quinta-feira, 26 de fevereiro de 2009

¿Somos los católicos antidemócratas?

¿Padecemos los católicos en España algún tipo de insuficiencia democrática? ¿Acaso la fe confesada públicamente, y confesante, es un peligro para el legítimo procedimiento de decisión de los asuntos que afectan al bien de todos, al interés general, lo que en la teoría clásica se denominaba bien común? ¿Son los principios doctrinales del catolicismo una apisonadora de las bases de la democracia?

Hace poco, perplejo entre los perplejos, asistí a un debate entre monseñor Fernando Sebastián y el profesor de teoría política y socialista histórico, Antonio García Santesmases. Fue como volver al pasado sin pasado, toparnos con una dialéctica no tan rancia como pensó un buen amigo que, a la salida, me dijo aquello de que "chico, esto no merece la pena. Por muchas ganas que tenga uno de dialogar, como el otro sea sordo, estamos apañados".

Ciertamente, monseñor Fernando Sebastián tenía afinado el oído; su interlocutor no andaba sobrado de ondas hertzianas, y los miembros del Partido Socialista renovado cristiano, que estaban en la primera fila, ciertamente padecían de un aguda infección de realidad. Pero eso es trigo de otro costal, que ya llevaremos al molino.

El profesor Santesmases, que no da imagen de representar el nuevo socialismo de Zapatero, hizo un ejercicio, siempre de agradecer, de búsqueda de algún punto común con su interlocutor eclesial. Llegó incluso a asentar un principio, más captatio benevolentia que otro cosa, cuando afirmó que "para asegurar este modelo de sociedad laicista de inspiración socialista siempre ha encontrado apoyo y estimulo en el pensamiento social cristiano. No hubiera sido posible el Estado de Bienestar europeo sin contar con la conjunción entre liberales igualitarios, socialistas democráticos y democristianos". Ahí es nada: el punto de conexión entre el socialismo liberal, que no es precisamente el socialismo republicado de Petit Zapatero, busca puntos y puentes de conexión con la Doctrina Social de la Iglesia, un aparente ejercicio de buena voluntad por ambas partes. Anteriormente había señalado que el problema que tenemos en España los católicos, además de no aceptar plenamente las reglas de juego democráticas, es nuestra jerarquía.

Para el eximio socialista utópico, la contestación episcopal a las legislaciones socialistas se funda en una teoría filosófica acerca del papel de las instituciones parlamentarias, es decir, que los obispos, como opinan que existen límites al ejercicio de la democracia y por tanto que legislación positiva está subordinada a una ley moral superior, trascendente. Dicho lo cual, nuestro interlocutor se queda tan tranquilo cuando concluye que el problema de la Iglesia, como fuerza social en la opinión pública, radica en que pretende que su doctrina inspire la legislación de los parlamentos y la práctica de los gobiernos. Vistas así las cosas no hemos progresado mucho desde las descalificaciones de la modernidad.

Aún están esperando en la Conferencia Episcopal que algún eximio intérprete de sus documentos y de sus declaraciones les muestre una referencia en la que se diga que la fe cristiana quiere imponer la ley y dictar los Reales Decretos. Por más que se empeñen los socialistas en afirmar que por criticar los presupuestos de la legislación antihumanitaria del Gobierno socialista, los cristianos somos antidemocráticos, lo que tendrían que hacer es convencernos de que las bases antropológicas y los efectos de los análisis sociales sobre los que se sustentan sus falacias legislativas, contribuyen más decisivamente al bien del hombre que la propuesta cristiana de respeto íntegro a la naturaleza y a la plena humanidad y humanización. Los cristianos, por el hecho de criticar al Estado adoctrinador, o a las propuestas legislativas tendentes a la libre masacre de inocentes, no somos menos democráticos que quienes alardean de una neutralidad, basada en el agnosticismo y en el relativismo que, de inicio, se postula como el punto de partida ideal para el debate público, pero que esconde ya una toma de postura demasiado explícita. Como señaló monseñor Fernando Sebastián, el ordenamiento democrático de la vida social concuerda con las afirmaciones básicas del cristianismo y la conciencia cristiana facilita el cumplimiento de los deberes cívicos en una sociedad democrática, y fortalece los fundamentos de la convivencia. Poco más se puede decir, otra cuestión es que nos quieran escuchar.

José Francisco Serrano Oceja

http://iglesia.libertaddigital.com

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