... Mientras Hamás siga en Gaza y amenazando la estabilidad de Cisjordania no hay acuerdo de paz posible: mientras Egipto y Jordania no se comprometan con una solución regional, no habrá plan de plaz que funcione. Esa es la verdad, por mucho que Obama y los europeos se empeñen en lo contrario. Hacérselo ver será una de las tareas principales del nuevo ministro israelí...
Hoy martes, los ciudadanos de Israel están llamados a las urnas para elegir un nuevo gobierno. No deja de ser una paradoja que las elecciones se celebren en la misma fecha en que el ayatola Jomeini instauró la República Islámica de Irán, sólo que hace treinta años. De hacer caso a los sondeos, el sucesor de Olmert como primer ministro será Benjamín Netanyahu. Lo que no está tan claro es con qué partidos formará gobierno, habida cuenta de que necesitará de aliados para hacerse con la mayoría en el parlamento israelí, la Kneset.
Sea cual sea la configuración final del gobierno, hay una cuestión básica que nadie discute: mientras que el resto del mundo vive obsesionado con el proceso de paz con los palestinos, Israel está más preocupada con Irán y su programa nuclear. También por sus avances en materia misilística. Y no es para menos. En Israel se es plenamente consciente de que si Irán llegase un día a ser una potencia atómica, su seguridad y quién sabe, posiblemente su existencia, estaría constantemente en el aire. Prisioneros de la voluntad de los ayatolas.
Hay quien piensa que como Israel dispone de ingenios nucleares, un Irán atómico no sería algo tan grave. El arsenal atómico congelaría una relación de hostilidad tal y como pasó con los Estados Unidos y la URSS durante los años de la Guerra Fría. Pero que la disuasión funcione en el Oriente Medio y frente a Irán es una proposición más que dudosa. Nada hay en la doctrina estratégica iraní que permita pensar que entiende el arma nuclear como un sistema defensivo.
Pero sí sabemos que los líderes de Teherán han dado repetidas muestras de estar dispuestos a correr ciertos riesgos si con ello avanzan su objetivo de hacer progresar la revolución islámica más allá de sus fronteras. Aún peor, la actual elite dirigente iraní, con Mahamud Ahmadinejad como exponente más claro, pero no único, comulga con una visión apocalíptica de la Historia que choca con toda lógica y ante la cual, los mecanismos de la disuasión -ese complejo equilibrio de incentivos e intimidación- difícilmente son aplicables.
Benjamín Netanyahu lo viene diciendo a lo largo de la campaña: Irán, Irán e Irán. Y nadie se lo niega. De hecho, en una mesa redonda la semana pasada en Jerusalén, con representantes de nueve formaciones políticas, grandes y pequeñas, todo el mundo estaba en desacuerdo en casi todo excepto en una sola cosa: hay que impedir que Irán se haga con la bomba. Y es que la seguridad última de Israel está por encima de las diferencias partidistas.
El dilema al que se tendrá que enfrentar el próximo gobierno israelí es que ante ese binomio de seguridad/paz, no todo el mundo prima la seguridad. De hecho, la mayoría en el mundo cree, erróneamente, que nada tiene solución en esa zona del mundo mientras no se arregle antes el conflicto israelo-palestino. Vamos, mientras los palestinos no cuenten con su propio estado independiente. Poco importa que la región haya dado continuados ejemplos de violencia entre árabes y entre palestinos por causas que nada tienen que ver con la existencia de Israel.
Pero el nuevo primer ministro en Jerusalén tomará posesión justo cuando la nueva administración americana de Barack Obama empieza a tomar carrerilla. De hecho, unos de los más rápidos nombramientos del presidente americano ha sido la designación del senador John Mitchell como enviado especial para el «proceso de paz». Es bastante posible que Obama quiera resultados y lo quiera rápido. Mitchell, un político inteligente y ambicioso, pero de avanzada edad que sabe que este será su último puesto para lucirse, también querrá resultados más pronto que tarde. Y como se teme en Israel, cuando eso sucede en Washington, el único brazo a torcer es el israelí, puesto que de las dos partes, es la única que tiene una disposición a hacer concesiones. Ehud Barak se jugó el puesto en el 2000 por un acuerdo de paz con Arafat que éste se negó finalmente a firmar, por temor, entre otras cosas, a que a él le sucediera otro tanto. Y es que en la historia de las negociaciones, siempre el lado intransigente ha resultado ser el palestino. No ha cambiado en nada y el hecho de que Obama se muestre partidario de ejercer más presión sobre Israel sólo servirá para que la actitud negociadora de los palestinos se vuelva aún más rígida.
Y es que Israel, en este tema, tiene un gran problema: la comunidad de naciones sigue creyendo en algo que es hoy del todo inviable, la solución de los dos estados. Los palestinos están más divididos que nunca y las dinámicas tan distintas de Gaza y Cisjordania ahonda aún más esa división. Siendo honestos, deberíamos reconocer que los dos estados ya existen, Israel y Hamastán en Gaza. Cisjordania sería como un territorio autónomo cuya seguridad depende de Israel. Y por lo que hemos visto en Gaza, la independencia de facto no ha traído ni la paz ni la seguridad. Ni para Israel, ni para los habitantes de la Franja.
Nadie tiene una clara respuesta en Israel sobre qué hacer con Gaza, más allá de ejercer la pura contención. Pero Netanyahu sí ha adelantado su plan para Cisjordania: comenzar por un rápido desarrollo económico que permita la aparición de una clase media más interesada en su bienestar que en la destrucción de Israel. El estaría dispuesto a levantar muchas de las actuales restricciones a cambio de que otros países invirtieran en la zona, desde Arabia Saudí a la UE. Es un plan que Tony Blair ve con buenos ojos. El horizonte lejano sería un estado autónomo, vinculado a Jordania y cuya seguridad estaría compartida por Amán, Ramala y Jerusalén. Su éxito no está asegurado, pero subraya la necesidad de pensar en fórmulas alternativas a lo que hoy todo el mundo se empeña en intentar mantener a flote, aunque esté muerto.
En el mundo occidental nos hemos acostumbrado a que cualquier problema tenga su solución.
Pero eso es algo no siempre posible. Una mirada al Oriente Medio debería bastarnos para convencernos de ello. Mientras Hamás siga en Gaza y amenazando la estabilidad de Cisjordania no hay acuerdo de paz posible; mientras Egipto y Jordania no se comprometan con una solución regional, no habrá plan de paz que funcione. Esa es la verdad, por mucho que Obama y los europeos se empeñen en lo contrario. Hacérselo ver será una de las tareas principales del nuevo primer ministro israelí y de su ministro o ministra de asuntos exteriores. No sólo deberá hacer frente a la amenaza iraní y lidiar con Hamás y otros grupos terroristas en los territorios, o con Al Qaeda en el Sinaí y Gaza, o con Hizbolá en el Líbano, o con la Siria de Assad. Esos son problemas secundarios para la atención del mundo. Tendrá que inventarse una nueva narrativa sobre el proceso de paz, tan simple y clara como la solución de los dos estados. Pero esta vez lógica, viable y alcanzable. Lo importante de un estado palestino no es que exista, sino que sea democrático y capaz de convivir con Israel a su lado. Por eso vota Israel, por un gobierno firme que luche por ello.
Rafael L. Bardají
www.abc.es
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