Con ímpetu y pujanza ha vuelto Gaspar Llamazares de las vacaciones parlamentarias, dispuesto desde su inmensa minoría a acorralar al Gobierno y hondamente preocupado por la crisis que aflige a sus conciudadanos, contra la que por cierto sus correligionarios andaluces de IU han convocado ya una manifestación con aceptable éxito. Pero el gran Llamazares no se entretiene en minucias de agitación callejera, y ha presentado toda una batería de interpelaciones, proposiciones e iniciativas varias con las que poner al Ejecutivo contra las cuerdas. De hecho, ya están temblando Zapatero y De la Vega. Primera proposición, en comandita con ERC, el otro azote opositor: una propuesta urgente de ley para posibilitar ¡¡la apostasía!!, que están los españoles que no viven, en un puño, por hacer cola para darse de baja de sus diversas confesiones y fes, mayormente de una, que es la que le preocupa al diputado. Segunda acción del feroz blitzkrieg parlamentario en defensa del pueblo angustiado: una pregunta sobre si el Gobierno tiene previsto cambiarle el nombre a Radio Nacional de España, por sus manifiestas «connotaciones franquistas».
¿Le molesta al apóstata Llamazares la palabra radio? Todavía no, aunque sin duda podrían encontrársele connotaciones de contrastada ranciedumbre, de cretona y galena, de consultorio sentimental y «parte» oficial de noticias, de posguerra y silencio. ¿Es el nombre de España, acaso, lo que chirría a nuestro Juliano? Un poco, pero no del todo, pues propone muy juiciosamente la alternativa de Radio Española. La causa de su malestar es, pues, el adjetivo, y sobre todo la redundancia, pues el sintagma «Nacional de España» le debe de parecer toda una aliteración ideológica. Franquismo puro. Si todavía se tratase de una Radio Nacional de Cataluña estaríamos ante un epítome de modernidad política, pero esta apoteosis de españolismo constituye un énfasis nominal inaceptable, un sustrato involucionista, un resto del oscurantismo de la dictadura. Apostatemos, pues, también de esta antigualla; llamémosle Corporación Radiofónica de la Nación de Naciones, CRNN, que suena a cadena amiga de Obama. Cualquier cosa antes que este pleonasmo conceptual ofensivo, este insufrible exceso, esta cargante plétora retórica.
Menos mal que está Llamazares, con un par, al quite de las cuestiones esenciales de la España contemporánea. Qué sería de nosotros si no fuese por su agudeza observadora; tendríamos que vivir cargados de pesares, sin poder renegar de la religión o del bautismo y oprimidos por la herencia nominalista del pasado. Y no podríamos soportar la recesión, que gracias a él se nos hará más llevadera. Hala, ya tiene el Gobierno deberes. Viva la Pirenaica.
Ignacio Camacho
www.abc.es
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