como un Guernica en movimiento. Profunda conmoción.
 
 
VALS CON BASHIR (Israel, Francia, Alemania; 2007). Director y guionista: Ari Folman. Director de animación: Yoni Goodman. Director artístico: David Polonsky. Calificación: Obra total (10/10)

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