terça-feira, 10 de fevereiro de 2009

Ya ni el ateísmo es lo que era

Habrá que resignarse: también el ateísmo degenera en fundamentalismo. Sin duda porque vivimos (padecemos, algunos) tiempos de rabia y frustración. No hay quien no se sienta agraviado, y los ofendidos han adquirido la costumbre de manifestarse mediante la diatriba y el insulto. En el mejor de los casos, porque en el peor se hacen volar por los aires en la vía pública.
Todo eso vale, y más, a partir del momento en que la existencia de dogmas y creencias contrarias a mis convicciones y razones basta para convencerme de que éstas corren peligro. Que nunca antes se haya ensalzado como ahora el diálogo, el reconocimiento de las diferencias o los derechos de las minorías no deja de ser una curiosidad más de estos tiempos intolerantes. En realidad, diálogo es la actual forma abreviada de diálogo de sordos (cuando no de besugos); el respeto obligatorio de las diferencias, una forma apenas más elegante de mirar a otra parte y no meterse en líos denunciando violencias y atropellos, y la sacralización de las minorías, una excusa para dar rienda suelta a "la indignación moral". De la que Bertrand Russell dio la definición más útil, a la par que lúcida: "El sentimiento de venganza llamado indignación moral es sólo una forma de crueldad".
 
La frase de Russell está en uno de esos deliciosos ensayos que el gran logicista dedicaba de vez en cuando a analizar cuestiones morales: en Why I am Not a Christian. Los que ahora hacen pública profesión de fe con su ateísmo harían bien en leerlo. Por dos razones. Para empezar, porque Russell tampoco era creyente. Eso sí, solía definirse como agnóstico, lo que debe de parecerle todo un horror y una traición sin paliativos a nuestros Savonarolas, como el furibundo y pueril Richard Dawkins, gurú de los catecúmenos ateos de nueva planta. Un individuo que escribe cosas ya dichas por Russell hace más de medio siglo, pero menos inteligentemente y con un exceso de rabiosa adrenalina en la tinta (algo que hoy, sin duda, es un plus), y que, según un periodista español que recientemente lo entrevistó en su casa de Oxford, es tan grosero e intolerante como Russell era civilizado y amante de la controversia franca.
 
Y también porque no puede sentarles mal leer, de vez en cuando, algún texto más extenso que el lema de la campaña Atheist Bus, nacida en Londres (y convenientemente bendecida por el gurú) y trasplantada a Washington, Barcelona, Madrid, Málaga y próximamente Génova. El lema reza en castellano (eso sí: para la campaña de lanzamiento en Barcelona la web, muy lingüísticamente correcta ella, antepone el catalán): "Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida". En varios colores. La vie en rose. Hoy, la columna de Antonio Burgos en ABC recoge algunos de los contra-lemas que ha recibido en su buzón. No puedo estar más de acuerdo: lo inane se presta siempre deliciosamente a la parodia. Pero ni siquiera hilo tan fino. Como soy de las que sigue creyendo (¡horror! ¡Una creyente!) que el desaliño gramatical es una manifestación del pensamiento fallido, me quedo atascada en la primera frase. ¿Cómo que "Probablemente Dios no existe"? Si es "probablemente", quiere decir "con verosimilitud o fundada apariencia de verdad", para repetir la definición que da el DRAE, por tanto se trata de una suposición, y el tiempo verbal correcto que debe acompañar al adverbio (y no debe de acompañar: ojo, ateos ágrafos) es exista, y no existe. Presente del subjuntivo, no del indicativo. Pero claro, escribir correctamente, en este caso, supondría aceptar que la no existencia de Dios sea sólo probable, y no una certidumbre. Y no están los tiempos para tanta finezza.
 
Los tiempos de rabia y frustración son perfectos para que salgan como setas sectas y grupúsculos dedicados a negar la probabilidad de lo que a nadie ofende y mostrarse asertivamente seguros de… ¡la no existencia de Dios! Madre mía, cómo los envidio. Debe de ser (esta vez, el uso sí es correcto) que estas personas tienen la dicha de vivir en una burbuja, cómodamente aislados de la que está cayendo. Y no estoy pensando sólo en la crisis, que también. Pienso, por ejemplo, en lo útil que podría ser una campaña contra el fundamentalismo religioso… islámico. Que hoy por hoy es el que mata, mutila, corta clítoris, ahorca homosexuales, degüella, pone coches bomba, obliga a casarse a niñas de doce años, trafica con seres humanos, y hasta amenaza con resucitar la crucifixión (no al crucificado, ojo, listillos) en la Franja de Gaza. Ah, pero a eso no están dispuestos nuestros valerosos ateos, a correr el riesgo de recibir a cambio una fatwa en plena cara y tener que pasarse el resto de sus días, si quieren llegar a viejos, con un escolta metido en la ducha y el dormitorio.
 
Ya casi lo de menos es esta manifestación de estulticia intelectual. Bueno, sólo casi. Porque cuando te echas a la cara textos como éste, lo primero (y único) que piensas es: si esto no sólo es cultura sino que además tiene las ínfulas de venderse como Tercera (¿a la tercera va la vencida?, se me ocurre preguntarle a alguno de sus promotores), pues apaga y vámonos. Los problemas, aquí, superan la barrera del sonido del error gramatical. ¿Qué pueden querer decir frases como "El moderado escepticismo de Karl Popper" o "El relativismo de Thomas Kuhn y Paul Feyerabend, que termina borrando la demarcación entre ciencia y magia"? ¿Pero su autor ha leído al Popper de La miseria del historicismo? ¿Y al Kuhn de De las revoluciones científicas? (No seré yo quien rompa una lanza a favor de Feyerabend, pero con todo y parecerme absurda e inutilizable su filosofía, lo de "borrar la demarcación entre ciencia y magia" casi, casi le hace un favor al padre del anarquismo epistemológico). Por no decir nada de la incongruencia que supone a la vez arremeter contra los "intelectuales literarios" y poner como supremo ejemplo de lucha contra "la soledad de las humanidades" "el mundo anglosajón, que para bien y para mal prácticamente monopoliza la creación de conocimiento científico en el mundo".
 
Sería deseable que, pese a no ser un "intelectual literario", el autor de estas líneas manejara alguna información elemental, al alcance de todos, intelectuales y no intelectuales, literarios y ágrafos. Por ejemplo. Que supiera que "el mundo anglosajón", tan bobaliconamente ensalzado por quienes manifiestamente no lo conocen, es también el principal responsable de que los Lyotard, Derrida, Foucault, Kristeva y otras plantas de jardín homeopáticas se hayan convertido en drogas adictivas. Es en las universidades de Estados Unidos, y no en las aún hoy conservadoras aulas de la Sorbona, donde todos los post-its del pensamiento francés (postestructuralismo, postlacanismo, postfeminismo) han prendido con mayor fuerza y vigor. Y desde donde han sido mundialmente exportadas y comercializadas.
 
Pero dejémoslo. ¿Qué sentido tiene romper puertas hace tiempo derribadas? (Para información de los ateos ágrafos: la anterior es versión libre de una frase hecha francesa). Lo único que saco en claro de la lectura de un texto como el citado es que su autor lo ha escrito arrebatado por la indignación moral, y el único comentario pertinente en este caso es la mentada definición de Russell. Lo importante es otra cosa. Al grano, pues.
 
No me molesta reconocer que, siendo atea (por los cuatro costados o, si se prefiere, original y sin tacha: ni siquiera fui bautizada ni, mucho menos, adoctrinada en ninguna fe religiosa), no me parecen, sin embargo, dignos de desprecio, burla o violencia los creyentes. Lo que siempre me ha parecido un peligro es cualquier forma de imposición ideológica, provenga del bando del que provenga: religión, ideología política, historicismo o cientificismo. Es innegable que las religiones han sido las mayores proveedoras de violencia y de intolerancia, pero eso quizás se deba a que han estado en activo durante mucho más tiempo que otras formas de pensamiento "omnicomprensivo y omniexplicativo", para decirlo con las claras etiquetas que Popper endosó a ambas, a las religiones y a las ideologías.
 
Ya el siglo pasado nos dejó pruebas más que abundantes de la capacidad mortífera de una ideología como el comunismo. No sé si el cientificismo será capaz de emular a sus hermanas mayores, pero cuando veo resurgir los viejos y gastados argumentos del darwinismo social, a la Spencer o a la Veblen, la verdad es que me echo a temblar. Por lo visto, algunos lo han olvidado todo y no han aprendido nada: se vuelve a dar por buena la hipótesis de que constructos morales, como los que interesan a las religiones justamente, puedan tener una base genética. Y desde hace dos décadas, sobre todo en Estados Unidos, asistimos a la reactivación de la idea de que patrones de conducta sexuales, como la homosexualidad, podrían deberse sobre todo a la presencia (o ausencia) de determinadas secuencias genéticas. Los hijos de Francis Galton son legión, pero hoy, ya olvidados los horrores del eugenismo de Estado, vuelve a ser de buen tono y muy chic andar por ahí soltando boutades contra la nurture y ditirambos a la nature.
 
En fin. Como tengo la dicha de no descender del primo de Darwin, prefiero atribuir las manifestaciones de intolerancia y crasa estupidez de los actuales ateos metidos a cientificistas no a la genética, sino a la ignorancia. Predisposición ésta que tiene la virtud, suprema para el pensamiento científico, de ofrecer una razonable explicación del fenómeno en cuestión, a la vez ajustada a la observación de los datos empíricos y más económica que la otra. Es más fácil y factible, en efecto, superar la ignorancia leyendo y desasnándose. Ya puesta, recomiendo a los admiradores de la fallida gramática autobusera y a quienes dicen tonterías sobre autores que no han leído, no sólo la lectura de los libros del agnóstico Russell, sino la de algún otro buen pensador y escritor. Incluso, hay que ver mi atrevimiento, les recomendaría que leyeran a Chesterton, y no sólo al de las encantadoras aventuras del Padre Brown. También al autor de Why I Am a Catholic, título que Russell tenía en mente cuando escribió su civilizada –insisto: civilizada– crítica del cristianismo. A ver si logramos perder el pelo de la dehesa sin tener que despeinarnos un solo gen.

Ana Nuño
http://revista.libertaddigital.com 

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