quarta-feira, 11 de fevereiro de 2009

Cuba y la oposición democrática

  Carlos Alberto Montaner[1]

Cuba, dos perspectivas: Unión Europea y Cubanos


Asociación de Iberoamericanos por la Libertad
Casa de América, Madrid, 3 de febrero de 2009

La Asociación de Iberoamericanos por la Libertad, presidida por el Dr. Antonio Guedes, me ha pedido que comparta algunas reflexiones sobre la oposición democrática cubana. Acepto el reto, pero comienzo por decir que no puedo hablar a nombre de las decenas de organizaciones que dentro y fuera de la Isla tienen sus puntos de vista y sus estrategias, como corresponde a una sociedad compleja y con cierto grado de sofisticación, aunque creo mantener magníficas relaciones con la mayor parte de los líderes que las dirigen. De manera que mis opiniones sólo deben tomarse como el criterio personal de alguien, eso sí, que desde hace varias décadas no ha dejado de prestarles atención y ayuda a los grupos empeñados en lograr que en Cuba se establezca un régimen político plural en el que se respeten las libertades individuales y los derechos humanos.


En todo caso, me parece un tema extremadamente importante, dado que la dictadura cubana, como parte de su estrategia inmovilista, se empeña en presentar a la oposición como una lamentable pandilla de fascistas al servicio de Estados Unidos, con el objeto de demostrar que no existe una mejor opción al gobierno comunista, ni los cubanos dentro de la Isla la desean, aseveraciones que se dan de bruces con la realidad. Lo cierto es que dentro de la oposición democrática están dados todos los factores de conocimiento, moderación y sentido común para contribuir muy constructivamente con la transición hacia la libertad.


La tradición revolucionaria


Una inevitable observación ab initio es que la experiencia de medio siglo de dictadura comunista ha cambiado totalmente el comportamiento político de la oposición cubana. Durante los 57 años que duró nuestra corta experiencia republicana, desde la constitución de un estado independiente en 1902 hasta el colapso de la dictadura de Batista el 1 de enero de 1959, los cubanos solían recurrir a la violencia para dirimir sus crisis políticas o para imponer la voluntad de los caudillos. Esto nos precipitó a conatos de guerras civiles en 1906, 1912 y 1917, a la revolución de 1933, al golpe militar de 1952 y, finalmente, al triunfo de la revolución de 1959, con Fidel Castro como “Máximo líder” del país, título con que untuosamente lo bautizaron a partir de entonces.


Esa tradición de violencia continuó durante los primeros años del castrismo, cuando la oposición, conducida por la inercia y la costumbre, intentó impedir la entronización de la dictadura comunista recurriendo a los medios convencionales de lucha que la sociedad solía practicar, y con los que acababa de liquidar a Batista: desembarcos armados como el protagonizado en Bahía de Cochinos en 1961, alzamientos guerrilleros como los que se produjeron en la sierra del Escambray (1961 a 1966), conspiraciones militares, sabotajes y actos terroristas. Nada de esto era sorprendente para los cubanos, dado que una buena parte de los líderes de la lucha contra el comunismo provenían de la guerra contra Batista: Huber Matos, Manuel Artime, Humberto Sorí Marín, Manuel Ray, David Salvador, Porfirio Remberto Ramírez, Aldo Vera y un larguísimo etcétera[1] que pudiera incluir decenas de personalidades notables que dirigieron los primeros enfrentamientos con el castrismo.


Ese modo violento de intentar reemplazar por la fuerza a la élite dominante (que tampoco dejaba el menor espacio para la lucha cívica, todo hay que decirlo) llegó aproximadamente hasta 1966, cuando fueron liquidados los últimos focos de campesinos guerrilleros en las montañas del centro de la Isla, periodo en el que el gobierno consiguió armar eficazmente un enorme aparato represivo, calcado del modelo soviético, que les hizo prácticamente imposible a sus enemigos apelar a la resistencia armada con el objeto de derrocarlo.


Un cambio de visión y de comportamiento


A partir de ese punto, en la siguiente década, bajo la influencia en la distancia de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y del eco de la resistencia pacífica de los disidentes en la Europa comunista, comenzó una lenta evolución ideológica y estratégica en las filas de la oposición democrática cubana, con un notable punto de inflexión: el arribo al poder en Washington del presidente Jimmy Carter y su defensa de los Derechos Humanos como estandarte de la política exterior norteamericana dentro del espíritu de los Acuerdos de Helsinki firmados a mediados de los años setenta.


Esa atmósfera pacifista y racional, que rechazaba la violencia y reivindicaba los métodos democráticos, fue el momento en el que algunos opositores comenzaron a comprender que tal vez había sido un error histórico de los cubanos recurrir a la fuerza para tratar de solucionar las crisis políticas, cuando acaso hubiera sido mucho más sensato intentar la vía de las  negociaciones y la búsqueda de mecanismos de consenso que permitieran salvar los escollos dentro de las instituciones sin necesidad de derribar periódicamente las estructuras republicanas.


Finalmente, en 1976, media docena de opositores cubanos procedentes de la izquierda, convocados por el Profesor Ricardo Bofill[2] fundan en La Habana el Comité Cubano por los Derechos Humanos, primera organización política en la historia del país que renuncia expresamente a la violencia como método de batalla y decide colocarse bajo el imperio de la ley para reclamar los derechos conculcados por la dictadura. Mientras tanto, en el exilio, en Washington, por aquellas mismas fechas la señora Elena Mederos, ex ministra del primer gabinete del gobierno revolucionario, y el activista y politólogo Frank Calzón, fundan Of Human Rigths con el mismo objetivo: defender por medios pacíficos y legales a los perseguidos, disidentes y presos políticos cubanos.   


Ese aggiornamento de la oposición democrática cubana, que la acompasaba a los grandes movimientos de lucha cívica entonces vigentes en el mundo, tuvo como corolario otra previsible evolución: la oposición comenzó a acercarse a los paradigmas y a los discursos políticos de las principales corrientes ideológicas vigentes en el mundo contemporáneo, escapando de alguna manera a las raíces políticas autóctonas y a la nociva dicotomía de “revolucionarios y contrarrevolucionarios”. Precisamente en Madrid, en 1990, a los pocos meses del derribo del Muro de Berlín, inmersos en ese espíritu cívico, tres grupos políticos de exiliados, con algunas ramificaciones internas, internacionalmente vinculados a sus respectivas familias de partidos, constituyeron la Plataforma Democrática Cubana[3] para tratar de propiciar un cambio pacífico hacia la democracia. Poco después, esta nueva visión ideológica de la lucha política comenzó a propagarse dentro de la Isla.


Una oposición semejante a la del resto del mundo democrático  


En efecto, hoy, entre los demócratas cubanos radicados en Cuba o en el exterior existen todos los matices ideológicos que uno puede encontrar en los parlamentos de cualquier país de Occidente, sólo que los que viven dentro de Cuba deben sufrir el acoso permanente de la policía política, mientras los exiliados pueden defender sus ideas sin temores de ninguna clase. Grosso modo, en la oposición actual abundan los cubanos democristianos, socialdemócratas, liberales y conservadores. Los hay verdes, muy preocupados por los destrozos medioambientales que se observan en el país, los hay fundamentalmente comprometidos con la vigilancia del respeto por los derechos humanos, y los hay sindicalistas que reivindican los derechos conculcados a los trabajadores.


¿Cuál de estas tendencias es más poderosa? Probablemente, es inútil especular sobre este asunto. Más que verdaderos partidos políticos, dentro y fuera de Cuba lo que existen son corrientes de opinión y unos pequeños cauces estructurales que, en su momento, evolucionarán hacia verdaderas formaciones políticas multitudinarias. Estas tendencias, además, han logrado cierto anclaje internacional con partidos e instituciones ideológicas afines, las llamadas “Internacionales”, lo que contribuye a fomentar la existencia de paradigmas ideológicos claros y recetarios de políticas públicas perfectamente razonables, extremo que de alguna forma garantiza cuál será la previsible evolución del postcastrismo.


Esta observación tiene mucho interés porque desmiente la hipótesis de que el fin de la dictadura comunista pudiera desembocar en un gran caos político y económico. No es cierto: lo probable es que en Cuba se reproduzcan los mismos esquemas teóricos que observamos en los países que consiguieron abandonar el comunismo en Europa del Este. Las lecturas y los debates que prevalecen entre los demócratas de la oposición apuntan en esa dirección: no sólo quieren propiciar el fin del comunismo; también tienen muy claro hacia dónde desean que se desplace el país de manera pacífica. Prácticamente todos piensan en un modelo político caracterizado por el pluralismo, la tolerancia, la alternancia en el poder y la subordinación a las reglas. Si algo ha desaparecido del panorama ideológico cubano es la veneración por los caudillos o el culto por la revolución.


El régimen congelado


Lamentablemente, esa sana evolución que se observa en la oposición democrática no está presente en el comportamiento de la dictadura. Una y otra vez el gobierno de los hermanos Castro reitera la línea dura de los primeros tiempos de la revolución, como si el mundo se hubiera congelado dentro de los esquemas de la Guerra fría. Para la cúpula dirigente, el derribo del Muro de Berlín no ha sucedido, el marxismo-leninismo continúa vigente, y todo el esfuerzo propagandístico de su enorme maquinaria de desinformación, dotado de un lenguaje obsceno de la más rancia estirpe estalinista, se dedica insistentemente a presentar a la oposición democrática como un apéndice artificial creado por Estados Unidos, y a sus dirigentes como la “mafia de Miami” compuesta por bandas terroristas al servicio de la CIA.


No obstante, hay evidencias clarísimas de que, bajo la superficie, la actitud que realmente prevalece entre los partidarios del gobierno, muchos de ellos integrados en la clase dirigente, diverge totalmente de la línea oficial. En ese sentido, las recientes declaraciones del cantautor Pablo Milanés[4] a un diario español, de acuerdo con los expertos más acreditados en los secretos de la sociedad cubana y en el doble lenguaje que allí suele utilizarse[5], constituyen mucho más que una opinión aislada: representan el punto de vista de la inmensa mayoría del partido comunista cubano, cuyo segmento más importante suscribe distintos grados de lo que pudiéramos calificar como “ánimo reformista”, actitud que, en muchos de ellos, no excluye el pluralismo político y el fin del colectivismo marxista-leninista, como puso de manifiesto una encuesta[6] realizada en la Universidad de La Habana por el propio partido (pero no publicada) en el mes de noviembre pasado, que revelara que sólo el ocho por ciento de los profesores y apenas el 22 por ciento de los estudiantes mantienen el punto de vista ortodoxo que Fidel y Raúl Castro postulan.


El fin de una etapa


¿Cómo va a terminar la dictadura cubana? Probablemente, como sucedió en varios países que consiguieron enterrar ordenadamente sus viejas y obsoletas dictaduras: mediante una reforma dentro de la propia estructura de poder que rápida y progresivamente amplía los cauces de participación de la sociedad, hasta que, recurriendo a diversos procedimientos democráticos, se procede a desmantelar pacíficamente el viejo régimen. Eso fue lo que sucedió en España, en Hungría, en Polonia y en la mayor parte de los países comunistas de Europa oriental. Hay una alta probabilidad de que algo similar ocurra en Cuba.


¿Cuándo? El primer paso será el entierro de Fidel Castro, verdadero obstáculo frente a cualquier síntoma de sensatez y sentido común. El segundo, se verá cuando afloren las tendencias reformistas supuestamente alentadas por Raúl Castro como parte de la convocatoria al Sexto Congreso del Partido Comunista, que supuestamente deberá celebrarse en el segundo semestre de 2009[7]. El tercero, surgirá en el momento en que la oposición democrática pueda comenzar a actuar con mayor libertad dentro del país. A partir de ese punto, es muy posible que los acontecimientos comiencen a precipitarse de formas que hoy resultan impredecibles, pero que eventualmente darán al traste con la dictadura. Lo que parece indiscutible es que Cuba no puede ser permanentemente la excepción marxista-leninista en una época en la que esa opción fue totalmente abandonada como consecuencia de sus propios yerros, atropellos y legendaria improductividad.


En Cuba sucederá lo mismo o algo muy parecido, y cuando hagamos balance de lo que ha sido esta casi eterna pesadilla, acaso llegaremos a la conclusión de que tanto sacrificio al menos nos ha traído una inesperada ventaja: los cubanos hemos aprendido que la violencia revolucionaria, el caudillismo y la intolerancia conducen siempre al peor de los destinos posibles. Afortunadamente, pronto llegará la hora de rectificar esos nefastos comportamientos.



[1] Dr. Huber Matos (Profesor y comandante de la Sierra Maestra); Dr. Manuel Artime (Médico y teniente en la Sierra Maestra y luego jefe civil de los expedicionarios que desembarcaron de la Brigada 2506 que desembarcaron en Bahía de Cochinos); Humberto Sorí Marín (Abogado y comandante de Sierra Maestra, autor del texto de la primera reforma agraria realizada por la revolución. Fue fusilado en abril de 1961). Manuel Ray (Ingeniero y Ministro de Obras Públicas en el primer gabinete de la revolución, Jefe de Resistencia Cívica, una organización al servicio del Movimiento 26 de Julio, y luego creador del Movimiento Revolucionario del Pueblo frente a la dictadura comunista); David Salvador (Dirigente obrero del Movimiento 26 de Julio y, tras el triunfo de la revolución, Secretario General de la Confederación de Trabajadores Cubanos. Cuando se enfrentó al comunismo creó el Movimiento 30 de Noviembre); Porfirio Ramírez (Líder estudiantil y capitán del ejército rebelde durante la lucha contra Batista. Presidía la Federación de Estudiantes Universitarios en Las Villas cuando fue fusilado por el gobierno en 1960). Aldo Vera Serafín (Comandante de la Policía en La Habana tras el triunfo de la revolución. Ex jefe de Acción y Sabotaje en La Habana. Fue asesinado en Puerto Rico en 1976 por los servicios de inteligencia de Cuba).


[2] Bofill había sido miembro del partido comunista, pero había acabado en la cárcel dentro de una causa llamada de la “microfracción”, acusado de conspirar para limitar la autoridad de los castristas.  Los otros cinco integrantes fueron Adolfo Rivero Caro, Elizardo Sánchez Santa Cruz, Edmigio López Castillo, Enrique Hernández Méndez y la Dra. Marta Frayde. Poco después se incorporaron los hermanos Gustavo y Sebastián Arcos, prestigiosas figuras procedentes de la lucha contra Batista. Todos sufrieron largas condenas de presidio.


[3] Los tres grupos políticos que entonces integraron la Plataforma Democrática Cubana fueron el Partido Demócrata Cristiano (vinculado a la Internacional Demócrata Cristiana), representado por su presidente José Ignacio Rasco; la Coordinadora Socialdemócrata (con algunos vínculos incipientes con la Internacional Socialista), representada por Enrique Baloyra; y la Unión Liberal Cubana, miembro de la Internacional Liberal, encabezada por Carlos Alberto Montaner. Hubo otros grupos no políticos también presentes en el evento.


[4] Ver Público.es de 29 de diciembre de 2008, (http://www.publico.es/culturas/186756/socialismo/cubano/estancado), entrevista realizada por el periodista Carlos Fuentes. Pablo Milanés no sólo critica abiertamente al gobierno, sino declara su total desconfianza en la gerontocracia que gobierna al país.


[5] Pocos meses antes de las declaraciones de Milanés estalló la llamada “guerra de los emails”, cuando un grupo de escritores y artistas, miembros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), por medio de Internet le reprocharon duramente a dos ex funcionarios del sector de la cultura, Luis Pavón y Jorge “Papito” Serguera, haber sido cruelmente represivos durante el llamado “quinquenio gris” de la primera mitad de los años setenta. En realidad, era un tiro por elevación para quejarse de la situación actual sin correr grandes riesgos, dado que el deseo de cambios profundos en el sector de los intelectuales es prácticamente unánime.


[6] Los resultados de la encuesta se mantienen inéditos, pero han podido ser conocidos en el exterior gracias a la cooperación de embajadas europeas acreditadas en La Habana. Tan interesante como la abrumadora cantidad de reformistas que manifiestan su inconformidad con el sistema es el hecho de que la mayor parte ni siquiera se conforma con una reforma del régimen: cree en la necesidad de un cambio radical de sistema.


[7] En las extendidas discusiones preparatorias de ese esperado Congreso (el último se llevó a cabo en 1997 y culminó con una enorme frustración), las críticas contra el gobierno y contra la torpeza de la administración pública han sido copiosas y se han escuchado a lo largo de toda la isla.


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Febrero 3, 2009

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